De mujer revolucionaria a religiosa: la artista granadina olvidada por los museos
Aurelia Navarro nació en la ciudad de la Alhambra en 1882 y fue una mujer que se atrevió a firmar y dar visibilidad a sus obras
En otra época, cuando el feminismo no existía o no se percibía como una igualdad, las mujeres no se podían hacer responsables de su arte o, directamente, no firmaban sus cuadros, poemas o novelas por miedo a represalias. Una acción que ha perdurado hasta no hace tanto.
En pleno siglo XIX, ya había una granadina, mucho antes de las conquistas del sexo femenino, que firmaba con orgullo sus obras de arte y buscaba ser reconocida socialmente, algo que fue su verdugo.
Aurelia Navarro nació en la ciudad de la Alhambra en 1882. Concretamente, se crió en Plaza Nueva, fuente de inspiración entre el Generalife y el Albaicín. Una inspiración que no tardó en salir de sus manos para asombro del mundo. Dicen los estudiosos que los jardines de Granada, sus formas geométricas y los colores de la ciudad fueron sus mejores maestros para plasmar la belleza sobre el lienzo.
“Esta mujer fue pionera en su ciudad. Ella firmaba las obras y las presentaba a exposiciones nacionales. Pero, no ha tenido casi ninguna influencia en Granada”, comenta Juan Manuel Segura, uno de los propietarios de Casa Ajsaris. Coleccionistas de arte que tienen una de las obras de esta artista pionera y olvidada en su tierra.
José Larrocha fue su maestro en la Escuela de Artes y Oficios de Granada, allí tuvo una relación artística con Tomás Muñoz Lucena. El cordobés autor de la obra “El cadáver de Álvarez de Castro” tuvo una influencia innegable en la granadina.
Fue en Madrid cuando se soltó definitivamente la melena. Quiso hacer su obra más visible y se presentó a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Una acción que fue incitada por Rodríguez Acosta y López Mezquita -que mencionaremos más tarde-. Desde ahí, obtiene la Tercera Medalla del Jurado, presidido por Francisco Pradilla, mientras que en la Exposición Nacional de 1908 obtuvo otra Tercera Medalla.
“Los éxitos de la joven pintora en Madrid fueron negativos hasta el extremo de cortar su brillante y prometedora carrera artística, pues su padre al ver la popularidad que iba tomando y el acoso de la prensa, se la llevó a Granada”, cuenta Matilde Torres López, en su tesis doctoral sobre las artistas andaluzas del XIX.
Y es que, Aurelia Navarro provenía de una familia adinerada. El éxito sobre una mujer en esa época y los persistentes pretendientes que tenía, como Tomás Muñoz Lucena – así lo cuenta Marino Antequera en su libro Pintores granadinos- precipitaron la intrusión de la joven en la orden religiosa de las Adoratrices en 1923. Pasó por Málaga o Roma, hasta que acabó muriendo en Granada, convertida en religiosa. “Esto es completamente un ejemplo de caso patriarcal”, dice Segura.
“Este ejemplo de nuevo nos muestra cómo una mujer y su creatividad se ven doblegadas por las imposiciones sociales y peor aún por las familiares, que no vieron en su obra una expresión auténtica de ella misma, y una experiencia en la técnica avalada por sus maestros, sino el miedo a que se le reconociera y afectara a su moral, cerrando para ello todos los vínculos que tenía la artista con su entorno, el mundo artístico”, asegura Torres López en su estudio para la Universidad de Málaga.
Valor y reconocimiento
“Estuvo en el Vaticano por sus pinturas y allí seguro que se dedicó al estilo religioso, pero se le perdió la vista” comenta Segura, que posee una obra de esta artista en la Casa Ajsaris, pero que confiesa que no hay muchas obras de Aurelia Navarro en el mercado.
Y es que, Navarro es la gran desconocida de la historia artística granadina. Rozó el maltrato de una sociedad que la condenó a encerrarse en otro tipo de vida en el que su genio artístico y su labor pictórica se perdieron poco a poco.
Ahora, podemos encontrar un cuadro de la granadina, otro en el catálogo de la Diputación de Granada y hasta hace pocos días estaba en subasta Jugando con las gallinas en el Carmen, de 1906. Un óleo sobre lienzo cuyo precio de salida es poco más de 3.000 euros, posiblemente, por seguir siendo la artista más olvidada en la historia de la ciudad de la Alhambra.