Hoy paso de ver las noticias; me voy de pícnic
Asesinatos homófobos, violencia machista, 'influencers'; y seguimos hablando de España como un país inmerso en la libertad y en la evolución
— A ver, qué pasa, cuéntame — me pregunta él como respuesta a mi suspiro.
— Nada, tío, pero que ¿a mí qué narices me importa que la infanta Leonor haya plantado un árbol o empiece el próximo curso en Gales? ¿Me lo explicas? Porque dudo que haya alguien sobre la faz de la tierra a la que una ‘noticia’ como esta le despierte algo.
En realidad, no he dicho narices, he usado un taco de esos con los que te llenas la boca porque así parece que te quedas más a gusto que usando una palabra que no sea malsonante.
Y, en realidad, sí me pasan cosas. Me pasa que, últimamente, me lo pienso dos veces antes de coger el mando para poner las noticias, que es lo único que veo en televisión.
Porque sé que este ejemplo de la infanta Leonor y su árbol y otros del estilo, igual de absurdos, igual de vacíos, son los que formarán la sección de ‘buenas noticias’.
Que el resto de titulares van a ser de este tipo:
“Matan a un joven de 24 años con toda una vida por delante solo por su condición sexual”.
“Nuevo caso de violencia machista, ya se ha perdido la cuenta de los que van en lo que llevamos de año”.
“Un niñato de 19 años promueve y alardea en redes del uso de las relaciones sexuales sin preservativo y luego intenta ‘disculparse’ diciendo que la comunidad de influencers debería estar respaldada por algún tipo de sindicato que les aconseje y asesore”.
Y seguimos hablando de España como un país inmerso en la libertad y en la evolución.
Espera.
A ver si lo he entendido bien, voy a hacer un repaso.
Resulta que una pandilla de desalmados golpean hasta matar a un chico por ser homosexual. Y resulta también que la gente sigue incitando al odio dándole más importancia a la nacionalidad de los agresores que al trasfondo y al motivo por el que decidieron acabar con su vida.
¿Dónde estaba la libertad de Samuel en ese momento?
Fue arrebatada por escoria humana, de la que está llena el mundo, por elegir amar a los hombres.
¿Y la evolución, dónde está?
En nuestros móviles con cuatro cámaras. En nuestros coches y patinetes eléctricos. En los auriculares inalámbricos. En el Tinder.
Sigo con el repaso.
Todos los días escuchamos en los diversos medios de comunicación, o de nuestra propia boca, sobre nuevos casos de violencia machista.
De abusos físicos y verbales.
En el trabajo, en la calle.
Desde una mirada o comentario lascivo hasta una paliza de muerte.
Es ya como el pan de cada día; me da miedo que en algún momento deje de sorprendernos.
Y seguimos hablando de España como un país que promueve y penaliza enfáticamente la igualdad entre hombres y mujeres.
Como un país dónde la brecha entre sexos es cada vez menor y el machismo se torna cada vez más turbio.
Ojalá.
Y ya, con esto, termino con el repaso.
Quiero pensar que el caso del ‘tiktoker’, cuyo nombre no recuerdo ni quiero, va a hacer tomar consciencia a los que (supuestamente) están arriba de lo necesario que es que se den cuenta de la escasa y nefasta educación sexual que se imparte en España. Sexual y de todo tipo.
Pero sobre la educación que haya de puertas para adentro de las casas como las de este parásito, poco podemos hacer.
De 7 a 22 millones de seguidores tiene en redes.
Su discurso y actitud como fuente de inspiración para millones de chavales de su edad y menores.
Un discurso donde cuenta que miente a las chicas diciéndole que es estéril para que no se preocupen y poder eyacular dentro.
Un discurso que es aplaudido y reído por millones de personas, todas carentes de educación, incluido el entrevistador.
Ojalá te quedes estéril pronto de verdad. Tú y todos los que han decidido seguir tu ejemplo.
Lo deseo fuertemente.
Y bueno, básicamente me pasa que me inunda mucha pena e impotencia cuando me paro a pensar de verdad en la sociedad frívola y deshumanizada en la que vivimos; en lo lejos que estamos de conseguir aquello que creemos ya tener, en el inexistente avance que nos rodea pero que, a nosotros, nos hace sentir mejor creer que sí, que existe.
Poner las noticias es recibir una hostia de realidad tras otra de la que a veces huimos porque pensamos que no podemos hacer nada. Y es que, desgraciadamente, ante muchas cosas no podemos hacer nada, individualmente hablando.
Porque colectivamente claro que se puede.
Pero ya, si eso, más tarde.
Como si posponer las cosas nos asegurara que van a costar menos.
La verdad es que en esta columna iba a hablar de mi barrio y mi vecindario, de las cosas y personas tan bonitas que me han pasado desde que vivo aquí, de mi casera ‘la Trini’ y de lo ‘chanera’ que me siento ya.
Pero, una vez más, confirmo que planear y pensar con antelación lo que voy a escribir se me da nada más que regular.
Soy más de aquí te pillo, aquí te mato, esto aplicado a muchos aspectos de mi vida.
Siempre con respeto, hacia mí y hacia los demás.
Porque lo del respeto es como lo de la admiración: tienes que respetarte a ti primero para poder respetar de verdad a los demás.
Y tienes que poder admirarte a ti primero para poder admirar de corazón a los demás.
Admirar sin pasar por la envidia.
Lo simple que parece y lo complicado que es, ¿eh?
Cambiando de tema radical:
Hoy he escuchado no sé qué de una quinta ola. Puto Covid.
Veo las playas abarrotadas y me agobio. Veo estadios de fútbol donde no cabe ni un alfiler y me agobio.
Lo mismo con los bares, las calles y cualquier lugar donde se produzcan aglomeraciones.
No es un agobio de enfermita, pero sí que me planteo la necesidad de estar tan cerca de tanta gente.
Antes también me pasaba, pero ahora más.
Me pregunto si cuando me vacune me seguirá pasando; a veces doy gracias de ser lo sociable que soy porque, de no ser así, creo que esto de la pandemia habría supuesto en mí un antes y un después bastante más ruidoso.
Y creedme: si de algo entiende este último año y pico que he vivido es de ruido, y de antes y después.
De aquí a poco tengo que bajar al súper a comprar un par de ingredientes que me faltan para preparar la cena; nos vamos a ir a un pantano a ver atardecer y a cenar, rollo pícnic, con nuestro mantelito y nuestras sillas de ancianos.
Del tema mosquitos ya os contaré.
Estoy viviendo una etapa en la que intento (re)conocerme en cada paso que doy, en cada palabra que pronuncio y también en las que callo.
Y cuando no lo consigo, entonces intento ver qué falla y cambiarlo.
No es tarea fácil, lo de conocerse digo, y quizás dure para siempre.
A veces discuto conmigo misma, y soy bastante dura.
Luego me abrazo, me beso y me disculpo.
Y me escucho, últimamente me escucho mucho.
Qué importante es saber darle a la soledad el lugar y el espacio que merece.
Yo no era consciente hasta que me topé de cara con ella.
Ahora la amo, y ella a mí.
Y ambas esperamos ansiosas a que llegue el fin de semana para que nos abracen y, de un plumazo, acaben con nuestros temores.
No hay prisa.
Tengo (tenemos) toda una vida por delante.
Abrazo eterno.