Fracaso como motor de las mejores hazañas
Decía Mar Gironella en una carta a la directora de el país que: Le tengo miedo al fracaso. Estoy a punto de terminar una carrera universitaria y tengo miedo a muchas cosas, pero a la que más miedo tengo es a no ser lo suficientemente buena, a no estar lo suficientemente preparada, a no dar la talla, a no poder cumplir con aquello que se espera de mí. Desde que somos pequeños nos enseñan que fallar está mal, que para lograr ser alguien y tener un buen futuro en esta vida, tenemos que ser de personas de 10. Y a mí eso no me parece que sea justo. Deberíamos poder permitirnos fracasar, intentar hacer las cosas bien y fallar, para aprender de los errores que hemos cometido, para ser mejores. Pero mientras tanto, en una sociedad en la que las segundas oportunidades no acostumbran a tener cabida e incluso se llegan a considerar como un favor, seguiré intentando superar este miedo mío, esperando que quizás algún día todos entendamos que no hay nada de malo en no hacer algo bien, en ser humanos, y en tener miedo.
Y empieza mi amigo y gran analista Miguel Ángel Mañez un post en su gran Salud con Cosas diciendo: El fracaso es la clave para el éxito, o al menos ese es el mantra de moda en el mundo del management y de la autoayuda,. ¿Es cierto del todo esa frase? Tener fracasos hace que aprendamos como no debemos hacer las cosas y, de hecho, difundir las cosas que se hacen mal (como en los talleres de fracasos) es un método muy interesante para tener claro que no siempre todo sale bien.
Y añade una pregunta: ¿es factible basar el aprendizaje sólo en los fracasos? Algunos piensan que aprender del fracaso está sobrevalorado, que reflexiona sobre la necesidad de pensar en el fracaso como en una forma de hacer las cosas mal, pero que no debe ser la guía única de la nueva estrategia o de la nueva forma de hacer las cosas. No obstante, en muchos entornos y grupos de trabajo, analizar un fracaso, localizar las causas del error y rediseñar el proceso para logar el éxito puede ser una gran herramienta de mejora y de aprendizaje grupal.
Completa su análisis diciendo: Quizás precisamente por el origen cultural de la aversión a que el error sea público y además debatido, y como paso previo al cambio, sea necesario implantar talleres de errores, sesiones de revisión de errores o incluso que los congresos incluyan (sin miedo) alguna sesión de comunicaciones de errores. Aprendizaje y cambio cultural, todo en uno.
Y se plantea ¿Empezamos con los talleres de fracasos? Seguro que alternarlos con los de éxitos o los de «venta de motos» viene bien para seguir con los pies en el suelo. Y además así vamos cambiando la cultura de la organización y así quizás algún día hablar de lo que hacemos mal sea la mejor forma de obtener feedback para mejorar.
Y leo en ese entorno una frase del gran baloncestista Michael Jordan: "He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido más de 300 partidos. En 26 ocasiones me confiaron el tiro ganador y fallé. He fallado una y otra y otra vez en mi vida, y por eso he tenido éxito". No fue sólo su talento lo que le llevó a ser uno de los grandes, sino también su filosofía de vida, aquélla que decía que la clave del éxito es el fracaso. Y es que es evidente que de los errores se aprende, que si no fallamos de vez en cuando, no entenderíamos nunca el éxito o que si no nos equivocamos, es que no nos arriesgamos.
Y escribía Pau Gasol: Siempre he creído que las personas que dejan una huella indeleble en la sociedad, sea en el deporte de élite o en otras muchas disciplinas, nunca se rinden, pero tampoco se conforman con los éxitos conseguidos, por muchos o importantes que sean.
Juan Cruz apuntaba en un artículo titulado El éxito de todos los fracasos, que Kipling aconsejaba enfrentar las imposturas del triunfo y la derrota. De las caídas apuntan Juan, puede aprenderse más. El fracaso acecha, pero su apuesta es perder. Valerio Rocco, filósofo de 38 años, recién nombrado director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, reclama el valor formativo del fracaso...
Y además digo que a hombres y mujeres se les educa de forma diferente para enfrentarse al éxito y al fracaso. Ella sabe que no hay éxito como el fracaso y que el fracaso no es ningún éxito, cantaba Bob Dylan en Love Minus Zero/No Limit. Eso tan común llamado miedo al fracaso, el miedo a no conseguirlo, a no dar la talla, a no tener éxito... Es un miedo cultural para muchos, que paraliza para tantos otros y que es necesario para avanzar para algunos más. Y un miedo generalizado a todos pero que tiene sus particularidades de género, decía Prado Campos. Y añade: El fracaso, por tanto, implica miedo y la consecuencia más clara ante este miedo es, sin duda, “no atreverse a hacer, no tomar decisiones para eliminar potenciales riesgos”.
Y en ese entorno leía el otro día un artículo de Jordi Soler sobre el fracaso en @el_pais que decía cosas como esta:
Una palabra como “perdedor” es un estigma con el que hoy ninguna persona quiere cargar. Las redes sociales crean el espejismo de que todos somos triunfadores, y que ahí nadie es un don nadie
Y añade: Lanzó William Faulkner en una entrevista, en 1955, una declaración que va a contrapelo de lo que se piensa en nuestro tiempo, apenas unos años después: “Fracasar y luego volver a intentarlo. Eso es el éxito para mí”. Su perspectiva del éxito, y del fracaso, recuerda la muy célebre línea de Samuel Beckett: “Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Y apunta una visión de interés: Hablar de fracaso en el siglo XXI es anticlimático: es ya un fracaso. Las redes sociales crean el espejismo de que todos somos unos triunfadores. Las redes sociales han sido ideadas, entre otras cosas, para que nadie sea un don nadie. Las palabras “perdedor” y “fracasado” explica son un estigma con el que hoy ninguna persona quiere cargar. Pero la realidad es que perdemos y fracasamos todo el tiempo, y que el éxito sólo llega, si es que lo hace, muy de vez en cuando. Lo que Faulkner enseña dice Jordi es que el fracaso es más importante que el éxito, porque el éxito se agota en sí mismo y dentro del fracaso está siempre latente la posibilidad de triunfar. El fracaso está lleno de futuro y lo que hay más allá del éxito es el vacío. El éxito no depende de nosotros, pero el intentarlo sí.
Y plantea que: Tener esto en cuenta viene muy al caso porque en el siglo XXI el intento ha quedado desterrado y lo único que importa es el éxito, ganar, triunfar, conseguir eso que se ha proyectado antes de emprender la acción, y quien no lo consigue es un perdedor, aun cuando el intento haya sido notable. Pero esto no era así cuando en nuestra especie reinaba la sensatez. La neurosis del éxito en nuestro tiempo se apuntala con eslóganes tóxicos, por engañosos, del tipo: “Sí se puede”, “no aceptes un no por respuesta”, “sí o sí” y un largo, y delirante, etcétera. Porque la realidad nos demuestra todo el tiempo que no siempre se puede y que el sí con mucha frecuencia es no. Lo normal no es tener éxito, sino fracasar. El éxito es muy escaso, es una rareza, y es precisamente su escasez lo que lo hace tan deseable. Si todos fuéramos unos triunfadores el éxito perdería su prestigio. Lo único que una persona sensata puede hacer es intentarlo todo para alcanzar la diana; ese es el verdadero fin. Lo demás es propaganda.
Y termino diciendo: Todos y todas podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias (fomentar la autoestima, ser proactivos, aprender de los errores, ser optimistas, ser flexibles, ser asertivos, ser bondadosos,..). De hecho, las personas resilientes han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas y al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentarse a los diferentes retos de la vida. Un ejemplo claro: esta pandemia tan dura y tan compleja.
En definitiva, ante el error, es imprescindible valorarlo, reflexionar y por último, hacer un plan de mejora. Porque el error forma parte de la ecuación del cambio. Los errores nos permiten adaptarnos a los cambios. A nadie le gusta cometerlos, pero cuando ocurre, es fundamental aprender de los errores correctamente y darse cuenta de que forman parte esencial de la superación personal. No debemos sentirnos abrumados por la culpa y el arrepentimiento, pero sí analizarlos y extraer lecciones de ellos. Porque quien se equivoca descubre el límite de su error y encuentra claves para su victoria, porque es necesario caerse para levantarse; pero quien evita caerse, ignora lo duro que le sería la caída, ya que cuanto más tarde aprenda a caer más duro ha de ser el golpe. Los errores son las huellas de nuestros intentos y además nos enseñan sobre lo que no sabemos. Porque los errores nos recuerdan que somos humanos.