Aprendiendo a sonreír
A estas alturas de la historia, muchos habrán imaginado que lo que más me llama la atención es su sonrisa, su eterna sonrisa...
¿Está ahí, papá? La voz de Dani suena todos los días justo en mi cogote. Se lo imaginan: es de noche, siete y cuarto de la mañana, directo al aula matinal… y algo que, como tantas y tantas cosas a su edad, despierta su ilusión. Yo, en cambio, aún no he tomado café.
Papá, ¿Está ahí? No sé quién es. Nunca lo sabré, pero a mis hijos les gusta verlo todos los días. Da igual si llueve o hace frío. Da igual que, como todos los días, atasco tras atasco, alguien decida que está prohibido sonreír. Son las ocho, y en el cruce de Arabial con el Parque García Lorca, sigue prohibido sonreír.
¿Lo ves ya, papá? Pero, ¿cómo no lo voy a ver?-pienso para mis adentros. Vaya como vaya vestido, siempre por fuera lleva un anorak rojo, y en sus manos, varios paquetes de pañuelos con ambientadores de colgar. ¿Para que servirán? ¿No estarán caducados? Puedo aseguraros que quienes por allí transitamos a tan tempranas horas, pensamos igual. Es más: a pesar de su eterna sonrisa, nunca vi que nadie bajara su ventanilla para comprar algo. No pasa nada: siempre sonríe y saluda. Y tampoco es que, a estas alturas de mi vida, vaya a preocuparme por lo que pueda haber detrás de cada sonrisa… aunque dudo mucho que todo en su vida sea felicidad, o al menos, la felicidad que todos entendemos.
Papá, ¿no ha venido hoy? Claro que sí, Dani, claro que sí… nunca falta a su cita. Siempre está. Todas las mañanas. Es su único trabajo. Cada día. Sin falta. Creo que ya son dos años viéndolo. Siempre igual. En el mismo sitio. Con su anorak rojo.
A estas alturas de la historia, muchos habrán imaginado que lo que más me llama la atención es su sonrisa, su eterna sonrisa. A pesar de todo. Nunca deja de sonreír. Ni de saludar. Dani siempre le devuelve el saludo con su mano. Siempre le responde, como responden todos los niños que pasan por la esquina de Arabial con Virgen Blanca. Nunca le vi vender nada, ignoro de qué podrá malvivir… siempre sonríe…
Esta mañana, se ha repetido la historia. Como todas las mañanas. Dani, al verlo, ha vuelto a saludar. Esta vez, he bajado la ventanilla del coche, he sacado un euro que aún dormía apretado en el fondo del bolsillo de mi pantalón, y le he comprado un ambientador. Me ha dado las gracias en un chapurreado español, sin apartar la vista de Dani, que seguía saludando sin cesar. Cuando hemos llegado a la puerta del cole, Cayetana me ayuda a colgarlo en el espejo retrovisor del coche.
No huele a nada. Lo sabía. Pero cuando me fijo en él, recuerdo lo importante que resulta, a pesar de todo y de todos, aunque sean las siete de la mañana y aún no haya tomado café, aprender a sonreír.
Comentarios
Un comentario en “Aprendiendo a sonreír”
Belen
18 de febrero de 2017 at 20:01
Siiiiii, sonreír