Cumpleaños cronometrados
Con unas pocas de fiestas infantiles de cumpleaños a mi espalda, voy a intentar describir el protocolo a seguir y de cómo se organizan estos eventos en Inglaterra. Vosotros ya anotáis las diferencias al compararlas con las fiestas adulto-infantiles con barra libre incluida que se celebran en la Hispania.
Primero, lo habitual, tu hija viene a casa eufórica con una invitación de la guardería o colegio. Nombre de la amiga invitadora, fecha y hora. Hasta aquí nada novedoso, pero sí que lo hay en la hora. Te informa de cuándo comienza y, sobre todo, de cuándo termina. Generalmente, los cumpleaños son de dos horas o hora y media. A mi hija se le pasa volando. A los padres, no tanto.
Es importante la hora de salida porque no puede durar ni un minuto más. Básicamente porque se suelen contratar por ese periodo de tiempo. Ahí están los anfitriones y sus familiares coordinando todo para que nada demore los plazos. Se suelen celebrar más fuera que en la casa porque moqueta y niños tienen caracteres claramente incompatibles. Para las celebraciones fuera de domicilio hay una gran variedad: granjas, piscinas, recintos con piscinas de bolas (soft play), centros sociales, parques, en la playa o alquilar un local en la iglesia. Porque sí, aquí las iglesias, además de sus actos religiosos, están o al menos tratan de estar abiertas a la comunidad. Generalmente, no son solo lugares de misa de domingo y hasta la semana que viene. Organizan actividades, concursos, desayunos, convivencias, etc.
Recuerdo que asistí por motivos de trabajo a un acto en el que se presentaba una asociación creada por empresarios de la ciudad. Para aquella ocasión, la nueva directiva había invitado a una jefa ejecutiva de las tiendas de lencería más populares de aquí. Como el salón de la iglesia no daba para tanta gente, el acto se celebró en la misma iglesia reformista. Y allí estaba aquella famosa y muy rica empresaria delante del altar dando consejos empresariales y contando cómo al principio reunía a sus amigas para mostrarles la ropa interior atrevida que estaban diseñando. Y al fondo, una sobria gran cruz -las iglesias inglesas son siempre sobrias, quizás aburridas, pero todo intencionado. Allí se va a lo que se va, no a recrearse en un arbotante o arco ojival-. A mí, sentado desde uno de los bancos reservados normalmente para los feligreses, todo aquello me chirriaba, pero los de mi alrededor disfrutaban de aquella charla. Estaba claro que yo era el raro.
Nuestro primer cumpleaños fue en una iglesia baptista, pero en una de sus salas y sin invitados glamurosos. Desde que entras tienes la sensación de que el cronómetro se pone en marcha. Dos horas ponía la tarjeta de invitación y en dos horas estábamos listos. Tras los saludos pertinentes, la entrega de regalos. Nunca se abren en el cumpleaños, quizás por cuestión de tiempo, quizás para ahorrar comentarios impertinentes de la reina de la fiesta, muy subidita en su día, tipo “esto ya lo tengo”, “no me gusta leer”, “puaff, ropa”... Y los menores nada más verse se juntan como si no se hubieran hablado en décadas, gritan y juegan. Es la conocida locura cumpleañera, de índole universal.
Generalmente, cuentan con la ayuda de un mago o animador contratado. Quizás sea el único momento en el que los padres son capaces de entablar una conversación sin interrupciones. Los progenitores son invitados a un té o café, ni una gota de alcohol. Una cosa es que las iglesias sean abiertas y otra que se conviertan en pubs. A los 40-45 minutos, los menores se sientan y meriendan o comen o lo que toque. Hasta que llega el punto álgido de toda fiesta de cumpleaños, la tarta y el Happy Birthday. La protagonista sopla sus velas, es fotografiada y la tarta desaparece -esta era real, de bizcocho y nata, las he visto perfectas y sabrosas, pero falsas, solo diseñadas para la sesión fotográfica-.
En nuestra primera vez, mi hija se acercó para alertarme de que se estaban llevando la tarta y de que no la había catado. Me sentí angustiado porque tal vez me despisté y debí reclamar la porción de ella, pero ya era demasiado tarde. Yo, iluso, incluso pensaba que si sobraba algo hasta yo mismo podría probarla. Consolé como pude a mi hija con una galleta sobrante y de nuevo se fue a jugar. Porque los niños ya habían terminado de comer y vuelto a sus aventuras. Momento en el que los anfitriones aprovecharon para recoger la comida, limpiar y recoger las mesas y las sillas porque el local tiene que quedar como estaba. Tan apurados se les veía, que los otros padres comenzamos a ayudar a adecentar a aquel salón. Y se acercó la hora señalada, dos horas exactas, y los invitados empiezan a desfilar y llega la despedida. Es en ese momento cuando la recién cumplida entrega a sus amigos una bolsita con chucherías varias, una tarjeta de agradecimiento por la asistencia (ya saben siempre el Thank you) y algo envuelto en una servilleta. El trozo de aquella tarta que se esfumó durante la fiesta.