Conciliación irreconciliable
Hoy quiero escribir de un tema utópico, irreal… casi una leyenda: la conciliación. Ese concepto maravilloso que un día se inventó un iluminado y que viene a decir que la vida personal y la vida laboral tienen que ser compatibles y no interferir una en detrimento de la otra.
Siempre le he dado vueltas a este tema, y mucho más después de ser madre, pero es como un agujero negro que se instala en el centro de tu cerebro y que se come las ganas de vivir de cualquiera. Porque, seamos realistas, ¿conocéis a alguien que lo consiga? Si alguien dice que sí, por favor que publique el caso a voz en grito, porque es tan raro como decir que tienes un unicornio guardado en el garaje de casa.
Y digo esto porque es literalmente imposible. Las jornadas laborales son las que son, no hay más. Con suerte (muuuucha suerte) trabajarás seis u ocho horas diarias en jornada continua y dispondrás de un puñadillo de horas libres para poder decirte a ti mismo que tienes algo de vida propia, pero la verdad es que siempre te estarás dejando algo en el tintero: hoy no te ha dado tiempo de ir al gimnasio, no has podido ver a tus padres, se ha quedado la casa sin limpiar, etc., etc., etc.
Y si lo vemos a la inversa… medrar en tu carrera profesional implica echar muchas horas. Aunque seas un ‘máquina’, si tienes ambición y quieres prosperar, tienes que dejar muchas cosas atrás.
Al final todo se reduce a pura elección: ¿quiero vivir o quiero triunfar?
Pero cuando tienes hijos… amigos y amigas (sobre todo amigas) ¡cómo cambian las cosas!
Cuando tienes hijos ya no solo se trata de intentar tener tiempo para tus cosas. Nada más lejos de la realidad, ahora tienes que tener tiempo para las suyas. Para llevarlos y recogerlos del colegio, ayudarles a hacer los deberes, cuidarles cuando se ponen enfermos, jugar con ellos y hacer que disfruten, etc.
Y llega una invasión de culpa. Porque comer hay que seguir comiendo, por tanto tienes que trabajar y al final encontramos pequeñajos que pasan (muy a pesar de sus padres) más tiempo con sus abuelos y profesores que con sus progenitores.
Papás de fin de semana, una plaga del siglo XXI que no tiene solución.
Y la cuestión empeora si eres mujer, porque, para qué engañarnos, sea por una cuestión generacional (nuestros maridos aún no se han enterado de lo que va la historia, ni nosotras tampoco sabemos delegar en muchos casos) o por una cuestión social, se espera de la madre que sea ella quién acuda a las tutorías, quien deje de ir a su trabajo para llevar al niño al médico y quien, en definitiva, se cargue el peso del mundo a sus espaldas para tratar de llevarlo todo adelante con buena cara y la mejor de las sonrisas.
No es posible y es una verdadera pena, pero si quieres tener una carrera exitosa tienes que estar dispuesto a ceder tu tiempo al trabajo y restar horas a tu vida y tu familia.
Tal vez si los sueldos fuesen más altos, las jornadas más cortas y el chocolate no engordase la vida sería mucho más fácil, pero al final hay que elegir. Define tus prioridades, ya sean tener tiempo para ti, compartir con tus hijos, pagar la luz o ser el nuevo director o directora general de Coca-Cola… Todas las opciones son válidas, siempre que seas consecuente con ellas.