Amar lo que se hace... recuerdo a mi abuela
Llevo un tiempo sin escribir… La Navidad me había poseído y con este empacho de momentos perfectos no sabía de qué hablar. Ya lo dice la sabiduría popular: la inspiración viene en los momentos complicados.
Sin embargo, este fin de semana viendo las noticias escuché el caso de un pequeño en China (uno de miles en su misma situación) que recorre a diario a pie cuatro kilómetros de carretera helada. Aún así este pequeño se las apaña para sacar diez en el colegio y sueña con ser policía.
A mí me gusta quedarme con lo positivo de las cosas, en este caso tan duro, la verdadera lección es que con amor a lo que se hace todo es posible... Y no pude evitar acordarme de mi abuela.
Tengo que hablaros de ella.
Mi abuela era maestra en unos tiempos que no eran nada fáciles. Los maestros tenían que estar en escuelas unificadas (esto quiere decir que tenían niños desde Preescolar hasta lo que hoy se conoce como Bachillerato), había más de cien niños por aula, sin calefacción y sin recursos: solo una pizarra gastada y tizas.
Mi abuela amaba lo que hacía, tenía un don. Amaba a sus niños y sentía una gran responsabilidad y respeto hacia ellos. Tanto era así que en una ocasión enfermó y no quiso quedarse en casa para recuperarse, porque sus niños recorrían hasta siete kilómetros nevando para ir a clase. ¿Cómo no iba a ir ella? ¿Cómo les dejaba sin su clase?
Su decisión le costó una bronquitis que se cronificó y que llevó a cuestas toda su vida. Pero nunca le pesó.
Compatibilizaba su trabajo con el cuidado de sus tres hijos en una época en la que no existían las comodidades que tenemos ahora, y le daba tiempo de todo. Francamente, no sé cómo lo conseguía. Perdió la visión muy joven y llegó a dar clases de memoria porque ya no podía leer, pero aún así sacó adelante a varias generaciones de médicos, abogados, administrativos, bedeles… niños de familias humildes, del campo, que mejoraron sus vidas gracias a su propio esfuerzo, por supuesto, pero también gracias a la dedicación de su maestra María Luisa, Mari como la llamaban.
Siempre ayudó a todas las personas que encontró en su camino sin jamás pedir nada a cambio, en un perfecto tándem con mi abuelo… otro cortado con la misma tijera.
Ella intentaba dar lo mejor de sí misma en cada momento y lo conseguía. Su legado de amor, sabiduría y bondad vive en cada uno de sus hijos y nietos, amigos y alumnos. Lo que tocaba lo convertía en cariño. No hay día que no piense en ella, en su valentía y su lucha, y me da fuerzas para seguir su ejemplo e intentar ser mejor persona.
Su ejemplo me demostró que amar lo que se hace es la clave para dar lo mejor de uno mismo y conseguir tener la conciencia tranquila. Y esto no quiere decir que nos dediquemos a hacer solo lo que nos gusta, es solo que, aunque no sea lo que queremos hacer en ese momento, tenemos que ponerle ilusión, ganas y esfuerzo.
Y es que muchas veces nos quejamos por puro vicio, nunca tenemos suficiente. No estamos motivados y no sentimos ilusión, pero no la sentimos porque no la buscamos. La inmensísima mayoría de nosotros vivimos sin problemas reales, y sé que suena mal porque en esta vida el que más y el que menos tiene lo suyo… Pero, en serio, problemas reales son las enfermedades, pensar en qué les vas a dar de comer a tus hijos mañana o que tu hijo de ocho años tenga que recorrer cuatro kilómetros a diario solo y por la nieve para ir a la escuela mientras tú estás lejos de él trabajando para que pueda malcomer… Sin embargo, las personas en estas circunstancias suelen ser las más fuertes y decididas, las que demuestran al mundo la grandeza del ser humano.
Ahora reflexionad…
¿Realmente tenéis problemas?
¿Qué os frena para dar cada día el cien por cien de vosotros?
¿Qué os está haciendo infelices?
Nuestra vida en el fondo está vacía, cuando tenemos motivos de sobra para tenerla llena. Nunca seas tu propio freno: márcate un objetivo y no lo pierdas de vista. Ama lo que haces en cada momento y siente ilusión por cada uno de los segundos de tu día, porque no solo serás más feliz, también estarás contribuyendo a hacer el mundo mejor.
Y no puedo cerrar este artículo sin decir a voz en grito: Gracias al universo por ponerte en mi camino y hacer de mi lo que soy. Siempre en mi mente, siempre en mi corazón. Te quiero, Abueli.