Cinco historias desde el lado bueno de la frontera de la guerra y cinco apuntes para no olvidar

La invasión rusa a Ucrania deja la lucha por la supervivencia de muchas personas y cómo otras hacen lo que pueden por ayudarlas

Frontera Polonia Ucrania
Refugiados ucranianos en la frontera con Polonia | Foto y vídeo: Enrique Abuín
Enrique Abuín
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Tres días y una pizca de otro dan para todo. Tres días sabiendo que a kilómetros se cuece una de las grandes crisis de refugiados del Siglo XXI a raíz de la gran guerra del siglo con la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania. El viaje exprés, blitzkrieg, por Polonia y la zona fronteriza con Ucrania de este periodista granadino, o sea el que habla, ha sido duro y gratificante a partes iguales por conocer un poco más la historia. La lucha por la supervivencia de muchas personas y cómo otras hacen lo que pueden por ayudarlas.

Evidentemente, con un poso de grisura y dolor, pues como dice el cineasta José Luis Garci no hay palabra más falsa que la esperanza, aquello a lo que agarrarse cuando no hay nada. El director lo contrapone con el entusiasmo que es lo que sí mueve a vivir. Desafortunadamente, muchos de los dos millones de refugiados ucranianos que dejará esta guerra (según la ONU) tampoco pueden apelar al entusiasmo y su situación de desorientación o de pérdida de familiares y de una vida es algo terrible. No obstante, como último mensaje me gustaría superponer cinco historias algo más positivas sin dejar de comentar algunos apuntes para que la gente no olvide que mientras en España las dificultades son varias con el elevado precio de la luz u otros problemas, lo de Ucrania con la masacre de Putin es una lucha por sobrevivir, por llegar con algo de vida al final de esta guerra. Por un día más con vida.

Cómo se conectan las historias y se tira del hilo

Todo comienza con Ola Blaskiewickz y su marido Przemek Wolski, un matrimonio polaco con dos niños pequeños. Esta profesora de español en Polonia hizo la Erasmus en Granada hace ya más de diez años. Aunque vive en Skubianka (en el área metropolitana de Varsovia a unas cinco horas de la frontera con Ucrania) se involucró nada más iniciarse el ataque alojando a dos familias en su casa, a una de las cuales la trasladaron en coche a Berlín (ocho horas entre ida y vuelta aproximadamente).

También lo hizo con las donaciones. Desde mi primer mensaje se ha volcado logrando encontrar diferentes contactos para elaborar los reportajes. Ella y su marido intentando hacer equilibrio con sus horarios de trabajo y sus hijos pequeños en casa (Myscha y Rycszo) no se lo pensaron pese a que el pequeño tenía una infección de oído. Apenas puede ver la tele estos días como tanta otra gente.

Raed Khleifat, nueva vida en Berlín

Fue uno de las personas acogidas por la familia anterior. Nacido en Jordania y residente en Kiev desde hace ocho años, donde ha finalizado su graduación en medicina general. Tenía un negocio propio allí y este enero, cuando crecían las tensiones entre Rusia y Ucrania, había empezado a estudiar la especialidad de Dermatología. Casado con una ucraniana, con la que tiene un hijo en común, en el primer día de la guerra no se lo pensaron y resolvieron ir a Polonia, a donde llegaron después de cuatro días. Los voluntarios de la frontera de Dołhobyczów le llevaron hasta la casa de Skubianka antes de ir hacia Berlín, donde se están quedado en un punto de acogida donde le proporcionan materiales necesarios. Reconoce que Kiev una semana antes de la guerra era "una gran ciudad donde la gente miraba pisos para comprarlos y se abrían negocios nuevos a diario". Por su parte, y pese al shock, se ha puesto rápidamente a estudiar alemán (el que será su quinto idioma) para encontrar lo antes posible un futuro laboral en el país germano.

Los niños, siempre inteligentes

Quino, el dibujante de Mafalda, decía que los niños a los dos o tres años estaban en esa edad en la que todavía eran personas interesantes e inteligentes. Ver la actitud de niños, en diferentes contextos, a lo largo de estos tres días es uno de los aspectos más positivos porque se observa que ellos saben que pasa algo anómalo pero saben hacerse los 'longuis' y no preocupar a sus familias. Los que echan una pachanga en un pabellón donde duermen por las noches o los que en la frontera intentan hacerse con la zona andando de aquí para allá y respondiendo a cualquier gesto con gracia. Hay mofletes hinchados y ojos rasgados en un cuerpo de diminuto embutido en ropa de abrigo en la frontera que no puede dejar de jugar cuando se les mira atentamente.

No es fácil traducir la guerra de tu país

Su historia merece ser contada como otro caso paradigmático de lo que acontece estos días. Ella nació en Santo Domingo, hija de padre dominicano y madre ucraniana, pero desde muy pequeña se fue a vivir a Ucrania, a Lviv, la primera gran capital ucraniana desde la frontera con Polonia. Hace años que se mudó a la ciudad polaca Lublin, muy cerca de Ucrania, su país que no pisa desde hace cuatro año. Profesional y atenta se prestó a hacer de intérprete en la frontera con todo lo que ello supone para una persona que aparte de familia guarda amigos, conocidos y un sentimiento muy estrecho con su país

Los voluntarios en general

Los ya mencionados y gente como Beata , profesora de español en la Universidad de Lublin y gran conocedora de Granada que ha hecho lo posible por mostrarme las estaciones de autobús y tren, los puntos de ayudas, zonas simbólicas del 'ejército solidario', historias y el acercamiento a la frontera. Pero también gente venida de toda Europa como la agrupación de Protección Civil de Francia (con gente de todo el país) que ha inundado estos días el Hotel Victoria, donde un servidor se ha alojado también en Lublin, la ya bautizada como la Granada eslava. Camiones de España con ayuda humanitaria, historias de gente que acoge a personas en su casa por tiempo indefinido, traductores de ucraniano... Cualquier ayuda es poca y lo importante es que pueda mantenerse en el tiempo.

Cinco apuntes para no olvidar

-Miradas perdidas y de rabia nada más llegar a la frontera. Gente que sabe que su vida está rota por completa y eso se palpa.

-Los negocios turbios de la guerra y el interés por faltar a la verdad que son dos grandes daños colaterales.

-Saber de primera mano que aunque la respuesta de los que acogen es buena y elogiable no siempre es igual. La sociedad polaca, no toda pero si parte de ella, no tuvo las mismas miras con los bielorrusos el año pasado y que contar del drama de los refugiados sirios y tantos otros.

-Pabellones atestados de gente, minicampos de hacinamiento como el de Palacio de Deportes de Chelm (Meska Hala Sportowa), a escasos metros de la frontera, desde donde la palabra se cortó por un buen rato y el corazón se quedó petrificado.

-Las informaciones que siguen llegando como la de la masacre de un hospital materno en Mariupol. La guerra en la que Putin está asediando a un pueblo parece que va para largo: muertes, dolor, refugiados, vidas rotas, un mundo en crisis, economía lastrada...