Crítica de Exodus: Dioses y reyes, la forja de un profeta
Dudas, inseguridades e incluso incomprensión ante la intervención divina presiden los actos del Moisés más humano que hemos visto en la gran pantalla
Ridley Scott ofrece su espectacular visión del relato bíblico de Moisés en Exodus: Dioses y reyes. Una película técnicamente apabullante pero desequilibrada: musculosa y cebada en algunos pasajes, enclenque y apresurada en otros.
Christian Bale es un Moisés criado en la corte del Antiguo Egipto como hermano de Ramsés (un generoso en esfuerzo y presencia facial Joel Edgerton), con quien le une una estrecha relación. Consejero del faraón y comandante de sus tropas, la revelación de sus orígenes hebreos y el que debe ser su destino desmontan su cómoda vida y lo arrojan al desierto.
ALGUNOS PASABAN POR ALLÍ...
Curiosamente no encuentran estos problemas de "justicia laboral" ni Aaron Paul, ni Ben Kingsley, ni Sigourney Weaver, actores que -especialmente ésta última- pasaban por este Egipto, recreado en Fuerteventura y Almería, a recoger su cheque para mayor gloria de los títulos de crédito y los carteles que inundan las marquesinas.
Desequilibrio. Otra vez. Esta es -junto con la excelencia técnica- la nota predominante en el mastodonte cinematográfico que es Exodus: Dioses y reyes. Una película que como su Moisés, según afirmó el propio Bale en una entrevista a Europa Press, se mueve de extremo a extremo. No hay término medio.
En lugar de Exodus, título que hace referencia a todo un libro del Antiguo Testamento, Scott debería haber llamado a su superproducción La forja de un profeta. Título más certero, veraz e incluso -y para esto es para lo que vino aquí Ridley- más épico y espectacular.