En la espléndida mediocridad
Suena decadente pero el que escribe hace todo lo posible por agostar en agosto, aunque sean unas pocas fechas. Igual que agostan los ríos y las hierbas de pradera o el campo segado que, aun con el agua de alguna tormenta despistada, prefieren quedar en rubio durante unas semanas porque que les es menos laborioso que tener que verdear.
Y lo hace todo el que puede, claro. Los bares está claro que no intentan cubrir atrasos y tienen la esperanza puesta en un mejor otoño.
Para esta actitud 'agostera' no hay ninguna razón especial, la verdad es que es ir contra los tiempos. En los países 'más adelantados' las vacaciones se trocean y se solapan los que trabajan para que la producción y la burocracia no se detengan, pero aquí los que formamos 'la Resistencia' nos gusta volcar en este mes el tiempo disponible y ver cómo va corriendo entre cantos a la vida de toda especie (animal y de la otra). Y así, desafiantes, hacemos del mes el último banderín de enganche que nos conecta con aquella niñez lejana en la que los veranos eran un para siempre, que un día, sin más, se acababa y al colegio.
Un día de estos, conduciendo por Castilla la Antigua, de noche, con una luna llena tan grande, tan de Agosto y tan cercana (que me pareció caro el precio que le quieren poner por ir de turista, ya que de verdad parecía que te podías llegar allí de cuatro saltos), la mente se iba pensando en que parece que estamos menos despiertos. Entre tanta mascarilla, pandemia, sin fiestas, sin regañar a los muchachos por llegar tarde y ya desde tiempo antes, la verdad, parece que viviéramos en un sesteo y solaz permanente que no permite el sobresalto que a veces da la vida, esa sorpresa repentina que aparece al doblar la esquina y cambia la vida para siempre.
"El mundo entero se desmorona y nosotros nos enamoramos". Ya saben, de la peli Casablanca. Uno sentía así de fuerte porque acababa ese mundo de Agosto y se respiraba cada segundo como si fuera el último, a lo mejor lo era, una vez volviera cada uno a su trajín. Se echa de menos ese vivir a la vez íntimo y tan apasionado. Y eso que da la impresión que el mundo entero se está desmoronando entre pestes, cambios climáticos y patadas torpes a la democracia en el mundo. Pero lo estamos viviendo con una calma…
Y este sesteo (deporte de agosto por antonomasia) que nos traemos, así como mantenernos al margen de lo que ocurre fuera nos está haciendo perder cada vez más relevancia en lo internacional. De forma lánguida pero real.
País este nuestro que estuvo doquiera hubiera humanos ateos (y riquezas, claro) hasta casi el año 1900, en que lo perdimos todo malamente, pero que recuperó mucho con la bravura del emigrante que marchó lejos, donde había trabajo (y que volvía cada Agosto, si podía). Mandaba aquellas divisas que entraban al país y que crearon el así llamado milagro español, un país que con aciertos y errores nadie dudaba que llegó a estar entre las diez naciones más potentes del muncho (puede que entre las ocho primeras).
Ahora hemos iniciado otra decadencia (como la del XIX) que nos lleva hacia un lugar décimo tercero y bajando. Y por lo que se ve no pasa nada. Estamos entrando en una época de espléndida mediocridad e inacción solo excitada por los conflictos internos (algunos artificiales), que nos aleja de nuestro sitio natural en lo internacional y que además son cosas que no importan nada a nadie por ahí fuera. Eso sí, ahí, en la mitad de la tabla, tenemos menos presión o la tienen los que gobiernan. Pero al final, no estamos a nada o casi nada de lo importante que pasa en el mundo. Falta pasión, esa que decimos que nos sobra. Y falta acción.
Conmovió saber días atrás que con miles de hectáreas ardiendo, pueblos enteros desalojados, mucho micrófono, mucha cara de horror, mucha tertulia de cambio climático, los que se han movido (fuera de bomberos, ejército, etcétera, que apagaron los fuegos, y muchas gracias, por cierto, una vez más…) fueron los del mundo rural, que se adelantaron a la jugada, se pusieron en marcha, pensaron en el ganado que hubo que movilizar y que estaba literalmente sin comida.
Poco se vio al político salir a ese encuentro de la vida real con la vida real. Lo hizo el mundo rural cargando camiones de paja y forraje para al menos poder 'parar el golpe'. Esa solidaridad nace del propio terruño: hoy por ti mañana por mí. Eso es acción; eso es reaccionar; eso es solidaridad, eso es estar en lo que hay que estar.
Viendo alguna foto de este verano (que se ha hecho bien famosa) y que bien se podría titular "Espléndida mediocridad" y que mostraba algo así como desdén porque lo se cuece por ahí fuera (por parte del que debería estar muy activo), le viene a uno otro recuerdo de un breve dialogo de la peli Casablanca:
- “Yo no me juego el cuello por nadie”.
- “Es una sabia política exterior”.
Tino de la Torre