Protección de datos versus filantropía

Aunque la tecnología evolucione, la naturaleza de nuestras relaciones sociales sigue siendo tan intrigante y compleja como siempre

Protección de datos versus filantropía
La sociedad ha cambiado mucho en 40 o 50 años y se han producido multitud de avances en materias legales | Foto: Remitida / J. C. U.
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La historia que les voy a relatar en la entrega de hoy es un caso que me ocurrió hace unas semanas y que me llevó en su momento a realizar una especie, digámoslo así, de investigación y seguimiento hasta su final resolución, afortunadamente, positiva.

La sociedad ha cambiado mucho en 40 o 50 años. Se han producido avances en materias legales que nos afectan directamente en nuestro día a día. Tanto que a veces han significado, sin proponérselo ni ser su finalidad primera, encorsetamientos y recortes en nuestras relaciones sociales. Leyes y más leyes, normas y más normas que regulan absolutamente todo nuestro entorno, nuestros movimientos. Normas y leyes diseñadas y pensadas para vivir 'de forma civilizada' y que contribuyen a estrangular y asfixiar nuestra existencia.

Hay que ponerse al día como corresponde a una sociedad que es definida, por ella misma y nuestros legisladores, como moderna. Y todo eso tiene un precio que tenemos que pagar cada uno de nosotros.

Dentro de esta absoluta revolución social y cascada de leyes para adaptarnos a los tiempos hay una que por su propia definición y nombre debería generar confianza entre los ciudadanos de a pie y que, sin embargo, en muchos casos genera recelos. Cuando hace ya bastantes años no existía lo que hoy es la Ley de Protección de Datos todos, y es mi parecer, andábamos como más tranquilos, más despreocupados. No dándole tanta importancia a nuestra intimidad en bastantes sentidos y aspectos. Ahora, nuestra privacidad, se ha vuelto una obsesión. Nuestra vida privada y la de los demás se han convertido en inviolable y nos aseguramos de tenerla a buen recaudo. Y si no es así apelamos a: 'No puedo darle esa información por la Ley de Protección de Datos'. La cercanía de antaño en el trato, los modales y otras tantas arraigadas costumbres que se tenían por buenas, hoy en día parecen ser, en multitud de ocasiones, cuestionadas y en algunos casos incluso mal vistas u objeto de sospecha.

Actualmente todo está digitalizado. Nuestra vida y currículum lo está igualmente. Somos meros números para las administraciones y los números, como todos sabemos, no son de carne y hueso y carecen de alma.

Conozco a un matrimonio, vecinos míos, de avanzada edad –superan los 90 años– y sin descendencia. Con frecuencia me cruzaba con ellos cuando paseaban, la mayoría de las veces, bajo un agradable sol mañanero. Recuerdo perfectamente el día en que, en uno de esos encuentros, me dijeron que se estaban planteando el marcharse un mes a una residencia de mayores (eufemismo para suavizar la palabra tan hermosa que es 'ancianos'). El motivo, ver qué tal se encontrarían residiendo allí. Su hogar ya se les hacía harto difícil de mantener a pesar de que a diario disponían de un asistente para ayudar un poco en las tareas caseras y preparar la comida.

Aun así, preferían tener la tranquilidad de poder disponer, por su avanzada edad, de asistencia médica cercana y personal durante las 24 horas. Eso además de otras facilidades del día a día.

De buenas a primeras, Juan y Manolita, que así se llamaban, desaparecieron. Ya no paseaban por las cercanías y dejé de verlos. Se marcharon, como era su intención, a una residencia según pude saber por otro vecino. Les fue tan bien que ya no volvieron a su casa. Vendieron el que fue hasta entonces su hogar.

A las pocas semanas, se me ocurrió poder visitarlos en su nuevo domicilio. Me enteré, por una vecina, del nombre de la residencia donde se habían marchado así como de sus intenciones de mudarse a otra, fundamentalmente porque no se les permitía estar juntos en la misma habitación debido a las políticas de convivencia de dicha residencia.

Presto y diligente llamé por teléfono para asegurarme que aún estaban allí y no habían cambiado a la nueva.

–No, ya no están aquí, efectivamente se han trasladado a otra residencia. Lo sentimos, debido a la Ley de Protección de Datos no podemos proporcionarle el nombre de la nueva –me contestó amablemente una señorita.

–Son unos vecinos míos muy entrañables y a los que quiero mucho y me gustaría poder visitarlos –insistí con benevolencia.

–Lo entiendo pero no puedo darle esa información –concluyó.

–Maldita Ley de Protección de Datos –pensé.

Finalmente, un día que pasaba cerca de esa residencia se me ocurrió entrar y preguntar personalmente.

–Señorita, entienda usted que lo único que deseo es verlos y hablar con ellos, son vecinos desde hace años y me gustaría saludarlos y darles un abrazo.

Me costó mucha persuasión y un buen rato el convencerla de que mis intenciones eran sólo esas. "Maldita Protección de Datos" –volví a renegar.

Recordé, para restarle importancia al tema, aquella ocurrencia que un día alguien me contó. Se decía que en la sala de espera de una consulta médica apareció la enfermera y en forma de bocinazo exclamó a los presentes: "De acuerdo a la nueva Ley de Protección de Datos, ya no llamaremos a los pacientes por su nombre. ¡Que pase el de las almorranas!".

Gracias a Dios, y a la persistencia, di con ellos, mejor dicho con ella. Juan había fallecido, tristemente, unos meses atrás, al poco de llegar a la segunda residencia.

La dichosa protección de datos me impidió, en cierta manera y robándome un tiempo precioso, haberme podido despedir de mi entrañable vecino y acompañar a Manolita en su duelo en aquellos momentos.

Al final, conseguimos hablar con Manolita y lo que es más importante, darle un emocionado abrazo. Me comentó que su intención, pues su amado Juan ya no estaba, era volver de nuevo a la primera residencia, por estar más céntrica y no a las afueras de Granada. Al faltar su marido, ya no era obstáculo el tener habitaciones separadas así que su deseo era regresar a la primera lo antes posible.

El futuro de la protección de datos nos espera lleno de incertidumbre y nuevas tecnologías que ni siquiera podemos imaginar. ¿Será un mundo donde la privacidad sea un lujo reservado para unos pocos privilegiados? ¿Lograremos encontrar el equilibrio perfecto entre la conexión digital y la preservación de nuestra esencia más íntima?

En este viaje por el antes y después de la protección de datos, queda claro que hemos pasado de los días despreocupados de los rollos de papel a una era donde nuestras vidas están resguardadas por códigos y algoritmos. Sin embargo, la esencia de la conexión humana sigue viva, adaptándose y transformándose en nuevas formas que desafían nuestras expectativas.

No olvidemos que aunque la tecnología evolucione, la naturaleza de nuestras relaciones sociales sigue siendo tan intrigante y compleja como siempre.

Y está bien que se proteja nuestra intimidad pero ¿no echan ustedes de menos aquellos tiempos donde las relaciones se regían por el amor al género humano, el altruismo, la generosidad, la magnanimidad, el humanitarismo, la abnegación y la caridad, en definitiva, por la filantropía? Yo, muy a menudo, sí.







Comentarios

3 comentarios en “Protección de datos versus filantropía

  1. Muy cierto este artículo

  2. Un artículo muy bien escrito y diciendo la pura verdad

  3. 👍👍👍👍👍