El cricket, el deporte que nunca acaba

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Imagen de un partido de cricket, un deporte muy popular en Inglaterra | Foto: Wikipedia
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Disfruto desde la distancia de la temporada de lujo que está viviendo el Granada CF y no sé por qué razón con esas alegrías mi cerebro conecta directamente con mi primera y más que probable última experiencia con uno de los deportes grandes de Inglaterra, el cricket.

Aquí, al igual que allí, el fútbol es el indiscutible rey. Tras él, dependiendo del momento de la temporada, le podrían seguir el rugby, tenis, hockey y otros tan peculiares como el netball, el swingball o el lacrosse. Son relativamente populares porque se practican en los colegios desde que los niños son pequeños. En otra liga jugaría el correr (running), tan extendido como en España. Cada semana y en cualquier rincón de la Isla se celebra una maratón, media maratón, 10 kilómetros, 5 kilómetros o 10 metros si hiciera falta. Será por correr.

Y luego está el cricket, ese deporte cuyos partidos pueden durar hasta varios días y que los ingleses son capaces de quedarse absolutamente prendados. ¿Todos? No, la otra parte pasaría olímpicamente. Sería como el Marmite (Love it or hate it), o lo amas o lo odias. Yo estaría más en el segundo grupo.

Tengo un amigo, al que le tengo mucho que agradecer por su gran acogida recién aterrizado, que pertenece al primero y trató de llevarme para su causa con cabeza y corazón. Era incapaz de entender de que yo no amara el cricket y tampoco le cabía en su cabeza que en España no cuajara, especialmente por el clima más cálido. Yo le decía que no, que allí somos de fútbol, fútbol y fútbol y luego baloncesto, balonmano y tenis, dependiendo de Nadal o si hay Mundial u Olimpiadas. Me contaba historias de su infancia echando horas y horas en la calle bateando y lanzando, de cuando su padre le compró su primer bate de madera inglesa que aún guarda, de cómo se debía mantener la madera en buenas condiciones, de cómo lanzar la bola, lo recuerdo escuchado los partidos retransmitidos desde la India por la BBC Radio... Llevado por su empuje y por corresponderle, intenté (Dios lo sabe) acercarme y por qué no entregarme para siempre a este deporte. Incluso me veía con un puntito más de interés volviendo a España defendiendo el cricket por encima del fútbol. Sentirse como en otra élite. Él me explicaba cómo funcionaban las competiciones y me arrojaba luz leyendo crónicas en los periódicos que a veces eran auténticos jeroglíficos. Cómo entender que Bangladesh iba ganando 103 a 0 a Inglaterra el primer día y él comentar que aquello estaba ganado.

Cuando ponía cara de pez, él lo justificaba con un "te falta ver un partido para entenderlo todo". Y llegó ese momento. Consiguió dos entradas para un encuentro contra Australia perteneciente a la prestigiosa competición The Ashes, cuyo ganador retiene un valoradísimo trofeo de terracota de 15 centímetros. Es al mejor de cinco test y cada test dura un día entero. Me pedí un día de vacaciones para asistir a este acontecimiento que se celebraba en el mismísimo templo londinense The Oval. En fútbol sería como una final de Champions y ya puestos a fabular entre el Granada y el Bayern en Wembley. Las entradas no bajaban de las 100 libras.

Inglaterra había hecho los deberes en Australia y en su casa sólo le quedaba cerrar el trofeo. El ambiente, el inicio, el olor y el color del césped impresiona, por qué no decirlo eriza los pelos: los jugadores con su impoluto uniforme color crema, la parada puntual para el lunch, aquellos señores elegantemente trajeados con chaquetas multicolores que son como las eminencias en los tendidos de Las Ventas, es decir, los que deciden si el torero se merece el aplauso o el abucheo, esos sándwiches rulando para matar el hambre, esas colas de personas bien organizadas para entrar, salir, ir al servicio... Y luego está el cricket. Explicado burdamente, y con perdón de los entendidos, sería como el béisbol, aunque con muchos matices. Un lanzador trata de derribar con la pelota, que ha de dar un bote previo, tres palos verticales defendido por un bateador. Que eso ocurra es harto complicado y cuando sucede pasa tan rápido que solo puedes aspirar a verlo en una pantalla gigante en una repetición. Cuando sucede es el colmo, fiesta y abrazos, muchos abrazos en las gradas.

Decir que estar sentado 7 horas en una grada esperando a que caigan unos palitos golpeados por una bola es como reducir el fútbol a ver 22 tipos corriendo detrás de un balón, pero lo siento, especialmente por mi amigo, así es como yo me sentía a la tercera hora. Él se resistía a darme por perdido y me iba comentando con pasión lo que estaba sucediendo: "Ahora Inglaterra saca a su lanzador más potente, ahora al que más técnica tiene aprovechando que el césped está gastado, este las tira con efecto, mira cómo limpian la bola para que no se desvíe..." Me fijaba que los de mi alrededor no paraban de pedir permiso para entrar y salir de su asiento. ¿A dónde iban? Lo descubrí luego: a un inmenso ambigú a pedir pintas de cerveza. Con esto no quiero decir que es una manera de aguantar hasta el final, pero sí hay que reconocer que algo debe ayudar.

A las 6 de la tarde acabó el partido. A la vuelta, mi amigo, que admitió que el encuentro no había sido de los mejores, me preguntó si me había impresionado. Yo no sabía cómo expresarle mis verdadero sentir después de que hubiera pagado un dineral por aquellas entradas, pero creo que salí bastante bien de aquello y le comenté: "Yo es que soy más de las cosas que empiezan y terminan en el mismo día”.