José María Pérez Zúñiga: “Me gustan los buenos libros, independientemente del género”
¿Puede convertirse un diccionario, con su estricto orden alfabético, en ficción, en un libro de cuentos? José María Pérez Zúñiga despliega a lo largo de 150 términos, de “Adivinanza” a “Zulo”, una estrategia narrativa abierta, que teje a su vez todo un brillante mosaico de piezas breves. Los géneros se mezclan, se entrelazan, difuminan sus límites en lo formal y en el fondo, descubriéndonos que ficción y no ficción, voz narrativa y voz personal remiten a un único texto. Como su título, que procede de un aforismo de Georg Christoph Lichtenberg, Zúñiga reúne en un solo texto lo viejo y lo nuevo con un resultado innovador.
Escritorio: El hombre está sentado ante la mesa, leyendo concienzudamente. A veces demora su lectura, toma algunas notas, fragua un propósito; pero siempre hay algo que lo detiene. Piensa en un argumento rocambolesco, en una intriga que atrape al potencial lector, pero decide que es mejor intentar atrapar el instante. Entonces inicia un diario en el que va apuntando pequeñas certezas. Piensa en seguir un orden cronológico, pero pronto descubre que la medida y el ritmo de su escritura no se corresponden con una sucesión de días, sino que se parecen más a pequeñas revelaciones, a algunas palabras concretas. Los textos son cuentos, aforismos, algún ensayo y tentativa, alguna tentación. Le parecen llamas. Y sigue escribiendo. Y se transforma. Hasta que se consume en una llamarada.
- ¿Por qué un título como Miradas nuevas por agujeros viejos?
Es un aforismo de Lichtenberg. Hace referencia a que en el libro se abordan los temas clásicos de la literatura y la vida: el amor, la muerte, la felicidad, la sabiduría, la amistad, etc., pero desde una óptica moderna o, al menos, desde mi propia perspectiva. Sobre esos temas se ha escrito muchas veces, pero la característica de este libro –y espero que lo haga especial- es que esas miradas son en forma de microcuento y aforismo. Las piezas, acabadas cada una en su género, se van sucediendo por entradas, como si se tratase de un diccionario personal.
- ¿Hay un afán de compilación entonces?
Más que un afán compilatorio, es un manera de ordenar la mirada del libro. Le di muchas vueltas a la estructura, ordenando las piezas por géneros, mezclándolas, etc. Al final me di cuenta de que el orden alfabético era el orden natural, y que contribuía a completar el argumento, que podría ser también el de la vida. En ese sentido, las piezas se pueden leer por orden, o al azar. Me gusta pensar que es un libro para llevar en el bolsillo y que te dirá cosas diferentes según sea tu estado de ánimo. Pero sí es verdad que recoge lo mejor que escrito hasta ahora en género breve.
- Aunque, fundamentalmente, se trata de cuentos y aforismos, hay incluso alguna pieza poética y algún microensayo.
Bueno, creo que todas las piezas tienen, de un modo u otro, una estructura narrativa, independientemente del género. Lo que me preocupaba era que tuvieran en común la intensidad y la brevedad, que cada pieza golpease al lector de alguna forma. Así, los golpes son de risa, morales, violentos… Hay cuentos negros y cuentos eróticos, conviven la filosofía con el realismo y la fantasía y algún poema en prosa. Ofrece lecturas para cada situación y cada estado de ánimo, pero creo que todas las piezas tienen en común una visión algo inquietante del mundo. También hay un aspecto lúdico.
- ¿Y qué tienen en común estos géneros además de la brevedad?
Creo que las formas breves nos sirven para comprimir la experiencia y ofrecerla al lector como píldoras más eficaces, una expresión más perfecta de nuestras pocas certezas. Que en ese contexto –cuento o aforismo- estalle la experiencia que se había hecho sólida. Creo que es algo que tiene que ver más con la autenticidad que con el género, aunque cada género tenga sus propias reglas. La literatura es una forma de revelación que nos permite transformar la realidad e incluso hacerla mejor, o al menos más inteligible; debe hacernos estallar de alguna forma.
- ¿No hay entonces unos géneros mejores que otros?
Personalmente, creo más en los libros que en los géneros. Cuando escribo, yo suelo dejarme llevar por lo que me pide la obra en sí, que quizá transite por diversos géneros, y esto vale para una novela o para un libro de cuentos. Pienso que si las obras nos llegan es por una cuestión de empatía, y porque el autor ha sabido seducirnos como lectores. Creo que es algo que va más allá de los géneros.
- ¿Cuáles han sido sus referencias?
Creo que todo mi universo literario se encuentra en este libro. Siempre me han gustado los juegos de espejos literarios y la conversación en mis libros con otros libros y otros autores que también están aquí: Nietzsche, Lichtenberg, Musil, Kafka, Stevenson, Borges, Cortázar, Bierce…, y autores contemporáneos como Justo Navarro, Javier Egea o mi hermano Ernesto. En muchas piezas existe una referencia concreta a una cita o un autor que me acompañaba en el momento de la escritura.
- ¿Y por qué cree que hay ese interés por el cuento ahora en España?
Creo que siempre ha habido ese interés, y basta con pensar en los escritores que cultivan este género, dentro y fuera de nuestro país. Hay una tradición hispanoamericana muy importante a la que se ha leído mucho: Borges, Cortázar, Monterroso, Benedetti, Aldecoa, Aub, que llega hasta hoy con Tomeo, Merino, Tizón, Iwasaki, Neuman, Busutil, Hipólito Navarro, Olgoso, Méndez Guédez, Muñoz Rengel, Monzó… Y la influencia permanente de Kafka, quién lo diría, el autor más influyente del siglo XX. Tenemos además una flamante premio Nobel, Alice Munro, que escribe libros de cuentos. Pero si ahora es más visible en España es por el trabajo de editores como Juan Casamayor, que se han preocupado de revitalizar el género de una manera muy simple: publicando buenos libros de cuentos, lo que resulta estimulante para escritores y lectores.