Alberto Alcalá y el lenguaje de la certidumbre
El cantautor antequerano canta esta noche en la Taberna JJ a partir de las 22:00 horas tras la publicación de su último disco, 'Tragaluz'
El artista suele ser por definición embustero. "Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en realidad siente" diría Pessoa. Para apreciar la belleza de su pequeña verdad deberíamos irnos siempre a sus lugares de descanso. El oído en las canciones, la mirada en el drama, los ojos que bailan frente la cámara representada en una pantalla. El arte llega en el fondo a ser así, como la vida misma, un viaje, en el que se nos propone poco menos que un desenlace preconcebido, que a duras penas se mantiene en cada paso. Algo de eso sabe Alberto Alcalá, cantautor de años aún precavidos a pesar del tiempo, con la firmeza propia de quien lleva con una guitarra en la mano y el lápiz en la oreja desde que su consciencia es consciencia y no una simple abstracción.
A lo largo de estos últimos cuatro años lleva a cuestas, y en ocasiones contra viento y marea, es decir, contra la precariedad y la itinerancia, el cultivo paciente de aquello que los griegos llamaban la 'areté', esa búsqueda paciente de la elocuencia en su plenitud, para la que inevitablemente hace falta tiempo. De esa paciencia en la cosecha nacieron como frutas maduras, una tras otra, las canciones de 'Tragaluz'. El último disco del antequerano tiene, de hecho, las características de la artesanía natural, de las texelas interpuestas una tras otra, como poesía siempre en entredicho, como lugar para lo onírico y lo mundano, como resguardo, al fin y al cabo, del ruido y la autosuficiencia que rodean lo que nos acontece.
"Canciones hechas a cuentagotas, de un tirón" como explica el propio Alberto. De ahí el título. Un 'tragaluz' por el que han pasado pequeños trazos entrando por un ventanal minúsculo, pero que, como los buenos amores, ya se sabe, así como entran ya se quedaron. Nacieron de ese modo temas como 'Migraciones', 'Balanza' o 'Aviones', prácticamente latigazos en el rasgueo de las seis cuerdas y que conviven sobrias con temas de mayor cadencia como 'Provincianita' o 'Azul'. Un trazado desde la bossa nova a la canción de autor, pasando por el tratamiento de los palos siempre en el estar andaluz más puro, no el del tópico rancio de la aspiración de las eses y la imaginería del señorito, sino en la del diálogo sincero con la palabra y el protagonismo absoluto del espíritu creador, que orienta como puede la emoción en el lenguaje, que no teme a transformar lo que canónicamente debería ser implacable.
Tras 'Ensayo y Error', su primer disco donde ya contó con voces autorizadas como Javier Ruibal y compañeros de viaje con igual talento como Miguel Marquéz, de Antílopez, 'Tragaluz' es una consecuencia directa de un estado de madurez patente. Bien acompañado con músicos de la talla de Javier Colina, Borja Barrueta o Víctor Merlo, dejó la producción a cargo del brasileño Leo Minax, uno más en el catálogo de compositores superlativos al que nos empeñamos en no escuchar lo suficiente en este país.
El proceso ha ido dejando secuela en las que el artista ha ido cambiado de paisaje y de literatura. Tras convivir en Granada durante casi una década con gran parte de la generación de oro de la canción de autor de principios de siglo, con nombres propios ya del todo relevantes a nivel nacional como El Kanka y otros que se siguen haciendo hueco a machetazos como Patricia Lázaro, voló a Madrid, de allí a Barcelona, para finalmente acabar de vuelta a la capital. La vida misma del que cambia lugares con la guitarra en la espalda porque no queda otra o porque quizás, simplemente, se está mejor así. De café-bar en café-bar, siempre con el apellido del obrero, pero con la voz natural de quien entiende su estar como innegociable.
Es también eso, la vida misma, la que en no pocas ocasiones intercala sus versos. También la nada, que es igual a Granada y viceversa, bien lo sabe el granadino, y que completa el alma de un cantautor fiel a la raíz primera, el cante y la guitarra. No en vano, el propio Morente sobresale en uno de sus temas icónicos y la propia ciudad y su linaje nocturno y matutino se encajan en la intimidad limpia y sin alardes de gran parte de su repertorio.
Pero no es un rapsoda Alberto Alcalá. Quizás de sus manos en la escritura pudieran nacer libros, cuentos o poemas. La decisión suya es cantarlas, también porque apenas parece posible lo contrario. Historias del costumbrismo contemporáneo como 'Modales de Taberna' tendrían su hueco en una columna semanal o en el poemario premiado de un año cualquiera, pero en su voz rasgadas se intuye aún ese aire histórico de quien debe contar por imperativo y que el respetable no siempre atiende, ya sea por hache o por bé, con toda la atención que corresponde a la categoría de su discurso.
La lengua propia de este cantautor ha vivido momentos de todo tipo. Desde el ruido de los turistas tapando sus canciones mientras cantaba pasaba la gorra en mitad de la plaza Bib-Rambla cuando apenas superaba la veintena, hasta el aplauso unánime de críticos y artistas de prestigio nacional cuando ha sacado a la luz sus últimos trabajos. En ese momento, el de la bella rotundidad del trabajo hecho y la certidumbre del talento en el paladar, llega esta noche a la Taberna JJ, donde cantará en solitario, como tantas otras veces, a partir de las 22:00 horas. "Saber que será mala la obra que no se hará nunca. Peor será la que nunca se haga" escribía Pessoa. Los demás tenemos la suerte de que artistas como Alberto Alcalá existen y que su música va implícita con él. Sería cuestión de aprovecharlo.