Un club de jazz en la Alhambra

La sugerente y elegante voz de Diana Krall logra un ambiente intimista que envuelve el Generalife en el arranque del ciclo ‘1001 Músicas – CaixaBank’

Concierto de Diana Krall en el festival 1001 en Granada
Concierto de Diana Krall en el ciclo ‘1001 Músicas – CaixaBank’ | Foto: Antonio L. Juárez
Juan Prieto
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Hay mil y una músicas y en ninguna de ellas tienes por qué ser un erudito para que puedan fascinarte. A veces, basta con relajarse, cerrar los ojos, concentrarse solo en el sonido y dejarse llevar. Bajo esta premisa, no necesitas estar instruido en el mundo del jazz para que Diana Krall te transporte a otra dimensión. Un lugar como el Generalife, la escasa iluminación, el ambiente intimista que provoca el recinto, la sugerente voz de una de las referencias mundiales y esos piano, contrabajo y batería tocando al unísono crean un clima cálido, casi inenarrable, que lo envuelve todo para solo abstraerse y disfrutar de la música por la música, trasladándote a cualquiera de los mejores clubs de jazz de Nueva York, Chicago o Nueva Orleans. Un club de jazz en la Alhambra.

La cantante canadiense, cuyo marido -Elvis Costello- pisó esas mismas tablas en la edición del año anterior del ‘1001 Músicas – CaixaBank’, regresó a Granada 25 años después en una actuación que refrendó las buenas expectativas que había levantado desde que se anunció su presencia en el cartel de este año. Y todo ello pese a su aparente frialdad y el aire bohemio que le acompaña.

Es la gran diva del jazz y ejerce de ello, lo alimenta. Es algo que se puede permitir quien tiene a sus espaldas una carrera que la eleva a los altares del género y recibe elogios y distinciones por doquier en todo el planeta. Una elegante arrogancia que cuesta una conexión inicial con el público, pero que consigue poco a poco, con calma, sin estridencias ni apoteosis. Una aprobación serena del respetable cuyos aplausos son tan calmados que no rompen la armonía del lugar, más bien lo acompasa.

Diana Krall ofrece en su recital un repertorio de canciones propias y ajenas que hace suyas adaptándolas a un estilo muy personal, caso de temas de grandes como Leonard Cohen, Bob Dylan, Frank Sinatra, Tony Bennett, Nat King Cole, Duke Ellington o Billy Holiday. Dividido en tres actos, a lo largo de la primera y última parte del concierto está acompañada por el batería Matt Chamberlain y el contrabajista Sebastian Steinberg que, en algunos momentos, incluso, le restan algún protagonismo con unos solos y duetos dignos de recordar. A mitad del concierto, ella, a solas con su piano, al que mima con sus dedos y adiestra con su privilegiada voz, sensual y absorbente, logra hipnotizar a quien la escucha.

Y basta con mirar a uno y otro lado, desde el fondo del patio de butacas donde se sitúa el que escribe, para percibir que los afortunados seres que miran el escenario están ensimismados, con el tiempo detenido, saboreando cada momento que la sesión les ofrece y, a veces, hasta levantando la vista al cielo para ver alguna estrella fugaz.