Construyendo castillos
Dedicado a un amigo. Tres años apresado en un castillo de arena.
…Y hubo una vez, porque siempre hay una vez, que el hombre bueno comenzó en su cubo a juntar arena para construir un castillo. Y juntó arena y más arena. Empleó a sus operarios de más confianza. Los dispuso a trabajar. Todos debían aportar algo para que el castillo pareciera de verdad. Aunque sólo fuera, como digo, de arena. Se escondió para crearlo. En una esquina de la playa, donde nadie le viera. Construyeron murallas, almenas, torreones, puentes levadizos…todo de arena. Nada real. Todo de arena. Y…
-Uff, papá, me estoy durmiendo. Qué cuento tan raro me lees hoy…
Es curioso, pero en multitud de ocasiones lo que el día -o la semana- depara, se me antoja indisoluble cuando por la noche acuesto a Dani y trato de contarle alguna aventura mientras se duerme. Confundo ideas, imágenes, estereotipadas o no. Simplemente, lo que viví, resumido en un cuento… en este caso, dibujar castillos de arena en mi imaginación, suena entre mis quehaceres profesionales.
-Sigue, papá. Quiero saber dónde termina.
… Y lo pintó. Precioso. De verde. En esta ocasión de verde. Coronando una rotonda, rodeada de palmeras y vegetación. Parecía real. Casi real. La llenó de tierras y personas. La llenó de malos malísimos, encerrados en aquel castillo por no sé qué desplantes y crueldades. Encerrados en mazmorras del tiempo hasta que el tribuno decidiera juzgarles. Tres años encerrados en mazmorras. Las del silencio y la condescendencia. La de la permanente sospecha. La del deshonor y el descrédito. Alejados. Los que estuvieron con ellos, les abandonaron, no sea que el tribuno decidiera ir por ellos…
-Hoy estás difuso, papá. No entiendo ni pajolera y me estoy durmiendo. ¿Qué sucedió al final?
Al final, Dani, al final como tantas veces, alguien sopla en el castillo, y resulta ser de arena. Las almenas eran de arena, los puentes eran de arena, las torres eran de arena… Y lo destruye. Aunque en ocasiones, ya es tarde. Las vidas en cambio, las vidas no eran de arena. Eran de carne y hueso. Como en misa alguien les dijo: “Podéis ir en paz”. Nada más. “Eso fue todo. Puede Vd. marcharse”. Después de tres años, alguien le dice eso… que ya está, que puede marcharse. Que en su día dictaran una sentencia que será absolutoria. Ya está. Nada más. El castillo no era de verdad. Sólo fue de arena. Siga Vd. con su vida.
Uno, que como profesional observa a quienes salen de ese trance, tiene ya hartazgo de ver siempre lo mismo. Las manos en los bolsillos, media sonrisa, Plaza Nueva hacia abajo… la alegría del herido que nunca lo fue de muerte. La del que puede por fin suspirar y mirar al frente, la del que por fin levanta la vista a sus hijos y a esa mujer a la que se lo ocultaste para no hacerla sufrir…porque se sufre. Mucho. Lo que pude cambiar la vida a través de la arena…
Aún queda. Queda el juicio de la inquina, la del pordiosero, la del que nunca fue nada ni nadie en su vida y celebra juicios todos los días en el bar, con su café y su tostada requemada. Allí, a voces, para que nadie tenga dudas que él, y nadie más, es el camino, la verdad y la vida, se dedica a juzgar y condenar, a cuantos se ponen a tiro. Solo allí le oyen. Ese es su castillo. Allí se exilia, porque a nada más puede aspirar en la vida. “Pues algo debió hacer…”-afirma en sus sentencias de vocero. Todos corruptos. Todos infieles. Viene de la Edad Media a las Cruzadas del XXI. Aunque se disfrace de Podemos. Lo suyo son las Cruzadas en el Bar.
Espero dejar a Dani la sabiduría del que calla. La presunción de inocencia. El respeto a cualquiera mientras la justicia no lo condene. La elegancia del que escucha. La libertad del que comprende que nunca está en posesión de la verdad. El reconocimiento a quien, un día, se encontró en este castillo de arena, y tuvo la suerte, otros en cambio no la tienen, de que alguien soplara… aunque quede el juicio del café y la tostada requemada…
Entretanto, Dani se ha quedado dormido… y mi amigo, por sin, también ha podido dormir en paz…