Lo que no reluce de joyas y relojes: dos oficios sin relevo generacional
Por el Día Internacional de ambas profesiones, cuatro talleres abren sus puertas y comparten sus sensaciones sobre el futuro de su ocupación
"No es oro todo lo que reluce", resume María José, más conocida como Coque, el oficio de joyera. El Día Internacional de la Joyería y Relojería pone en valor este domingo, 3 de noviembre, estos dos empleos artesanales que cada vez más cierran la persiana por última vez.
En el centro de Granada, en la calle San Antón, Coque Joyeros abre sus puertas y su encargada confiesa que el futuro de su oficio no brilla tanto como la joyería que manipulan. Se trata de un negocio familiar propulsado por María José, licenciada en Bellas Artes y diseñadora de joyas, y su marido, joyero y relojero desde sus 14 años, que abrieron este taller en 1986 y lleva funcionando desde entonces. Tras pasar varios años trabajando en diferentes empleos, Alejandro Sáez, su hijo, decidió estudiar en la escuela de artes y oficios ya que su padre se lo enseñó desde pequeño y formar parte del equipo. Alejandro comenta que la mayoría de compañeros de su padre ya se han jubilado y sus negocios han desaparecido. Además, explica que sus compañeros de formación se dedican más bien a "pequeños trabajos, realizan piezas desde sus casas, pero no han podido abrir un negocio o un taller porque la economía no se lo permite". Según él, abrir un taller requiere una inversión mínima de unos 50.000 o 60.000 euros. Por suerte para Alejandro, el taller es propiedad propia, pero recuerda malos momentos para el negocio como durante la pandemia. "Ahí todo el mundo lo tuvo difícil, pero cuando la gente no tiene dinero, no invierte en el sector de lujo", expone, y explica que si el local fuera de alquiler "habría cerrado hace años". Tanto madre como hijo apuntan la aparición de numerosas tiendas que tan solo se dedican a la venta y no a la reparación. Esto les conviene ya que "al ser de los únicos que quedamos, porque ya está desapareciendo el oficio, nos beneficia en parte porque cada vez tenemos más trabajo".
Esa misma afirmación no la corrobora totalmente José Ávalos, que tiene su taller de relojería homónimo en el Corte Inglés, en el centro de la capital. Desde sus 15 años se dedica a la relojería gracias a una oportunidad que le dio su vecino. Compaginaba sus estudios con el aprendizaje de este oficio en el que "se rompe mucho, son piezas muy delicadas y al principio se rompe mucho". A pesar de tener una clientela fiel y regular, tiene constancia que los más jóvenes utilizan cada vez más relojes digitales, pero lo que realmente le afecta es que las personas compren relojes y no los arreglen. Sin embargo, es más pesimista y cree que el oficio no perdurará en el tiempo. Resalta diferentes factores que justifican la posible extinción del trabajo de relojero: "La existencia que había antes de que el aprendiz tenía posibilidades, ya no hay" y el desinterés de algunos alumnos, porque intentó contratar a personas pero sus planes se frustraron... Excepto con su hijo, que se encontraba atendiendo a clientes en ese mismo instante. "Lleva cuatro años conmigo y es lo mejor que me ha podido pasar, porque siempre en la casa ha estado pegado a mí, haciendo preguntas...". Resalta que se trata de un trabajo que sigue una tradición pero que cada vez quedan y la siguen menos.
El mismo caso se encuentra en la calle San Antón, en el taller de relojería J. Torres. Jesús Torres es la tercera generación de relojeros de su familia. Lleva poco más de una decena de años dedicándose al oficio y explica que no tiene formación ya que el conocimiento fue padre a hijo, "empezó mi abuelo, luego mi padre y ahora voy yo". Continúa diciendo que existen pocos cursos de relojería y que para aprender "tienes que romper mucho, nadie te va a dejar que rompas a no ser que sea un familiar tuyo". Mientras su padre arregla un reloj detrás del mostrador, Jesús continúa explicando que el 'boom de las smartwatchs' ya pasó y que existe una afición por los relojes, incluso entre la gente joven. Mantiene una clientela fiel y afirma que el oficio siempre existirá: "Hay relojes muy caros y alguien tiene que repararlos". A pesar de realizar muchas horas, se siente orgulloso y muy contento de ejercer junto a su padre.
Una tradición familiar es lo que también ha empujado a María Soto a seguir con el negocio de joyería de su familia que cuenta con casi 100 años de historia. María es la cuarta generación y la primera mujer a la cabeza de esta joyería. Las Granadas de María confeccionan joyas inspiradas en la ciudad, asegura que es "muy granadina, se me nota, a mí todo lo que me inspira es Granada y siempre digo que no podría vivir en otro sitio". María desarrolla su comercio en línea, además de vender joyas en su taller y la distribución de sus piezas para tiendas de artesanía en Granada. Comenta que no se ha formado ya que toda la sabiduría viene de su padre. Recuerda que cuando era más joven decía que sería ella quien "haría las granadas". "Era un trabajo para los hombres de la familia pero cuando mi padre se jubiló, o lo cogía yo o se acababa", explica la joyera. Así fue cómo María acabó en este taller en Peligros, trabajando junto a su hermana que se incorporó hace apenas dos meses. Piensa que hay muchas joyerías, aunque talleres como el suyo, no muchos. Las piezas que fabrica son artesanales, con maquinaria heredada por su familia y no cuenta nuevas tecnologías. María Soto cuenta ya con 15 años de experiencia en esta joyería familiar en la que continúa creando nuevas colecciones y rediseñando piezas familiares.
Las historias de estos cuatro emprendedores demuestra la falta de recursos actual para preservar ese 'savoir faire' de la joyería y relojería en la ciudad, además de una voluntad por preservar el negocio y tradición familiar.
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