Una segunda oportunidad

Ya son cada vez menos las veces en las que el fútbol me organiza los días, pero el domingo volvió a ser uno de esos días en los que era lo más importante

Granada CF y Selección Española de Fútbol
Callejón controla un balón en el encuentro correspondiente a la jornada 17 frente al Leganés | Foto: LaLiga
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Aunque en el fondo me pese, ya son cada vez menos las veces en las que el fútbol me organiza los días. Apenas me reservo mi bala semanal para ver el partido del Granada lo más tranquilo posible, aunque eso a veces signifique no realizar aspaviento alguno y reprimir cualquier celebración, por no despertar a ese bebé que duerme plácidamente entre mi persona y la pantalla.

Lo cierto es que quedan muy atrás aquellos meses de Mundial sin salir de casa, viendo cuatro partidos por día, y las quedadas con los amigos para animar a España desde el sofá. Ahora me conformo con pagar los 20 euros del Gol Mundial y tener de fondo los partidos, mientras hago cualquier otra cosa. Al final te acostumbras a cocinar con un Túnez-Australia, a escribir con Bélgica-Canadá o bañar a las niñas con un Holanda-Ecuador. Aprovecho para disculparme desde aquí con mi mujer por las cenas quemadas, con GranadaDigital por las palabras de menos en mi columna y con mis hijas por no aclararle bien el jabón.

El domingo, por contra, volvió a ser uno de esos días en los que el fútbol era lo más importante. Jugaban el Granada y España el mismo día y lo organicé todo para quedarme toda la tarde pegado al televisor. Pero, joder, no se me quitó de la cabeza el 25 de junio de 2000. No se me iban de la mente ni el larguero de Jubera, ni el gol de Aguilar y ni el penalti de Raúl.

Por suerte, aquellos eran otros tiempos, cuando tanto Granada CF como la Selección vestían pantalón corto azul, cuando yo aún vivía pegado al fútbol. Ayer, a diferencia del 2000, aunque tampoco ninguno de los dos ganó, nadie quedó eliminado: ni el Granada por el ascenso, ni España en su lucha por ganar un título. Lo de ayer fue como una segunda oportunidad, como esa tablet que resuena de fondo por toda mi casa, haciendo que, aunque con mil responsabilidades más, ese tío que no se entera de nada siga siendo yo.