Renovar o no. Esa es la cuestión
El pasado mes de octubre, GranadaDigital tuvo a bien ofrecerme este espacio semanal para plasmar en unas 600 palabras mi visión de la jornada deportiva. Algo que he ido puliendo con su beneplácito, hasta crear una columna personal que, en cierto modo, me ha servido incluso de terapia personal. Con este, han sido 37 los artículos en los que me he desnudado palabra a palabra, hasta hoy, que termino este ciclo 2020/2021 sin saber si volveré la próxima temporada.
Quizá por ser el último, me voy a tomar la libertad de escribir el texto futbolero más personal de todos. Por ser el último y por encontrarnos a mediados de julio: pleno período de renovación de abonos.
Lo cierto es que en estas fechas siempre me cuestiono muchas cosas. Me cuestiono hasta el amor platónico que siento por el Granada: ese ser inerte que me ha hecho perder amistades, pelearme con mi mujer y desaprovechar horas de sueño cuando mi hija Paula lloró durante las noches de todo un año. Sí, en estas fechas siempre me replanteo la esencia del fútbol y empiezo a discurrir sobre todo lo que no me gusta de este deporte. O, mejor dicho, de este espectáculo, porque este fútbol cada vez es menos deportivo.
Y sí, puede que me sienta como Homer Simpson en aquel episodio en el que “se enfadaba” con la televisión porque se sentía maltratado por aquello que más amaba. Algo que creo que sentimos en mayor o menor medida todos los abonados a nuestros clubes, cuando nos alzan la mano en situación pedigüeña sin apenas querer ni mirarnos a la cara. Y es que parece ser que lo único que importa de nosotros es la capacidad que tenga nuestra cartera en el pantalón. Da igual lo demás. Homer acabó el capítulo fundiéndose en un abrazo con la caja cuadrada, algo que yo cada mes de julio siempre acabo realizando, tras tropezarme con cualquier excusa que me hace pasar por el aro y tragar con todo aquello con lo que no comulgo. Por pequeña que sea, siempre me convence de que es suficiente para guardar la cola que haga falta y que desembolse los cientos de euros que me pidan por tener un abono reluciente. Pero es algo que cada vez me cuesta más hacer.
El viernes, a dos días de que finalizara el plazo de renovación -y no sin bastantes problemas-, renové mi abono y el de mi hija. Porque es precisamente ella la que me ha hecho renovar a mí. Ella es mi excusa de la temporada 21/22. Seguramente mi “yo” de hace unos cuantos años se hubiera alegrado de haber creado un pequeño ser que me obligara ir al fútbol, sin embargo, ahora temo haber criado una personita que siga hinchando a un fútbol enfermo que llora por las esquinas gritando que se muere cubierto en oro. Y es que, como decía Florentino, este deporte se muere, pero se muere precisamente por tener gente dentro como él. Se muere de sobrepeso. Se muere matando a sus aficionados que agujerean sus bolsillos para presenciar un espectáculo que no se preocupa por ellos.
Aunque importe cada vez menos, una temporada más volveré a poblar las gradas del Nuevo Los Cármenes. Mientras, el fútbol continuará muriéndose poco a poco sin apenas recaer en el motivo de su enfermedad: que él también nos importa cada vez menos a nosotros.