Debates electorales

Primer duelo parlamentario entre Feijóo y Sánchez del año 2023
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno | Foto: Archivo
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Hace unos días escuchaba sorprendida la declaración del portavoz del PP que tildaba de “excentricidad” la propuesta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de realizar varios debates electorales sobre los temas más candentes de la política española. “España no está para excentricidades” decía ufano el citado portavoz. No podía dar crédito. Recordé mi insistencia, en la asignatura de pensamiento político en la Antigüedad, sobre la importancia de la palabra, el debate y la persuasión como elementos definitorios del primer sistema democrático que nacía en la antigua Grecia. La argumentación, el razonamiento y el contraste dialéctico están, sin duda, en el origen de nuestro pensamiento democrático occidental. ¿Qué hubieran pensado aquellos griegos si uno de los contendientes hubiese dicho que no debatía porque era una excentricidad? La respuesta hubiese sido que lo excéntrico era no debatir, en cuanto ello comportaba el desprecio a la ciudadanía y un ataque al sentido mismo de la democracia.

Los debates electorales no son una extravagancia, todo lo contrario, son una muestra de calidad democrática y de respeto a la ciudadanía. ¿Acaso es excéntrico tener un debate con profundidad sobre la situación de la economía española, sus retos y sus propuestas de futuro? ¿Acaso lo es debatir, con el rigor y el tiempo necesarios, sobre el cambio climático, la violencia machista, las medidas sociales para proteger a la población más vulnerable, la memoria democrática, el impacto de la inteligencia artificial, el modelo territorial de España o el papel de nuestro país en el ámbito internacional?

Me pregunto de qué España hablaba el portavoz del Partido Popular, porque es muy probable que los trabajadores y trabajadoras españoles quieran conocer las posiciones sobre la reforma laboral, el salario mínimo o las perspectivas económicas que aseguren empleo digno. Es muy posible que los pensionistas españoles estén interesados en las opiniones sobre el futuro de sus pensiones, y los jóvenes en saber si aumentaran las becas o si se va a aplicar y cómo la ley de vivienda. Y las mujeres españolas necesitamos saber cómo es considerada la violencia machista y las medidas que se proponen para erradicarla.

Entiendo que si el programa del PP se reduce a derogar las medidas sociales, económicas, de memoria o medioambientales del actual gobierno, no necesiten debate y baste con conjugar una y otra vez el verbo derogar. Pero me temo que detrás de esta negativa hay algo más. Tal vez sea la forma de esconder su auténtico programa para intentar congraciarse con un electorado amplio, o tal vez la forma de pasar de puntillas por la carencia de un modelo coherente y valiente que incorpore la complejidad social y territorial española. O tal vez algo mucho más pedestre, la conciencia del desconocimiento de los temas para hacer frente a debates de calado, e incluso la molestia de tener que preparárselos.

Pero empezamos a salir de dudas. El acuerdo entre PP y VOX en la Comunidad Valenciana deja al descubierto esa interesada indefinición al adoptar y abrazar el programa de la ultraderecha: negación del cambio climático y de la violencia machista, apoyo a las grandes fortunas, desmantelamiento del sistema público, junto a otras guindas sobre identidades culturales. ¿Dónde queda aquella supuesta moderación de Feijoo? ¿Dónde las líneas rojas sobre pactos con maltratadores machistas?

Conocer las posiciones ante los temas que afectan a la sociedad española, y el grado de implicación y conocimiento de los líderes sobre ellos, no es una excentricidad, es algo absolutamente necesario en democracia. En ello debían de estar quienes aspiran a dirigir los destinos de España. No perdamos la esperanza.