Calle melancolía, la felicidad de estar triste o de andar sin encontrarse

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Como quien viaja a lomos
De una yegua sombría
Por la ciudad camino
No preguntes adónde
Busco acaso un encuentro
Que me ilumine el día
Y no hallo más que puertas
Que niegan lo que esconden
Las chimeneas vierten
Su rollito de humo
A un cielo cada vez
Más lejano y más alto
Por las paredes grises
Se desparrama el zumo
De una fruta de sangre
Crecida en el asfalto
Ya el campo estará verde
Debe ser primavera
Cruza por mi mirada
Un tren interminable
El barrio donde habito
No es ninguna pradera
Desolado paisaje
De antenas y de cables
Vivo en el número siete
Calle Melancolía
Quiero mudarme haré años
Al barrio de la Alegría
Pero siempre que lo intento
Ha salido ya el tranvía
En la escalera me siento
A silbar mi melodía
Como quien viaja a bordo
De un barco enloquecido
Que viene de la noche
Y va a ninguna parte
Así mis pies descienden
La cuesta del olvido
Fatigados de tanto
Andar sin encontrarte
Luego, de vuelta a casa
Enciendo un cigarrillo
Ordeno mis papeles
Resuelvo un crucigrama
Me enfado con las sombras
Que pueblan los pasillos
Y me abrazo a la ausencia
Que dejas en mi cama
Trepo por tus recuerdos
Como una enredadera
Que no encuentra ventanas
Donde agarrarse, soy
Esa absurda epidemia
Que sufren las aceras
Si quieres encontrarme
Ya sabes dónde estoy
Autores de la canción: Joaquin Ramon Sabina
Letra de Calle Melancolía
La melancolía es un estado anímico permanente, vago y sosegado, de tristeza y desinterés, que surge por causas físicas o morales, por lo general de leve importancia. Así dice la definición. Y si profundizamos algo más, nos encontramos que Víctor Hugo decía que “la melancolía es la felicidad de estar triste”. Lo cierto es que cuando nos sentimos melancólicos nuestro estado de ánimo suele asociarse a la tristeza, aunque lo que estamos recordando sean buenos momentos del pasado. Yo diría que a pesar de la canción de Sabina, la melancolía tiene poco de poético o evocador. Es un vacío sin forma, un anhelo del ayer que nos desdibuja por completo del presente. Pocos estados nos sumen en uno tan característico de quietud, de cansancio y agotamiento psicológico hasta el punto de ir dando forma a un subtipo de depresión muy característica que en muchos casos puede ser bastante grave.
La melancolía es, al menos, un problema clínico, histórico, filosófico, artístico y cultural, si es que cabe la separación entre estos diversos frentes. Es más que probable que en algún momento de nuestra vida nos hayamos sentido melancólicos o melancólicas. Y es que todos los cambios están más o menos teñidos con la melancolía porque lo que dejamos atrás es parte de nosotros mismos.
Ello nos viene a decir que la melancolía sin memoria no es posible. Es un sentimiento que nos recuerda que nos falta algo, que estuvo ahí, que era bueno para nosotros, pero que ya no podemos recuperar.

La melancolía y el dolor

Cuando nos sentimos melancólicos rememoramos viajes, momentos, personas o experiencias y llegamos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Porque cuando alguien siente melancolía realmente está sufriendo por algo que ya no puede tener.
Dicho de otra forma, la melancolía es una manera de dolor permitido. Nos duele, pero también nos hace pensar que es nuestro, que nos pertenece, aunque solo sea por unos minutos y esté alojado en nuestro banco de recuerdos. Y es que las personas no podríamos vivir si fuéramos completamente impermeables a la tristeza. Muchas penas solo se pueden soportar cuando se las abraza, y el placer que se experimenta en ellas naturalmente tiene un carácter algo melancólico.
Pero la melancolía es también una manera de no aceptar el presente, de no estar contentos con lo que tenemos ahora. Porque cuando nos permitimos viajar con la mente a otros lugares, a otros espacios, a otros tiempo, inconscientemente creemos que es algo que poseemos y que no podemos separarnos de él.
El término melancolía también se ha usado para designar uno de los cuatro tipos de temperamento, como forma habitual que tenemos de reaccionar ante los estímulos del ambiente. El temperamento tiene una base hereditaria y nerviosa, por lo que las personas con un temperamento melancólico suelen tener un sistema nervioso más sensible. Algunas de sus características son:
▪ Son introvertidos y analíticos
▪ No les gustan los cambios
▪ Muestran una gran sensibilidad emocional
▪ Tienen una gran capacidad de concentración
▪ Son perfeccionistas
▪ Sufren cambios emocionales bruscos
Las personas con un temperamento melancólico, también son más propensas a sufrir trastornos afectivos que se caracterizan por sentimientos de desesperanza, falta de energía, cansancio, dificultades para concentrarse y tomar decisiones, así como una baja autoestima. Son personas con distimia que experimentan un estado de ánimo melancólico, que no les impide seguir con su día a día.
Todos somos susceptibles de experimentar tristeza en un momento dado. De percibir ese vacío donde acude la nostalgia, donde se introducen los recuerdos del ayer que nos hacen ver el presente con un halo de pesadumbre. Ahora bien, generalmente estos estados son puntuales y limitados en el tiempo. Es más, los psicólogos nos recuerdan que aunque la tristeza tenga a menudo un efecto de halo suele permitir espacio para otros afectos, pensamientos y motivaciones.

¿Qué hay realmente detrás de la melancolía?

La principal característica de la persona con melancolía es la incapacidad para experimentar afectos. No hay disfrute, no hay interés, no hay tampoco esa emocionalidad asociada a la tristeza donde puedan producirse las lágrimas o la expresión del malestar. La melancolía es quietud, es vacío y un anhelo permanente de algo que la persona no puede definir.
La melancolía es un estado que todos podemos experimentar. De hecho, estar abatido, desanimado, decepcionado, triste y nostálgico es una experiencia afectiva normal que no implica que estemos atravesando un estado patológico. El problema aparece cuando ese estado dura demasiado.
  • Asimismo, también se evidencia retardo psicomotor, dificultad para pensar, agotamiento físico y mental permanente.
  • Otra característica común es la incapacidad para explicar su estado, para conectar con su realidad interna y poder comunicar con palabras qué le ocurre, qué siente.
Por último, un hecho que suele diferenciar a la depresión melancólica de otras depresiones es la incapacidad para pensar. En otros trastornos depresivos los pacientes experimentan un gran número de pensamientos nerviosos, obsesivos y desgastantes donde no faltan sin duda las ideas suicidas. En la melancolía esto último no sucede.
Si permitimos que nuestra mente viaje continuamente al pasado, buscando recuerdos de otros tiempos y viejas compañías puede ser porque sentimos que algo falta en el presente y que nuestra realidad no nos satisface del todo. Por eso, detrás de la melancolía se suele esconder una carencia. Miramos atrás para buscar algo a lo que aferrarnos porque nuestro presente no nos brinda las razones suficientes para seguir adelante.
También, detrás de la melancolía puede esconderse la creencia de que cualquier pasado fue mejor, y por lo tanto, la dificultad para vivir y apreciar el presente y aceptar que la vida está en continua evolución y las diferentes etapas de la vida.

El lado más amable de la melancolía

La melancolía puede reportarnos diferentes ventajas para nuestra vida cotidiana.
  1. Nos hace más objetivos juzgando la veracidad de diferentes rumores y recordando eventos pasados.
  2. Nos puede ayudar a tomar mejores decisiones
  3. Hace que pongamos en práctica estrategias de procesamiento de información más adecuadas para enfrentar las demandas del medio, sobre todo cuando estas son muy exigentes
  4. Fueron menos propensos a dejarse llevar por los estereotipos.
  5. Estimula nuestra creatividad, ya que quienes reportan un estado más triste y melancólico, son más creativos.
  6. Mejora nuestra memoria, potenciándola ya que se aprecia que la melancolía potencia hasta cuatro veces más el recuerdo.

¿Cuándo la melancolía es peligrosa?

La melancolía no es un sentimiento negativo. Cuando recuperamos las personas y los lugares perdidos activamos nuestra memoria y encontramos recuerdos positivos que nos permiten seguir adelante, haciendo nuevas inversiones emocionales.
El problema aparece cuando en vez de vivir el presente, nos dedicamos a vivir en el pasado, pensando que el futuro no acarreará nada mejor. Entonces corremos el riesgo de abrirle las puertas a la insatisfacción y la depresión.
Cuando la melancolía no nos abandona, a pesar de presentarse en momentos puntuales, puede convertirse en un problema cuando se instala en nuestra vida de manera permanente.
Es normal sentirse melancólico una tarde y mirar fotografías antiguas; o escuchar una canción y recordar un momento agradable; o pensar en alguien con el que compartimos nuestra vida. Sin embargo, cuando esta conducta se repite frecuentemente, si no se trata, puede derivar en una depresión. Es, por ello, importante poner freno a la melancolía a tiempo, reconocerla y enfrentarla para evitar que derive en un problema mucho más grave.
Y es que la insatisfacción está en el fondo y saca a la luz una carencia que tenemos la personas, que no estamos contentos con nuestra vida. Si nuestra vida es plena, no sentimos la necesidad de aferrarnos al pasado para pensar que lo de antes era mejor que lo de ahora.
Sentirse más o menos melancólico va a depender del grado de satisfacción que tengamos en nuestro presente. Cuando uno está feliz, no necesita evocar tiempos pasados, ni pensar que todo podía ser de otra manera. Anclarnos en el pasado es una manera de perdernos el presente.
Es decir, mientras el depresivo suele buscar un significado a su depresión, la persona melancólica está confinada en sí misma y no ve ni siente nada.

No siempre es negativa la melancolía

La melancolía, siempre y cuando no se cronifique, también tiene algunos aspectos beneficiosos. La melancolía, al anclarse en los recuerdos, lo que hace es, de algún modo, potenciar la memoria. Y en ocasiones hace que se procese la información que nos llega de una manera más minuciosa, consiguiendo que seamos más objetivos en la toma de decisiones.
La persona melancólica experimenta una tristeza profunda y persistente, un despertar precoz y variaciones estacionales (se incrementa en otoño y primavera). Parece, además, estar asociada más que a otro tipo de depresiones a causas biológicas, ya que no aparecen estresores ambientales claros que sean premonitorios de su aparición.
Puede manifestar una tendencia excesiva a identificarse como culpable de los errores y manifestar ideas hipocondríacas.
También parece haber una cierta relación entre melancolía y creatividad. Y mejora la comunicación con los demás, ya que una persona melancólica suele despertar empatía. En definitiva, la melancolía, en su justa medida, no es negativa. La melancolía ha sido una compañera de la creatividad, en distintas épocas y en diversos ámbitos. Las artes, el pensamiento filosófico y algunos otros campos que requieren de pensar y experimentar la vida de otra manera, han tenido en el temperamento melancólico una inesperada fuente de propuestas arriesgadas, originales, conmovedoras. Ser melancólico no se traduce en ser creativo. Las personas melancólicas no sólo son tristes, o se abaten, o tienen cierta inclinación patológica hacia la tristeza, sino que más bien, por intuición o por decisión, hacen con esto que sienten dos cosas muy precisas: la primera, aceptar dichas emociones como parte ineludible de lo que son y lo que viven; la segunda, toman esto mismo como un punto de partida para realizar un acto concreto y generativo.
Si nos sentimos tristes, si perdemos el entusiasmo por la vida, si nos desanimamos, la tendencia contemporánea es negar todo ello, hacer como que no pasa, fingir que estamos bien y que basta ver un video de unos breves minutos para alegrarnos de nuevo. Y al negarlo, cancelamos también la otra posibilidad: convertir nuestra melancolía en otra cosa.
La sombra de la melancolía cae así sobre sí misma, haciendo que se desvanezca ante nuestros ojos. Y no tarda en aparecer ante nosotros una segunda sombra: la de la propia melancolía abatiéndose. Y también deberíamos plantearnos los interrogantes a que aboca la experiencia melancólica.
Luces
Por un lado, hay un sentido más extendido de tristeza profunda. Por otro lado, está la melancolía entendida como crisis.
Ausencias
Hermanar la experiencia de la tristeza con aquella que supone la pérdida, el duelo en su sentido más amplio, nos lleva a que nada nos impida a nosotros suponer al melancólico. Comprendemos la tristeza, la inapetencia, las cavilaciones constantes, el nerviosismo, pero nos asusta su desmesura: el estupor, la anorexia, el insomnio, la profunda angustia que acompaña al melancólico. Y, sobre todo, la soledad y el suicidio.
... y trabajos.
 Si la tristeza del melancólico se debe a la conciencia de su propia inhibición, el afecto correspondiente a la melancolía es el del duelo, o sea, la añoranza de algo perdido. Hay una identidad entre el padecer y un supuesto laborar por su propio restablecimiento. Es la inmovilidad, esta detención del pulso mismo de la vida, es la que lo aproxima a la muerte y al suicidio.
Melancolía y .... 
Hemos considerado hasta ahora la melancolía como crisis, como acontecimiento fatal en que el deseo fracasa. Hemos visto, sin embargo, que de su identificación con el dolor, pueden surgir las más diversas creaciones sintomáticas que desdigan como potencia lo inútil que ella pueda ser en origen. El melancólico pone en cuestión verdades y sistemas, haciendo gala del arrojo individualista de un héroe de tragedia. El melancólico no ha dejado de hablar nuestra misma lengua, aunque lo haga con especial soltura. Igual nos ocurre con la capacidad subversiva que atribuimos a la melancolía. Se ha dicho que, junto con la histeria y la paranoia, forma la terna de escollos principales.
Ante ello:
Hay quien logra afrontar la tristeza deshilachando el origen de esa pena para encontrar su origen y vencerlo. Pero hay muchos a quienes ese ovillo de preocupaciones se le hace cada vez más grande e insufrible, y simplemente, se deja vencer.
Porque no es fácil afrontar esa tristeza cotidiana, a veces cuesta y requiere ánimos y valentía. Pero debemos encontrar fuerzas y propósitos, luchar contra ella e imaginar un horizonte con nuevos proyectos e ilusiones.
 
1. Evita el aislamiento: Cuidado con el desear estar solos. Por un lado, es cierto que la soledad nos ayuda a reorganizar pensamientos, sensaciones y emociones. Una instrospección o un aislamiento temporal en la cual pensar en nosotros mismos y en nuestra situación, nunca es negativo, al contrario, puede ser beneficioso.
2. Pequeñas metas a corto plazo: Cuando vivimos en un estado de tristeza, es complicado que pongamos nuestras esperanzas en un futuro lejano. Somos escépticos, nos cuesta ver el lado positivo de las cosas y más si éstas son a largo plazo.
Lo más indicado es ir poco a poco y ver resultados inmediatos. Empezar por las pequeñas cosas.

 

3. Nada es permanente o eterno: Nada dura eternamente, ni siquiera el dolor. El dolor físico, por ejemplo, nunca presenta una intensidad prolongada, ya que el cerebro, cada cierto tiempo aminora el padecimiento.

 
En cuanto al dolor emocional, por extraño que parezca, tampoco se mantiene en el tiempo con toda su intensidad. Aprendemos a vivir con él, simplemente. Una vez afrontamos el periodo del duelo, el sufrimiento es más tenue, sigue siendo presente pero logramos sobrellevarlo.
En definitiva: Nada es permanente. Y las personas tenemos la capacidad y la fuerza suficiente para enfrentarnos a lo que nos suceda.