Barral se ganó ser despedido

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Foto: Davinia PG
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Mientras anoche veía a Barral caminar en dirección a los vestuarios con cara de no saber qué había pasado y que él simplemente deambulaba por allí, me hubiera gustado convertirme durante unos pocos segundos en Quique Pina. Si yo llego a ser el presidente del Granada tras la estúpida segunda amarilla al delantero asturiano, Barral ya no jugaba en el equipo nazarí. No le habría dado tiempo ni a que terminara el telediario. Hubiera rescindido su contrato ipsofacto. Sus dos cartulinas en el decisivo encuentro contra el Español que obligaron al Granada a jugar durante una hora con un futbolista menos fueron lamentables. El manual perfecto para todo jugador que sale a un terreno de juego con ganas de irse a la ducha bien temprano, en una actitud tan egoísta y poco profesional que solo merece el castigo de un despido. Procedente, por supuesto.

Barral tiene más tiros pegados que una docena de regimientos. Es inaceptable que ayer se autoexpulsara porque sí cuando su equipo se estaba jugando media permanencia: «el primero que está apenado es él», comentó José González tras el duelo ante los catalanes. No, señor González, no. Barral se marchó a casa con la conciencia bien tranquila, porque cuando tienes tantos años y tantas batallas acumuladas, y en un encuentro de tanta necesidad sales a dar codazos gratuitos, no es porque haya habido un componente de mala suerte o porque se te haya 'pelado el cable'. Sencillamente, has decidido reírte de un club con 85 años de historia que ahora mismo le da de comer pero que pasado mañana no se acordará ni del nombre de su estadio.