Crítica: 'La entrevista'
La Entrevista nos eleva y desciende por caminos surrealistas y tramposos, por atajos de risa fácil, que para nada justifican el revuelo que ha provocado.
Relato irreverente y gamberro con dos líneas básicas de crítica en su trama, que no de análisis, porque no parece ser el foro más apropiado para una profundización sesuda.
El tándem Franco-Rogen, que nos recuerda a otras parejas cómicas cinematográficas, aunque sin llegar a los niveles de Lemon-Matthau, por supuesto, mete sus dedos en el pastel de una Corea del Norte blindada y tópica, por otro lado rasca la tarta de los medios de comunicación, que viven de la carnaza morbosa-sabrosa y primaria.
¿Cómo unir estas dos vías?
Con la rocambolesca maniobra del sueño americano: cargarse al malo-malísimo-manipulador al más puro estilo John Wayne-Rambo, para elevar al nivel de héroes planetarios a dos palurdos, especialistas en sacar la mugre con cuchara sopera.
Y todo para mayor gloria de una presunta primavera amarilla.
La Entrevista nos eleva y desciende por caminos surrealistas y tramposos, por atajos de risa fácil, que para nada justifican el revuelo que ha provocado.
En este punto se puede plantear una pregunta: ¿no será una maniobra de marketing por parte de SONY y Kim?
Bromas a parte, todo ese lío diplomático-hackeriano demuestra el poco sentido del humor de las dictaduras, porque recordemos lo que hizo Tim Burton con el presidente de EEUU en Mars Attacks!
James Franco recuerda trazos de un histriónico Jim Carrey en su papel de presentador estrella, superficial y pagado de sí mismo, que no llega a ser muy consciente de su condición de herramienta de la CIA. Rogen se dirige a sí mismo sin demasiada convicción y recuerda a las comedias teen de televisión, donde los personajes no llegan a emerger de clichés cándido-bobalicones. Eso sí, se reserva el premio para sí, siempre ha habido jerarquías.
La sonrisa sale con cierta facilidad, a veces por la sensación de ridículo, otras por la percepción de estar inmersos en una parodia bondiana sin licencia para matar mucho.
La fotografía, con un color saturado, nos reafirma ese punto de extrañamiento que nos aleja de la realidad, a sabiendas de que lo que vamos a ver es una broma gansa.
La conclusión final es simple: no era para tanto Kim.