Cuando el ejercicio físico se convierte en obsesión: psicólogos andaluces advierten del peligro de la vigorexia
La llegada del verano acentúa el culto excesivo al cuerpo, que afecta al 10 por ciento de los hombres, de entre 15 y 35 años, que van al gimnasio
Un año más, coincidiendo con la época estival, llegan numerosas campañas publicitarias en las que se muestra cómo debería ser nuestra imagen física. Los gimnasios triplican sus usuarios buscando la silueta perfecta, las dietas ‘milagrosas’ se sitúan en primera posición… Y es que la sociedad en la que vivimos nos muestra la importancia excesiva de la imagen y de cómo debería ser nuestro cuerpo lo que, inevitablemente, termina influyendo en nuestro comportamiento.
Desde el Ilustre Colegio Oficial de Psicología de Andalucía se analiza esta moderna obsesión por tener un cuerpo musculoso, que es lo que se conoce como vigorexia, aunque también recibe el nombre de dismorfia muscular o complejo de adonis. Es un trastorno en la percepción de la imagen corporal que hace a un sujeto verse pequeño, débil, enclenque y carente de atractivo.
En este trastorno influye de forma determinante el culto excesivo a la belleza corporal y una obsesión por la salud entendida como perfección.
Actualmente no hay consenso en cómo clasificar este trastorno. Algunos autores lo introducen como trastorno de la conducta alimentaria (TCA), otros como trastorno dismórfico corporal (TDC) o trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
Si bien es por todos conocido los efectos altamente beneficiosos que el ejercicio físico y los hábitos de vida saludables tienen en nuestro organismo, las personas vigoréxicas se obsesionan sobre su falta de musculación, la cual les hace tener pensamientos y comportamientos incompatibles con una vida sana, sustituyendo las conductas saludables por conductas negativas a nivel personal y social.
No se disponen de datos fiables sobre la prevalencia de la vigorexia, ya que se considera que puede estar infradiagnosticada e infravalorada. En España, estudios como el de Alonso de 2002, señalan que puede haber entre 20.000 y 30.000 pacientes afectados por este trastorno. Se estima que un diez por ciento de los hombres que acuden al gimnasio puedan presentar este síndrome. No todos los culturistas lo padecen ni es exclusivo de los hombres, aunque su prevalencia es mayor. La edad más frecuente de aparición es entre los 15 y los 35 años.
Los expertos concluyen que las causas de este trastorno son variadas. Generalmente el desencadenante se encuentra en factores sociales, culturales y educativos. Podemos nombrar, entre otros, la autoestima en la infancia del individuo. Así, aquellas personas que hayan sufrido bullying en el colegio podrían tener una mayor propensión a desarrollar este desorden; haber sido objeto de burlas, intimidación o acoso, supone un elemento que puede distorsionar la autoestima personal.
Igualmente, el entorno cultural es un factor clave a la hora de desarrollar este trastorno. La idealización de los cánones de belleza, las campañas publicitarias que muestran cuerpos atléticos o musculosos, pueden hacer creer que no encajar en ese patrón se debe a un defecto corporal propio.
Un último elemento de riesgo puede ser la realización obsesiva de ejercicio. En este sentido, la adicción a la adrenalina producida durante el ejercicio puede ser un factor de riesgo. Las consecuencias de este trastorno pueden ser importantes para la salud: problemas físicos debido al exceso de entrenamiento o la dieta poco saludable y problemas en la salud mental. La intervención psicológica es fundamental para corregir esta distorsión de la realidad.
La terapia cognitivo-conductual en el caso de la vigorexia, es considerada la más efectiva, ya que persigue que la persona cambie la forma de relacionarse con su cuerpo, y modificar su preocupación por su falta de musculación, sustituyendo las conductas negativas por conductas sanas a nivel personal y social.