"Antes de ir a un centro de acogida prefiero vivir en la calle, al menos aquí soy libre"
De tener una vida totalmente normal a vivir en la calle y pedir a diario para poder subsistir, así es la vida de dos personas sin hogar en Granada
“Nunca me imaginé que acabaría en la calle, nadie se lo espera, pero a todos nos puede pasar algún día”. Así empieza su relato Antonio, nombre ficticio ya que el entrevistado prefería mantener su anonimato, un hombre de apenas 42 años que ya lleva tres sin un techo bajo el que refugiarse. Con la voz temblorosa y algo avergonzado, Antonio reconoce que se ha equivocado en muchas ocasiones a lo largo de su vida y que sus malas decisiones lo han llevado a la situación actual.
“Yo tenía una vida totalmente normal, pero cometí el error de entrar un día a un salón de juegos, aquella tarde todo lo que había construido durante tantos años se desvaneció. En apenas una semana me fundí 3.000 euros y en cuestión de dos meses estaba totalmente arruinado. Sin dinero, sin trabajo y sin una familia que me ayudase cogí las pocas cosas que pude y que aún no había vendido y la calle se convirtió en mi nuevo hogar”.
Algo similar le ocurrió a Ricardo, aunque en su caso no fue a causa de una adicción. Ricardo tenía un pequeño taller de coches en Jaén. Gracias a lo que generaban con su negocio, él y su familia podían vivir “cómodamente”, sin muchos lujos, pero sin pasar “fatigas” como él mismo explica. Sin embargo, su vida dio un giro de 180º cuando menos lo esperaba. La pandemia del coronavirus hizo que su negocio quebrara y poco a poco se fue quedando sin liquidez. Con esta situación de ruina absoluta, su mujer se marchó con su familia dejando a Ricardo solo y sin nadie a quien recurrir.
Ambos se conocieron hace un año y desde entonces vagan juntos por las calles de Granada. Reconocen que dentro de la indeseada situación que están viviendo, el poder compartirla con alguien con quien “te llevas bien te lo hace más ameno”. Cada mañana Antonio y Ricardo se colocan en su “supermercado de confianza” como ellos lo llaman para pedir algo de comida o dinero. “Nosotros no usamos el dinero que nos dan para gastarlo en alcohol o drogas, otras muchas personas que viven en la calle sí, pero nosotros al menos no”, reconoce Antonio.
Las personas sin hogar sufren, a diario, el rechazo de gran parte de la sociedad y el estigma que pesa sobre ellos en ocasiones llega a límites insospechados. "Hay mucha gente buena en el mundo, personas que sin conocerte de nada te dan comida, dinero e incluso ropa y mantas ahora que ya hace frío. Aun así, también hay quienes te miran por encima del hombro e incluso con asco. Lo peor para mí fue el día que me encontré con un antiguo amigo de la infancia y al verme en la calle ni se dignó a ofrecerme su ayuda o al menos un poco de preocupación, ahí sí que me sentí una basura", asegura Ricardo.
La pregunta para ellos dos estaba clara, ¿por qué no recurren a las casas de acogida, al menos para resguardarse en la noche? Ambos se negaron en rotundo. "Sabemos que ahí vamos a tener un techo e incluso comida, pero no somos libres. Prefiero vivir en la calle que en un centro de acogida", explica Antonio quién también apunta que "ya estuve en uno hace unos meses y me sentí como si volviese a ser un crío que necesita a veinte personas a su alrededor pendiente de él todo el rato y sin capacidad de decisión. En la calle paso frío, sí, pero yo decido donde ir y cómo vivir mi vida".