De lo humano y lo divino

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Imagen ilustrativa | Remitida
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Hoy me siento trascendental y metafísica. Y es que todos necesitamos momentos de espiritualidad y reflexión y es, en esos instantes, cuando tenemos auténticas revelaciones. Hay algo que tengo muy claro, religión y religiosidad no son la misma cosa. De hecho, a mi juicio, son polos opuestos y que, paradójicamente, de ninguna manera se atraen.

Y ya sé que quizá esté metiendo el pie en un charco profundo… muy profundo. Pero he aquí mi visión de lo humano y lo divino.
Mientras que la religión es un concepto basado en jerarquías, normas y privación de libertad, algo por tanto completamente prescindible, la religiosidad es algo mucho más complejo y profundo que libera, unifica e iguala, algo que todos llevamos dentro, incluso los más ateos.

Las religiones, en su mayoría, son una atadura espiritual, que impide el crecimiento del ser humano. Buscar a ese ser divino fuera de nosotros, como un ente ajeno, es algo completamente antinatural y que nos aleja de nuestro propio YO interior, ese que nos conecta con el todo, con el cosmos… con Dios, si lo queréis llamar así.

Las religiones separan, crean clases, jerarquías y prejuicios. Todas promulgan el amor, el respeto y la tolerancia, pero al final todas caen en tópicos tan tristes como “lo que yo digo es la verdad, lo que tú dices ni lo escucho”, “créetelo con los ojos cerrados y no preguntes más”, etc…
Pensad, por ejemplo, en el principio mismo del Génesis y la relación Hombre-Dios. Dios no quiere que Adán y Eva coman del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. El ser humano cae en la tentación y se desencadena la desgracia.

Ergo… el conocimiento es malo… pero malo, malo.  Pero, pensad fríamente. ¿Eso es así? ¿De verdad quieres Dios que seamos ignorantes y, por tanto, carezcamos de libre albedrío? ¿O, por el contrario, quiere un ser humano libre, en constante proceso de aprendizaje y perfeccionamiento?

Sinceramente, a mí me suena más a que los primeros contadores de historias del Nuevo Testamento querían una cohorte de ingenuos atemorizados y sin capacidad de pensamiento, para que no se cuestionase nunca nada de lo que los jefes religiosos dijesen.

¿Sabéis por qué? Porque las religiones son un concepto humano, sometido a interpretaciones y, por desgracia, a intereses particulares de todo tipo.

Durante siglos, las religiones han sido motivo de guerras y luchas de poder, aún hoy vemos auténticas aberraciones en el nombre de Dios. Esto es incuestionable. La religión es un concepto completamente humano y banal.
Vayamos a lo divino, a lo espiritual.

Sinceramente creo en la existencia de algo más. Por encima de la materia somos energía, y aún existen muchos conceptos físicos que desconocemos, así pues, no creo que se pueda desdeñar el concepto de espíritu.
Dios es mucho más que un señor que nos espía y nos pone a prueba. Pensar así es simplificar tanto que resulta ofensivo para la inteligencia humana. Existe un TODO al que estamos unidos, una fuerza universal de la que formamos parte de forma irremediable. Una fuerza que, si abrimos nuestra mente, podemos sentir de forma clara e inconfundible.
Cuando reflexionamos, meditamos o rezamos (llamadlo como queráis) conectamos con nuestra verdadera esencia, nuestro verdadero yo. Ese YO divino que te da la respuesta correcta y que te dice si te apartas de tu camino. Ese YO que no entiende de normas sociales, política o religión. Ese YO puro y libre, desinteresado y ajeno a necesidades superfluas. Ese YO que te dice “sé feliz”.

De hecho, cuando se leen textos de diferentes religiones, incluyendo los tan denostados evangelios apócrifos, vemos que el concepto subyacente a todas es este “Si Dios vive en ti, entonces tú eres un ser divino”. Por tanto nadie es más que nadie, ni nadie debería decirte como vivir tu religiosidad. Es una relación íntima y única.

Existen unos textos muy reveladores, los Manuscritos del Mar Muerto o evangelios de Qumran en los que Jesús no se presenta como el Hijo de Dios de forma exclusiva, sino que expresa que su divinidad es la misma de la de cualquier otro ser humano. La diferencia, según estos textos, es que él conocía esa verdad y quería mostrarla a los que estaban a su alrededor. En estos textos, Cristo habla de no encerrar al hombre en un edificio a buscar a Dios, de vivir la fe de forma particular y única… Ya veis al final todo es cuestión de interpretaciones.

Solo os voy a decir algo. No dejéis que nadie os prive de la libertad de vivir vuestra espiritualidad a vuestra manera, no dejéis que os aten con conceptos y dogmas que no podéis entender ni mucho menos cuestionar.
El espíritu es libre y sabio por naturaleza, busca la felicidad por pura intuición y lleva al BIEN siempre.
Escucha a tu verdadero YO y estarás escuchando al universo, al todo… a Dios.

Y os dejo con un bonito extracto de los Manuscritos del Mar Muerto, parte del supuesto Evangelio de Santo Tomás, que será o no será enseñanza directa de Cristo, pero que encierra una hermosa realidad que me gustaría que os hiciera reflexionar:

“El reino de Dios está dentro de ti y a tu alrededor, no en edificios de madera y piedra; corta un trozo de madera y ahí estaré, levanta una piedra y me encontrarás; quien descubra el significado de estas palabras no experimentará la muerte.”