Consejos de cocina y una cesta de la compra variada para combatir el hambre en Mauritania

El reto a largo plazo es provocar un cambio en las costumbres alimentarias para "conseguir más con menos"

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Foto: E.P./SAVE THE CHILDREN/PABLO BLÁZQUEZ DOMÍNGUEZ
E.P.
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Cuscús y un poco de leche. Esta es la dieta básica de los habitantes de la región de Brakna, en el sur de Mauritania. Las sucesivas sequías han dejado un campo estéril y unos animales famélicos que apenas cubren las necesidades alimentarias de las familias y mucho menos las de los niños, que requieren un menú variado para crecer con todo su potencial, físico y cognitivo.

El 20 por ciento de los niños mauritanos sufre desnutrición, según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). "Se nota porque adelgazan mucho, les cambia la forma del cuerpo", cuenta uno de los hombres que forman el consejo de sabios de Hay Towress, una de las pequeñas comunidades agropastorales que tratan de sobrevivir en el desierto de Brakna.

"El problema es la disponibilidad de los alimentos", afirma Saidou Ousmane, responsable de nutrición en Mauritania de Save the Children. La tierra hace años que solo produce cereales de ciclo corto y los animales se han reducido a cabras para obtener leche y gallinas para conseguir huevos. La carne es un lujo que no pueden permitirse.

Las familias intentan superar el año con las reservas de agua y comida que han obtenido de los cuatro meses de lluvias --entre mayo y agosto-- y con el poco dinero que los hombres ganan con trabajos urbanos. Pese a ello, durante el 'soudure', cuando la época seca está a punto de concluir y las precipitaciones todavía no han comenzado, encontrar algo que llevarse a la boca es casi imposible.

Los sacos de Misola caen entonces como un auténtico maná. Es una harina de producción local compuesta en un 60 por ciento de mijo, un 20 por ciento de soja y un diez por ciento de cacahuete, enriquecida con vitaminas y oligoelementos, y con "un sabor agradable", que constituye la principal arma en la lucha contra la desnutrición infantil en el país africano.

Save the Children, con la financiación de la agencia de ayuda humanitaria de la Unión Europea, ECHO, interviene en ese momento crítico del año para asistir a las familias más vulnerables, que en 2017 suman unas 1.450 repartidas en 87 pueblos de Brakna. Entrega tres kilos de harina por embarazada y por cada niño de entre cero y seis meses, y otros seis kilos de harina por cada niño de entre seis y 24 meses.

La ayuda no se limita a una simple distribución porque el objetivo es "preparar a estas familias para que puedan enfrentar por sí mismas la próxima crisis", indica el responsable de programas de la ONG en Mauritania, Luis Pedro Lobo Albagnac. Eso implica un cambio en las costumbres alimentarias para "conseguir más con menos" que "no se logra de la noche a la mañana".

CURSOS DE COCINA

Khadijetou Aboye es la representante de Misola en Brakna y tiene un papel muy especial en cada reparto. Los folletos explican con dibujos y por escrito --en un dialecto local del árabe y en francés, los idiomas oficiales en Mauritania-- los pasos a seguir para preparar la harina, pero ella se encarga de que a las mujeres, destinatarias de esta información, no les quede ninguna duda.

Sentada sobre una esterilla en una 'haima', ante un público expectante de mujeres y niños, y con traductor, para que nadie se pierda, hace una pequeña demostración culinaria que "es muy importante". "Así no solo escuchan lo que deben hacer, también lo ven", y eso facilita que lo recuerden y que a la hora de cocinar pongan en práctica estos buenos usos, resalta.

Repite siempre el mismo ritual. Empieza lavándose las manos y fregando los cacharros que va a utilizar. "Insisto mucho en esto", relata Khadijetou, porque las mujeres no suelen desperdiciar el poco agua que tienen --y que les cuesta varias horas de caminata diaria-- en estas tareas. Después, detalla las proporciones de agua y harina y el tiempo de cocción, fases cruciales para evitar que la papilla pierda sus propiedades nutricionales.

"Las mujeres son muy participativas" y Khadijetou se aprovecha de eso para encontrar siempre una voluntaria que haga las veces de pinche de cocina. Fatimetou Bouchama, con ocho hijos, ha sido la elegida en Loudeye, otro pueblo de Brakna. "Me he ofrecido porque me lo han pedido mis vecinas", relata y añade que cuando tienen dudas sobre cómo preparar la harina acuden a ella.

Los niños deberían tomarla cuatro veces al día, algo que la ONG controla a través de las mediciones que hace en brazos y piernas con una cinta métrica de colores para determinar que el contorno es el apropiado para su edad. A veces es complicado porque toda la familia come de lo que hay en la casa y los más mayores, como mano de obra, tienen prioridad.

"Estoy intentando usar un lenguaje más técnico, como si fuera un medicamento, para que entiendan lo importante que es que los niños tomen la cantidad necesaria", dice Ousmane. "Esta vez parece que no va a ser un problema", comenta y señala al grupo de afortunados que, con la cara hundida en los cuencos, hace la cata de la harina cocinada por Khadijetou y Fatimetou.

GUÍA POR EL MERCADO

La Misola es solo parte de la respuesta de emergencia. Save the Children también entrega a las familias seleccionadas un total de 22.000 ouguiyas mensuales (unos 50 euros) para que puedan comprar los alimentos a los que no tienen acceso en las zonas rurales, aunque unos diez euros se les van en pagar el coche que les lleva hasta la ciudad tras varias horas de viaje por el desierto.

"Suelo comprar aceite, azúcar y arroz", enuncia Behinba Mint, madre de otros ocho niños. Es la lista de la compra que llevan la mayoría de las mujeres de Brakna cuando acuden al mercado. Si el dinero se estira, añaden pescado seco y carne. Con eso completan la dieta, a base de las harinas que ellas mismas fabrican con los cereales que cultivan y las hojas que resisten el calor africano.

"No es un régimen alimentario muy variado", por eso Save the Children acompaña a las mujeres al mercado y las anima a comprar otros productos, como frutas y verduras, que garantizan una nutrición adecuada. "Por ejemplo, estamos intentando introducir la moringa, una planta que se suele usar con fines medicinales pero que también se puede comer", dice Lobo Albagnac.

HUERTOS EN EL DESIERTO

Sin embargo, tanto la Misola como el dinero son parches para una situación crónica que, según recalca Lobo Albagnac, requiere una visión a largo plazo. En la vecina región de Gorgol, Save the Children ha implementado otro programa que se sirve de las cooperativas de mujeres ya existentes, algo habitual en Mauritania, para cultivar hortalizas "donde el terreno es apto".

"Vamos donde la gente tiene ganas de trabajar", cuenta Amadou Samba Sem, supervisor de medios de vida de la ONG. Esto es clave porque, a cambio de 50 euros mensuales para cada familia, les entregan los materiales y les enseñan cómo vallar los campos, evitando así que los animales los destruyan, y cómo construir diques que contengan el agua, recuperando de esta forma los cultivos inundados de antaño.

Les dan semillas de sandía, sorgo y judía, pero ellas han conseguido ampliar los cultivos a berenjenas, zanahorias, coliflor y cebollas gracias a los ingresos extra que les proporcionan las hojas que venden como alimento para el ganado. "Los campos dan ahora mucho más rendimiento", tanto que cubre sus necesidades alimentarias todo el año y les sobra para vender a otros pueblos, sostiene Mariam Samba Ba, jefa de la cooperativa de Roumane Thielel.

Estas pequeñas obras han supuesto un cambio radical, no solo en las comunidades, que ahora pueden planificar su vida sin esperar entre plegarias que el agua caiga del cielo, sino también en la salud de los niños. Mariam, que sostiene a la pequeña de sus siete hijos en brazos, destaca orgullosa: "Ahora están mucho mejor".