Cuando el donut se derrite

parque-del-retiro-madrid-foto josemdelaa Pixabay
Imagen del Parque del Retiro de Madrid | Foto: Archivo
Avatar for Javier Merino
0

Me costó apreciar la vida en Madrid durante el periodo estival. He sido demasiado benigno; rectifico. Mi primer verano en la capital se me hizo insoportable.

Hasta hace un par de años, durante mi época de estudiante, ni siquiera me había planteado la posibilidad de permanecer en Madrid durante los meses de julio y agosto. Pero, cuando llega la hora de trabajar, ya no vale lo de irse a la playa todo el verano. Por mucho que presumamos de teletrabajo (al igual de tantas otras cosas en las que el malditovirus supuestamente nos hizo mejores).

Para quienes no hayáis estado en Madrid durante la época más calurosa, he de reconocer que el tráiler de la película no es nada alentador. La población más joven, y todos los que pueden, protagonizan el éxodo que luego aparece en los telediarios en forma de atascos y advertencias de la degeté.

Los que nos vemos obligados a quedarnos para levantar el país nos encontramos ante un panorama solitario. Que no tranquilo, pues es en estos meses, aprovechando la escasez de viandantes, cuando las compañías de obras aprovechan para hacer, literalmente, su agosto. Ruido, calles cortadas… y del transporte público mejor ni hablar.

A esto hay que añadirle, por supuesto, el calor inherente a la época, el cual nos obliga a permanecer en nuestras casas la mayoría del tiempo. En mi caso, además, de una forma ciertamente cruel, con vistas a la piscina de la comunidad de vecinos contigua. Comunidad de la que, por desgracia, todavía no he conseguido hacer un amigo que me facilite (o al menos refresque) el verano.

Ante este panorama solitario, ruidoso y caluroso, resulta difícil enamorarse del agujero de nuestro donut mientras este se derrite por las altas temperaturas. Sin embargo, el verano pasado algo cambió.

Cambió en un atardecer en el que decidí ir al Templo de Debod por mi cuenta a ver la puesta de sol. No era la primera vez que despedía al astro desde este enclave privilegiado, pero sí la primera vez que lo hacía durante el mes de julio. Me asombró la paz que se respiraba, frente al bullicio habitual que enturbia en cierta medida este momento.

Vi entonces la ciudad de otra manera. La ausencia de personas se convirtió en una oportunidad para apreciar el agujero del donut sin ruido. Para dar paseos tranquilos por el Retiro. Para caminar por Gran Vía sin chocar constantemente con la gente. Para tomar una cerveza en la terraza de ese bar que siempre está lleno (da igual el día de la semana y la hora).

Fue, sobre todo, una oportunidad para reflexionar. La vida en Madrid fluye rápido durante el curso, tanto que a veces no le da tiempo a uno a pensar entre el bullicio de la capital. El verano, sin embargo, supone un pause que nos permite recapacitar sobre el curso que acabamos de vivir. Sobre los propósitos para el que está por venir.

También es esta una oportunidad para recargar pilas. De ilusionarse imaginando a las nuevas personas que se cruzarán en nuestro camino, así como sus procedencias geográficas. Ese es, quizás, uno de los aspectos más ilusionantes del agujero del donut. Que siempre se llena con nuevos sabores procedentes de los extremos, asegurando que los gatos y extranjeros nunca tengamos la sensación de vivir en un día de la marmota. Mientras uno recorre las calles y parques semivacíos, se imagina a las personas que le acompañarán por ellos a partir de septiembre.

El verano en Madrid también tiene un toque cultural. Los museos suelen tener una menor demanda, permitiendo disfrutarlos de una forma más pausada. Además de abrir en ocasiones de una forma gratuita, algo que apreciamos especialmente los españoles. También es esta una buena época para los festivales veraniegos, las visitas a los parques de atracciones, los cines de verano…

En definitiva, el verano en Madrid no es como lo pintan (o mejor dicho, como lo pintaba yo al inicio de este artículo). Cierto es que hay que saber ser pacientes con la película. El inicio puede resultar algo tedioso, al menos desde mi experiencia. Una vez superado este, Madrid cobra un color especial durante los meses de julio y agosto. Mientras el donut se derrite, el agujero se vacía de distracciones. Es entonces cuando podemos descubrir la Madrid más auténtica, libre de distracciones y ruidos. Salvo los de las obras, claro está.