A Samanta Villar, reportera de Cuatro
Apenas quedaban unas horas para que el sol saliera, cuando Dani se acercó a nuestra cama. “Papá, no puedo dormir, ¿me haces un sitio?”. Como siempre. Entre mi mujer y yo. Como se han criado nuestros tres hijos. Algún iluminado vendrá y nos dirá que eso no es bueno para el desarrollo emocional de los niños. ¿La verdad? Me da igual. Nuestra parte egoísta: es en cambio positivo para el desarrollo de los padres.
Pues ahí está Dani. Entre nosotros. Levantando barreras en lo invisible del día. Así pasas la noche en multitud de ocasiones. Tratando de sentir un poco de intimidad y cuando adormilado crees que ya la rozas, de inmediato lo interrumpe un pequeño brazo, una diminuta nariz, un proyecto de vida que todo lo impide…
“Échate para allá- me dice”. Comenzasteis apropiándoos de nuestra cama, y terminasteis haciéndolo de nuestras vidas. Más bien, dejamos que lo hicierais. Es nuestro sino, el sino de quienes un día nos abonamos a la suerte de tres minúsculos seres. Conforme crecen, cambian su cuerpo, el tono de su voz, el tamaño de zapato… pero nunca su vida, repleta de disgustos y problemas, a cada cuál más gordo.
Esta noche me he desvelado preguntándome si no llevarán razón quienes piensan que sois los culpables de que merme nuestra calidad de vida. Hay quienes piensan que sois el resultado de una decisión tomada bajo el engaño del silencio y la hipocresía. Hay, porqué no decirlo, quienes sólo saben vivir adorando un chivo expiatorio, un culpable que expíe su pecado, un resorte de exculpación… hasta si nada hicieron en su vida, siempre existirá un culpable de no haber hecho nada…
Todavía no es de día. Cambio de turno. Dani se echa a un lado y aparece Pablo. Pablo y Mickey, que siempre le acompaña. Debe saber de sus cuitas mucho más que nosotros. Otra barrera. Silencio de día entre tantas preguntas a las que buscar respuesta. Silencio por la noche porque tampoco tres bocetos de existencia permiten mucho más…
A aquella de la tele que cuando no tenía, se quejaba, y hoy que tiene, también; a aquella que aún no sabe desde qué esquina de la vida lanzar el córner; a aquella que deambula en una maltrecha existencia, por culpa “de la dureza, las dificultades extremas, los inconvenientes insoportables y el sacrificio estratosférico que le supone ver crecer sus hijos…”; a aquella de la tele que se encuentra en el centro del físico dolor, del agotamiento y del hundimiento moral por el hecho de haber tenido un hijo…
Amanece. Cayetana ha llegado a la habitación y se ha quedado dormida a los pies de la cama. Los primeros rayos de sol. Cristina se despereza y comienza a entreabrir los ojos. Hoy me ha mirado fijamente y ha sonreído. Incluso por encima de Pablo ha cogido mi mano. Y vuelve a dormir. Sonriendo. Y Pablo sonríe. Y Dani sonríe. Y Caye sonríe. Y Mickey sonríe. Reunida en una cama, la dureza de la vida.
Y yo, con los primeros rayos de sol, como casi todos los días, también sonrío…