El abusón
Sólo se me ocurre que el gafotas, el tacaño, el gordo y el empollón aúnen esfuerzos para abrir los ojos a la sociedad del peligro que corremos si no acabamos con el que nos robaba el bocadillo en el recreo
"¡¡!Churro va!!!", gritaba uno a la carrera mientras se disponía a saltar sobre la columna vertebral de un puñado de seis o siete chicos. Y así era. Caía a plomo sobre varios de nosotros, quienes agachados formando una voluntaria fila nos preparábamos para sufrir un severo daño corporal. El impacto en las lumbares era fuerte, pero había que simular un estoicismo que era todo un código de conducta. Es un auténtico milagro que aún andemos erguidos.
Era un deporte de riesgo practicado de común acuerdo en los patios de todos los colegios. Recuerdo que por aquellos años, en todas las clases, había diferentes tipologías de chicos, que se repetían invariablemente. Estaba el 'gordito', quien no se sabe si, por una mala genética o fruto de una pésima alimentación, tenía un volumen corporal equivalente a dos de nosotros
También había en todas las clases un 'cuatro ojos', un gafotas que llevaba un ojo tapado, nada épico y a fe que las gafas de entonces eran toscas y feas. Tampoco faltaba el 'empollón'. Este espécimen sacrificaba los recreos para asegurarse ese '10' con el que llegar a casa para recibir la palmadita en la espalda de su padre, el notario. En su familia, el que menos, había hecho dos carreras y una oposición.
Otro arquetipo era el 'tacaño', aquel al que, cuando le pedías un poco de su bocadillo en el recreo, en un gesto de generosidad sin fronteras, te marcaba con sus dedos hasta donde estabas autorizado a morder. En fin, eran todo estereotipos y poblaban todos los patios de nuestros colegios. Una pena que no reparásemos entonces en otro tipo, cuyo crecimiento en número y crueldad ha sido exponencial con los años: el abusón.
El abusón solía ir escoltado de una reducida pandilla de secuaces pusilánimes, quienes obedecían sus órdenes tal como los cubanos hacían con las del Comandante Che Guevara en la revolución castrista. El gordo con el tiempo se convirtió en una especie en extinción, en un mal ejemplo de estilo de vida.
En una sociedad que premiaba el culto al cuerpo, que cambió la Nocilla y los Bucaneros por el humus y las zanahorias, el gordito no tenía cabida social. El 'cuatro ojos' también se fue diluyendo en una sociedad más preocupada por la estética que por la ética, siempre ayudado por los avances médicos y científicos de décadas. Esta desaparición de los clichés infantiles se antojaba como algo lógico en una sociedad que evolucionaba rápidamente para recuperar los años de ostracismo.
La pena fue que no nos ocupáramos como debimos del abusón, que devino en una suerte de matón, siempre escoltado por sus esbirros, grabando sus atrocidades en el móvil, a modo de trofeo. Esta abominable figura no sólo no desapareció, sino que se convirtió en un maltratador de oficio, ya fuera de mujeres adultas o incluso de sus propias hijas.
Esta sociedad enferma no ha sido capaz de ver venir la transformación del que nos robaba el bocadillo y nos empujaba impunemente en el recreo, en ese que copa titulares hoy por haber apuñalado con ensañamiento a su pareja. No hemos sabido detectarlo a tiempo y estamos pagando un alto precio por ello. No hay avance médico ni psicológico que pueda parar a estos monstruos.
Sólo se me ocurre que el gafotas, el tacaño, el gordo y el empollón de hoy aúnen esfuerzos para abrir los ojos a la sociedad del peligro que corremos si no acabamos con el 'abusón'.
¡¡¡Antes de que lo hagan ellos con nosotros!!!
Alberto Herreros Laviña