Alberty, un portero muy peculiar
La primera vez que Alberty actuó en un estadio español recibió seis goles. No obstante, todas las crónicas dicen que el mejor de su equipo fue el goal-keeper, destacando su estilo de guardameta valiente, ágil y elástico. La crónica de ABC dice: «Desde el principio el guardameta húngaro –precisamente el único que no traía contraseña de internacional- fue el mejor. Un amparador tan seguro y tan heroico de su meta, que sin sus espléndidas acrobacias, el equipo húngaro habría cargado con una derrota abrumadora».
Fue en Chamartín, el 20 de diciembre de 1934, en un amistoso homenaje a Ricardo Zamora, quien estaba ya en su 20ª temporada como profesional del balompié, y en el que la selección española de García Salazar goleó a una selección húngara menor en un partido que no figura en los anales de encuentros de la Roja porque el árbitro de la contienda fue Escartín, o sea, no era neutral, y además se trataba de un combinado ad hoc que ni siquiera lució los colores oficiales de Hungría (las crónicas destacan el color violeta de las calzonas magiares como una cosa exótica; por entonces en España los pantalones deportivos de todos los equipos eran siempre blancos, negros o azul marino y no se concebían otras tonalidades).
El amistoso se había concertado como un homenaje a Zamora, pero se hizo extensivo a los veinte componentes de la selección española (entre ellos el futuro granadinista Luis Marín) como desagravio por una eliminación tan injusta como irregular en cuartos por los anfitriones del Mundial de Italia 1934, jugado unos meses antes, el Mundial de Mussolini que por fas o nefas tenían que ganar y ganaron los azzurri. El presidente de la República, Alcalá-Zamora, presidió el choque y en el descanso, sobre el césped, prendió en las camisetas rojas de los seleccionados la insignia de la Orden de la República, condecorándolos además con medallas de oro adquiridas por suscripción pública. Gran parte de los veinte que aquella tarde de diciembre fueron homenajeados en Chamartín partirían para el exilio sólo dos años después, algunos para nunca volver. En la web de RTVE, con imágenes pero sin sonido, podemos ver un largo resumen de aquel partido ganado por España 6-1. En ese reportaje los forofos rojiblancos tenemos oportunidad de ver en acción al mítico Alberty en el que posiblemente sea el único documento cinematográfico disponible en que aparece este llorado portero-mito granadinista.
Tanto gustó el trabajo de Alberty, de 23 años, en aquel amistoso, que a los pocos días el Madrid (en la República había perdido su título de Real) pagó por él 12.000 ptas. de traspaso y lo enroló pensando precisamente en dar relevo a Zamora, que andaba ya rondando los 34. Esa temporada debutó Alberty defendiendo la portería merengue y jugando los últimos partidos de liga, y en algunas crónicas lo destacan como «el mejor portero de los tiempos actuales», aunque tampoco faltan las críticas sobre su excesivo afán de lucimiento, esto es, de recurrir sin motivo a la acrobacia y el adorno, y de prodigar las salidas a lo loco fuera de su área, aunque no hay constancia de que estas excursiones costaran goles en contra.
En la siguiente temporada, la 35-36, fue titular relegando al banquillo a Zamora, ya en su último año en activo. Nada dicen las crónicas de las naranjas, se ve que todavía no le había entrado el gusanillo cítrico, pero sí de lo que resultaba evidente, Alberty era un tipo muy peculiar en comparación con los otros guardametas. Después de la guerra jugó en el Celta, en primera, en donde fue titular del 39 al 41 y lo recuerdan también como un gran portero y como un tipo simpático y cabal, y ya sí hacen referencia a su gusto por las naranjas entre jugada y jugada. En Vigo seguramente tenía pensado afincarse Alberty ya que abrió negocio, pero a principios de la temporada 41-42 la legislación le impidió seguir perteneciendo a los gallegos y recibió la baja.
Iniciada ya la liga 41-42, en la que el Granada, recién ascendido a primera, sólo tenía disponible a Floro porque el otro portero, Martí, además de ser muy joven había enfermado para largo tiempo, Paco Bru, su entrenador cuando militaba en el Madrid y ahora dirigiendo a los nuestros, recomendó su fichaje y éste se produjo el 28 de noviembre, dos días antes de su debut en Los Cármenes frente al Oviedo, jornada 10, en un partido histórico también porque en él consiguió el Granada su mayor victoria jugando en primera, 8-0. Desde ese momento el húngaro fue titular inamovible y ojito derecho de la hinchada, divertida viéndolo devorar naranjas y embobada ante sus espectaculares plongeons y vuelos increíbles y sus salidas y carreras por todo el verde. Nunca aquí se había visto nada parecido en cuestión de porteros. Como además los resultados acompañaron y el Granada salió de los puestos de la cola, Alberty se terminó de convertir en ídolo de la torcida, que lo adoraba. Su papel fue especialmente brillante, según las crónicas, en la victoria sobre el Castellón (3-2) y en San Mamés (se perdió 1-0), donde recibió una gran ovación del público bilbaíno; aunque parece ser que en Valencia (5-0) dio la de arena y se le culpó de la goleada. También estuvo presente y destacó en otros partidos históricos como el 3-1 sobre el R. Madrid, la primera victoria (1-4) a domicilio en primera, en Riazor, y el gran escardón (6-0) sobre el peor Barça liguero de su historia, aunque en este partido no tuvo excesivo trabajo.
Después de golear al Barcelona en Los Cármenes tocaba jugar en La Coruña, por lo que Alberty pidió permiso y lo obtuvo para viajar por su cuenta a Vigo, a darle una vuelta (que se dice) a su negocio, el Bar Club, y estar con la familia para después incorporarse a la expedición rojiblanca directamente en Coruña. Ahí parece ser que fue donde empezó a gestarse la tragedia que menos de dos meses después tendría un fatídico desenlace. En algunas webs se afirma que Alberty murió de unas fiebres tifoideas contraídas por beber agua de una manguera tras un entrenamiento en Los Cármenes. No me merece mucho crédito esta versión puesto que, si bien es cierto que por entonces y hasta varios años después toda el agua que se consumía en Granada procedía de acequias y aljibes y no estaba clorada -no era potable-, es de suponer que en los varios meses que ya llevaba en Granada el guardameta habría bebido esa misma agua infinidad de veces sin que le pasara nada. Más creíble parece otra versión según la cual la infección se la produjo por consumir marisco en mal estado, y esto habría ocurrido precisamente en su viaje en solitario a Galicia. En la actualidad unas fiebres tifoideas se curan fácilmente con antibióticos, pero faltaban todavía algunos años para que la penicilina llegara por estos pagos.
Después de ganar en La Coruña vino el Sevilla y salió derrotado 3-2. Ése fue su último partido en Granada, un partido de los de echar chispas. La última imagen que de Alberty tuvieron los hinchas rojiblancos fue, en medio de un grandísimo escándalo, verlo salir del terreno al terminar el encuentro teniendo que ser soportado por sus compañeros, muy maltrecho y arrastrando una pierna porque, según la prensa local, los blancos repartieron leña hasta para el apuntador y se cebaron especialmente sobre las carnes del magiar. De ahí que algunos culparan al delantero sevillista Campanal de haber causado la muerte de Alberty con sus recias entradas a por todo, tesis también sin ningún fundamento puesto que el húngaro todavía jugó un último partido, al domingo siguiente en Oviedo, con derrota 3-1.
Desde que desapareció de las alineaciones faltando tres jornadas para acabar la liga, fueron varias las noticias en prensa sobre su estado de salud. Primero se dijo que estaba lesionado a raíz del Granada-Sevilla; después que se encontraba fuertemente acatarrado y tenía altísimas fiebres; una semana después se comentó el peligro que existía de peritonitis; a los pocos días se decía que estaba mejorando poco a poco pero que ya no volvería a jugar en la liga en curso. Un mes transcurrió con continuas informaciones acerca de los altibajos en su estado de salud hasta que el 5 de abril de 1942 informaban los diarios locales que estaba muy grave y se le había administrado la extremaunción. El día 7 de abril lo que comentaban era que había experimentado una ligera mejoría. Hasta que el día 10 informaban de que la tarde anterior había muerto en el sanatorio de la Purísima después de ser operado de una perforación intestinal y no haber superado la congestión broncopulmonar que le sobrevino. Cuenta Ideal que al correrse por la ciudad la noticia del fallecimiento llegó a acumularse tal gentío en la puerta del hospital y cercanías (calles Lavadero de las Tablas y Horno de Haza) que no se podía pasar.
En la misma página de Patria en cuyo ángulo inferior derecho se publica la esquela de Julio Alberti Kiscelik [sic] (en la que «Su director espiritual, R. P. Servando López, S. J.; su desconsolada esposa, doña Eugenia Álvarez; sus padres, hermanos y demás familia (presente y ausente) y la Sociedad Deportiva Granada, C. de F.» convocan al funeral por su alma al día siguiente), viene también una nota en la que pone que la noble nación italiana invita a cinco combatientes de la División Azul repatriados por heridas o enfermedad a viajar a Florencia costeados de todo para asistir a un certamen musical de un mes de duración. Hay más agasajos para los convalecientes divisionistas, pero éstos en nuestra otra nación amiga, en el Estadio Olímpico de Berlín, donde ocuparán un lugar preferente para asistir al amistoso Alemania-España del próximo domingo. En Ideal, en primera página, viene una foto del portero dando la noticia de su fallecimiento, y los titulares los ocupa el inicio de la que después se llamó “Marcha de la muerte de Bataán”, Filipinas, un episodio oscuro de la II GM en el que murieron miles de soldados estadounidenses y civiles filipinos, todos prisioneros. Y es que en 1942 la guerra del Pacífico todavía la ganaban los japoneses. Mientras, por estos andurriales, en Madrid, Antonio Bienvenida se preparaba para tomar la alternativa con toros de Miura en una tarde espléndida de sol y lleno.
Ni naranjo detrás de una portería o en la explanada del viejo Los Cármenes, ni busto en su recuerdo ni perrito que le ladre, que todo lo que en Granada depende de la generosidad de la calle ya se sabe cómo termina. Sólo un nicho a perpetuidad en el cementerio de San José regalo de Gallego Burín. Y casi ni eso porque las cenizas de Alberty recientemente han estado a punto de verse desalojadas del lugar donde llevan 77 años reposando de no ser por la intermediación de la Asociación Granadinista 5001, que ha conseguido del club el abono a Emucesa de las tasas de mantenimiento de su tumba para evitar el desahucio. No existe monumento alguno ni lápida a la memoria de este futbolista de leyenda, pero aunque van quedando cada vez menos de los que lo vieron defender heroicamente la portería rojiblanca, el recuerdo de este húngaro singular sigue muy vivo y sí que podría hablarse de un túmulo inmaterial en el imaginario hinchístico de este modesto aunque histórico club. Y es que la historia del Granada es tan rica que hasta cuenta con un mito romántico como es el de un portero desdichado, aunque sin un poeta de talla que cantara las desgracias del futbolista.
Comentarios
2 comentarios en “Alberty, un portero muy peculiar”
José Luis Entrala
17 de mayo de 2019 at 03:17
Soy admirador confeso de Alberty al que vo en todos los partidos que jugó con el Granada en Los Cármenes. pero debo confesar también, que, al leer esta crónica de José Luis Ramos, me he enterrado de cosas que no sabía sobre este mítico jugador. Y, por supuesto, que estoy totalmente de acuerdo con sus consideraciones finales contenidas en el último párrafo Nunca es demasiado tarde y a lo mejor este victorioso Granada C.F. actual, puede generar un ascenso a primera y un homenaje póstumo al que fue mejor guardameta de todos los tiempos.
J L Ramos
18 de mayo de 2019 at 10:40
Muchas gracias una vez más por tus comentarios. Hasta un mito romántico, un portero desgraciado, húngaro además, tenemos en nuestra historia. Parece que algo se cuece en el club y pronto podría haber algún recuerdo en el Nuevo Los Cármenes. Un abrazo.