Las mujeres ucranianas de Granada alzan la voz ante la guerra en el 8M
Reivindican la labor que están llevando a cabo tanto las que están fuera del país como las que se han quedado dentro
Cuando Oksana Komisarchuk se enteró por teléfono de boca de su madre que Putin había iniciado la invasión de Ucrania, su cara y su voz se convirtieron en el reflejo y el eco de la incredulidad. La hija de Olena Zhuravleva vive en Alemania y acaba de recibir a cinco refugiados, mientras que Natalia Dashchynska aparece por sorpresa con su sobrino Víktor, que acaba de llegar a Granada huyendo de la guerra para reunirse con su hermano. Larisa Todarchuk y Oksana Bobin cruzan los dedos para poder traer a su hermana y a su hija, respectivamente.
Todas estas mujeres tienen en común el hecho de ser ucranianas viviendo en Granada desde hace al menos tres lustros. Aunque en realidad comparten muchas más cosas. Llevan a cuestas el peso de vivir la guerra desde la distancia, cargando con la preocupación de aquellos seres queridos y amigos que siguen en su país, el miedo de que suene el teléfono y la impotencia de no poder hacer nada por ayudarles.
O más bien por ayudarles en el terreno, pues desde la capital se afanan en recaudar alimentos, medicinas, ropa y otros bienes básicos de primera necesidad. Acogen compatriotas refugiados, les orientan y asisten sus requerimientos para mitigar la insalvable barrera del idioma. Pero sobre todo alzan la voz en este Día Internacional de la Mujer para reivindicar su papel en el conflicto y lanzar una proclama al unísono: "En este 8 de marzo las mujeres ucranianas de Granada decimos: '¡No a la guerra en nuestra tierra!'".
El feminismo fija su atención un año más en el 8M, pero esta vez mirando de reojo a lo que acontece en el este de Europa. Nadie mejor que las mujeres puede relatar las múltiples violencias que se ejercen sobre ellas. Y nadie tiene más autoridad moral para reivindicar su papel en la guerra que las mujeres de Ucrania, las únicas que pueden alzar este martes la voz en su doble condición de mujeres y ciudadanas de un país invadido por un tirano.
GranadaDigital ha querido reunir a cinco de ellas residentes en la capital para que expliquen de primera mano qué sienten, cómo lo están viviendo o por qué es importante ampliar el foco respecto a los roles de género en la guerra. Han sido citadas en la plaza de Mariana Pineda, símbolo de la resistencia liberal, pero la estatua que homenajea a la heroína granadina está tapada por obras. La sesión de fotos se traslada en el entorno de la Fuente de las Batallas, cuyo nombre tiene también desgraciadamente connotaciones que casan con el momento actual.
Todas se presentan con alguna prenda o complemento que las identifica con su país. Bien sea una bandera nacional, una blusa amarilla y azul, un lazo con ambas tonalidades o la sorochka, la camisa tradicional de aquel país que, en España, popularizó recientemente la reina Letizia durante un acto y en clara muestra al estado que preside su homólogo Volodímir Zelenski.
Los roles de la guerra
Olena va con prisa. Tiene 45 años y ya ha cumplido la mayoría de edad en Granada. Tras 18 en la ciudad, su vida está completamente asentada aquí. Es directora de la Escuela Internacional de Música Glinka, frente al estadio Nuevo de Los Cármenes, y anda con algo más de prisa que el resto porque tiene que ir a recoger a su hija del colegio, así que apenas tiene tiempo de grabar el total incluido en el vídeo que acompaña a este reportaje antes de irse.
Cuenta que su excuñada, al igual que ella, vive en Kiev y "ahora se ha ido a Polonia para recibir y organizar a mujeres y niños refugiados para distribuirlos por Polonia y toda Europa". "Conozco gente que vivía en Ucrania con los hijos y han salido también. Hay muchas mujeres con niños que están saliendo. Todas conocemos a alguna", y concluye.
El relevo lo toma Natalia, quien relata el sufrimiento extra de sus compatriotas femeninas en la guerra: "Las mujeres están sufriendo muchísimo más. Incluso más que los hombres. Hay casos de mujeres violadas por parte de soldados rusos o mujeres que dan a luz en los sótanos". Y luego está lo de los niños. "Mis sobrinos han tenido que cruzar la frontera con para venir a mi casa. Su madre está sufriendo muchísimo porque no va a ver a sus hijos y lo que es peor es que no sabemos por cuánto tiempo. Hay muchísimas más en su situación", confirma.
Oksana Komisarchuk, por su parte, destaca la "colaboración súper importante" de las mujeres que forman parte de los colectivos de ucranianos y pone en valor esa dramática obligación que supone tener que conciliar esa ayuda con el día a día. "Recogemos medicinas y alimentos, sí. Pero a la vez educamos a nuestros niños y hacemos las tareas domésticas. Hay que reivindicar el papel de la mujer ucraniana aquí". Tiene claro qué sería lo mejor que podría pasarle este 8M: "Que Vladímir Putin desaparezca y nos deje en paz".
Al igual que Oksana, también su cuñada Larisa colabora en la Iglesia del Ángel Custodio del Zaidín organizando la ayuda humanitaria que entrará a Ucrania desde Polonia en autobús. "Estamos más unidas que nunca las ucranianas de aquí entre nosotros y con las que se han quedado en el país. Nunca había conocido tantas en Granada como hasta ahora", sentencia mientras contrapone su incredulidad por el hecho de que algunas de sus amigas rusas no perciban a Putin como el invasor y sí como un héroe nacional. Es la otra cara menos cruenta de la guerra, pero que al igual que la de las batallas erosiona y destruye en lugar de estrechar lazos.
Oksana Bobyn nada tiene que ver con la primera salvo por el hecho de compartir el mismo nombre. A sus 52 años y 16 viviendo en Granada, esta empleada del hogar trata de romper con el rol tradicional de protectoras asignado a ellas en los conflictos bélicos: "En la primera línea de la guerra también están luchando las mujeres, igual que los hombres. Las mujeres jubiladas hacen en su casa cócteles molotov junto con los hombres y se los tiran a los tanques. Las mujeres mayores se levantan contra los tanques que vienen a los pueblos, sin armas, para proteger su tierra".
Angustia ante la incertidumbre
Natural del raión de Ternópolis, en el óblast del mismo nombre y con capital también homónima –raión y óblast son los equivalentes ucranianos a las provincias y comunidades autónomas españolas–, esta empleada del hogar define a las mujeres ucranianas como "fuertes, valientes y trabajadoras". Larisa se suma al argumento: "Estamos acostumbradas a hacer de todo, desde cuidar la casa hasta trabajar como albañiles". "Estoy intentado acelerar los trámites para sacar a mi hermana del país, pero ahora mismo no puedo porque la carretera es muy peligrosa", apostilla con rostro de frustración.
La hija de Oksana Bobin busca alcanzar la frontera para salir, pero su madre afirma que la cola para hacerlo se prolonga por un espacio ya de tres días: "Estoy muy preocupada por saber cómo va a conseguirlo. Quiere venir con su hijo a Granada. Hablamos con nuestros familiares por internet y mi miedo es que si se corta la conexión no tengo manera de estar en contacto con ellos. Hablamos tres, cuatro o cinco veces al día. Mañana, mediodía, tarde y noche. No paramos". En peor situación aún se encuentra la familia de una amiga suya natural de Mariúpol, una de las ciudades donde más está castigando Putin a la población civil: "Llevamos sin saber de ella cinco días".
Su tocaya Komisarchuk recuerda que, ante la prohibición de los hombres de entre 18 y 60 años para entrar y salir de su país, son las ucranianas las que cruzan cada día por cientos la frontera en una y otra dirección con toda la ayuda humanitaria. "Dos familiares mías han salido. Una con dos niños a Polonia y otra que está en Praga", atestigua esta madre de 40 años que lleva la mitad de su vida viviendo en Granada. "Nos quieren quitar la patria, la nación. Dicen que somos nazis en nuestro propio pueblo. Es una injusticia tremenda", lamenta en segundo término.
Todas reciben con agrado la propuesta del Ministerio de Igualdad de trasladar el "No a la guerra" a las manifestaciones feministas de este martes. Como todas reconocen que el 8M tiene en Ucrania un carácter más festivo que reivindicativo.
"Al venir a España es cuando he visto más esa retórica de que hay que luchar. En Ucrania lo tenemos por dado. Nos han criado muy libres. Ya tenemos ese feminismo detrás desde hace generaciones. Mis abuelas trabajaban, mi madre tenía estudios y trabajaba. No es algo que le ha tocado a esta generación", se encarga de aclarar Natalia, quien a sus 38, y tras 14 en Granada, ha tenido que faltar a clase para hacer esta entrevista, pues está matriculada en el Grado de Traducción e Interpretación de la UGR.
De la misma forma que el resto, esta joven procedente de Kamyanets-Podilskiy, al suroeste del país, cerca de la frontera con Rumanía, agradece el afecto que reciben de los granadinos. "Nos apoyan como nunca y lloran como lo hacemos nosotros", comenta Oksana Bobyn, quien desliza el calvario que sufren aquellos que en su país se han acostumbrado ya a vivir con el medio a las sirenas antiaéreas: "En las ciudades grandes te salva mucho el Metro e incluso hay gente que no ha salido de los túneles del Metro en varios días, pero en el resto de ciudades y pueblos solo queda el garaje cuando comienzan los bombardeos".
Es el caso de Larisa, que, como ella misma, vive en Pryluky, al norte de Ucrania, donde se está desarrollando el conflicto. "La ciudad está sitiada. Toda la carretera está bloqueada por parte de los rusos y tiene mucho miedo. Cada vez que suenan las sirenas se tiene que refugiar en un sótano con su hija de 10 años", relata con crudeza esta mujer de 48 años que lleva 16 viviendo en Granada.
"Las niñas de hoy, las mujeres del mañana"
Natalia recuerda que "los niños y las niñas que hoy están en los sótanos son los hombres y mujeres del mañana". "En el último día han nacido cuatro mil y pico en Ucrania. Cuatro mil y pico que Putin está atacando", agrega Oksana Komisarchuk, también natural de Pryluky. Las cinco coinciden en las mujeres que han nacido en esta guerra van a ser "diferentes" de mayores. Y confluyen todas ellas en una palabra para aventurar su sino: "Valientes". "Mi abuela conoce a una mujer que vive en la frontera, de donde proviene Larisa. La ciudad está invadida y muy mal. Esa mujer nació durante la Segunda Guerra Mundial. Era pequeña y la escondían en el sótano. Ahora, con más de 80 años, otra vez está escondida en el sótano. Estos sótanos no son refugios. En la época soviética las casas no tenían garaje abajo, sino una especie de trasteros. No tienen agua ni nada y ahí están", desarrolla en abundancia sobre lo anterior Natalia.
Al hilo de lo anterior, Oksana Bobyn argumenta también estableciendo una comparación entre la Segunda Guerra Mundial y el conflicto actual. En este caso para hablar de Putin, el hombre que les ha destrozado la vida a todas: "Mi padre me contaba que en la Segunda Guerra Mundial los soldados alemanes entraban en los pueblos y daban chocolatinas y alimentos a los niños pequeños. Putin no se puede comparar ni con Hitler, es aún peor que él".
Su tocaya Komisarchuk tira de 'ovarios' y se muestra mucho más expeditiva: "Lo vamos a hinchar a hostias". "Confiamos en la victoria y espero que esto no se alargue", desea en paralelo a Natalia, quien recuerda que el mandatario ruso "ha tomado ya dos plantas nucleares de Ucrania". Larisa, por su parte, critica el miedo que parece reinar en la comunidad internacional: "No nos ayudan por miedo a la Tercera Guerra Mundial, pero de lo que no se enteran es de que ya estamos en la Tercera Guerra Mundial".
Al teléfono se suma una sexta compatriota que no ha podido acudir a la cita porque desde este mismo lunes acoge a tres refugiados de su país. Se llama Nadia Zhuravel y reconoce que está pasándolo muy mal y no puede dormir ni comer bien. Colabora desde la capital y La Zubia enviando bienes de primera necesidad y organizando ayuda para que la gente pueda acoger a quienes huyen de la guerra. Según la ONU, la cifra de refugiados alcanza ya el millón y medio en menos de dos semanas de conflicto.
"Varias mías han dejado a sus padres y maridos en casa y se han ido a Polonia. Y otras muchas están colaborando con ayuda humanitaria y todo lo necesario para los soldados que están protegiendo las entradas en las ciudades. No conozco ningún caso personal, pero lo que me comentan mis conocidas es que sí hay violencia sexual, sobre todo en Járkov", la segunda ciudad del país.
Y es que si el machismo es un problema social que ya cuesta extirpar de la sociedades que viven en paz, en las guerras adquiere una dimensión mucho mayor que, paradójicamente, queda aún más invisibilizado entre la nebulosa del horror. Pero incluso entre la opresión más feroz y la represión más brutal, y lo hemos visto en Afganistán, las mujeres siempre terminan alzando la voz.