El arte de la taracea granadina, en peligro de extinción: "Si no fuera por los turistas, no existiría ya"
Una tradición milenaria, cuyo origen trasciende del legado nazarí y perduran hasta la actualidad, consolidándose como parte del patrimonio artístico de Granada
El constante ir y venir de personas anima la calle Real de la Alhambra. Son numerosos los grupos de turistas que, desde bien temprano, se aproximan a los alrededores del emblemático monumento granadino. El bullicio de la gente se entremezcla con la serenidad de su entorno histórico. A orillas de la puerta magna de la Alhambra se encuentra un pequeño taller especializado en la artesanía de la taracea. Dentro, encolando pequeñas piezas, está Francis, el artesano de la familia Laguna Taracea. A su lado, Elena, la gerente del taller, da la bienvenida a los turistas que pasan a ver en vivo el arte de esta especialidad.
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Cinco generaciones y un legado familiar que no están dispuestos a perder. Así lo asegura Elena, la hija de quien eligió este enclave para llevar la taracea granadina como seña de identidad. "Mi padre aprendió el oficio de mi abuelo, y mi abuelo, a su vez, de mi bisabuelo. Ahora quedamos nosotros. Mis sobrinos son los que han aprendido a hacer la artesanía para que no se pierda la tradición familiar", cuenta la mujer.
Su padre jamás pensó que la calle Real de la Alhambra se convertiría en una de las más concurridas de la ciudad. En el número 30 instaló este modesto taller, que anteriormente había pertenecido a un carpintero, por lo que tenía todo lo necesario para hacer lo que mejor se le daba con sus manos: la taracea. "En los años 60, con el boom del turismo, mi padre comenzó a vender las piezas que había ido haciendo. Antiguamente, este tipo de artesanía se vendía a las familias adineradas que querían tener un mueble bonito y con un diseño especial", destaca Elena.
El lugar aún mantiene la esencia de la familia Laguna. Su interior está lleno de piezas de taracea por todos lados, con pequeñas y grandes obras maestras. Un mural de billetes adorna la pared principal formando una especie de diario que evoca a la evolución de la taracea granadina. "Yo me he propuesto que la taracea no se pierda, pero necesitamos mucha ayuda", confiesa la mujer.
Además, reconoce que las nuevas generaciones "no están muy por la labor de aprender este oficio, siempre hay excepciones, pero son muy pocos". Francis, Paco, Eduardo, Manolo y Juan son las cinco piezas clave de este taller para que el oficio del taracero siga vivo y perdure en el tiempo. Cada uno de ellos aporta su habilidad y experiencia, desde el más joven, con 38 años, hasta el de mayor edad, con 63. Todos ponen su granito de arena para preservar esta tradición artesanal que ha sido transmitida de generación en generación.
"Es una seña de identidad en Granada"
Francis, el más joven de los sobrinos dedicados a este oficio, considera que es "un trabajo muy bonito". Comenzó a los 16 años observando a su abuelo, quien depositaba pequeñas piezas sobre un tablero de madera, creando rompecabezas combinando una base de huesos de vaca, nácar y metales. Para él es fundamental que se mantenga viva esta artesanía. "Es una seña de identidad en Granada y sería una pena que se perdiera", señala.
Asimismo, detalla que, si dependiera de los granadinos, este arte se habría perdido "hace tiempo". "Es cierto que los granadinos lo valoran, pero no como se debería”, añade y destaca que "si no fuera por los turistas, esto no existiría ya". El visitante se ha convertido en el público objetivo de este oficio. Muchos se acercan a este taller para llevarse como recuerdo una obra de taracea: las cajas, los juegos de mesa, las mesitas, los grandes muebles y los cuadros son algunas de las variedades que pueden encontrarse en un taller como este.
A pesar de las dificultades, la familia Laguna sigue luchando por mantener viva la llama que encendió su bisabuelo, convirtiendo un arte que va más allá de su belleza en un pergamino de la historia nazarí. Aunque el futuro del oficio está marcado por la incertidumbre y el reto de mantener el interés de las nuevas generaciones, los artesanos como Francis siguen con esperanza, decididos a preservar una parte fundamental de la identidad y la cultura granadina. En un mundo donde predomina la inmediatez y la vertiginosidad, la taracea continúa siendo, para ellos, una forma de resistencia, un arte que no solo se forja en las manos, sino también en el corazón de aquellos que se niegan a dejarlo morir.
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