En Los Cármenes... hace mucho
Se han cumplido noventa años y algo de una idea entonces nueva, un tanto peregrina y, desde luego, nada multitudinaria, que no fue otra que la creación del Granada CF.
Para llegar aquí se ha recorrido un largo, brillante y, muchas veces, penoso camino, y un 'granaíno', que cada día sueña desde la distancia con las calles de su infancia, con ese barrio de San Juan de Dios donde nació y donde se crio, que aprendió la profesión en la calle Oficios, en Patria, con los mejores maestros, Molina Fajardo, José Luis Codina, Juan José Porto o Juan Bustos, y los de fuera como Antonio Prieto, Carloto o Piñero, entre otros, y que tuvo la oportunidad con el Granada grande e invencible que gobernó Candi, puede volver la vista atrás y rememorar una vivencia que muchos de los aficionados actuales no podrán creer y solo los veteranos recordarán.
Porque hace muchos años, pongamos más de sesenta, no se iba al fútbol como se hace ahora, que hay que tener una agenda para saber qué día de la semana juega tu equipo, y se está más pendiente de qué plataforma televisiva es la mejor para disfrutar del juego, eso sí, a costa del ambiente, la pasión y las emociones que se respiran en el estadio.
En aquel entonces, cada quince días, el domingo era sagrado y después de un rápido almuerzo, a las cuatro o cinco de la tarde como mucho, había que ir a Los Cármenes, ese hermoso e histórico estadio hoy desaparecido, que se erigía junto a la cárcel y cerca de la plaza de toros, con un gran arco grande y dos pequeños en la entrada principal, gradas bajas y muchísimo sabor.
Cada dos semanas exactamente en casa había que comprobar cuando te tocaba ir, porque dinero no había para todos y solo existían dos carnés guardados para repartir entre cuatro y uno era fijo para el padre. Claro que el mayor de los niños salió ganando durante algunos años por lo de la edad.
Así, cogido de la mano de papá, llevando dos almohadillas hinchables forradas en tela con los colores del club y soñando con lo que iba a pasar, iba uno al fútbol, recorría el largo recorrido desde la calle Almona de San Juan de Dios. Antes de entrar había que comprar ‘pictolines’ en la misma esquina del campo, en un tenderete fijo y conocido, pasar el control de la puerta, ir a la grada tras la portería, delante de la cárcel, y en la fila 13, números 109 y 111, estaban los lugares señalados por el club.
Había entonces que esperar, mirar para todas partes; pensar en los internos de la prisión que oirían los gritos del respetable; fijarse en el marcador simultáneo y en los soldados de la Cruz Roja con sus uniformes, camillas y demás aparejos; en algunos aficionados que se libraban en su momento del sol con unas gorras extrañas hechas de cartón o con pañuelos anudados por las esquinas; en los policías vestidos de gris que rodeaban el césped y en el color de las camisetas del contrario que ibas a ver, porque las de los tuyos ya las sabías, rojiblancas verticales y faltaban muchos años para que cambiaran de sentido, y a los grandes jugadores que jugarían. De visitantes vio a muchos, muy famosos, o no, dependiendo del equipo, y como locales en distintas temporadas a Candi, Piris, Otero, Lara, Lalo, Larrabeiti, Arsenio, Cuervo, Carranza, Mingorance o Pirri, por ejemplo.
Antes de comenzar el segundo tiempo, antes de sonar de nuevo el silbato del árbitro, entonces siempre vestido de negro, a los niños no había manera de frenarlos en el graderío y se les dejaba bajar al campo a correr y soñar con algún día ser campeones o jugar en el equipo que te hacía ir al campo jornada a jornada.
Y eso quince cortos minutos hasta que todos tenían que volver a su sitio a la vez que dos caballeros, con un raro y extraño aparato publicitario de madera y cartonajes decorados, terminaban su recorrido de dar la vuelta al césped, andando y sudando a causa del peso y de lo primitivo del invento, y se iban por una esquina.
Esto pasaba en medio de los noventa minutos, de los goles, de los penaltis, de los ‘fau’, los offside, los córneres, los linieres y toda aquella mezcla de palabras mitad españolas, mitad inglesas, bien o mal pronunciadas, que todo el mundo manejaba antes de salir al final, a escape, buscando en la calle ‘La Goleada’ aunque el simultáneo ya te había contado en cuanto a los goles, cómo había marchado cada encuentro.
Alguien no lo creerá, pero todo esto es verdad.
Y para el que lo dude y piense que fue un sueño, ahí queda esa foto de la época y del momento con niños en el campo y el que suscribe, mirando al fotógrafo de frente, y desde lejos, como protagonista.
Como dije en el titular, en Los Cármenes… hace mucho.