El discurso del rey
No sé qué podían esperar quienes se han apresurado a calificar el discurso del Rey como tardío, vacío, sin compromisos, etcétera... Aun suscribiendo tales calificativos, no creo que cupiera otra que unas palabras de esperanza, de concienciación a toda la ciudadanía y de respeto y ánimo a los profesionales de la sanidad en su lucha admirable por contrarrestar los efectos de la pandemia y a los cuerpos de seguridad y fuerzas armadas que se han desplegado por todo el territorio nacional en vigilancia de las ordenanzas que nos vemos obligados todos a cumplir.
Es cierto, nadie hará una película de este discurso del Rey como sí hicieron de otro discurso del Rey. Allá por 2081 habrán pasado 61 años del discurso con el que este miércoles el Rey de España entró en todos los hogares para, en una intervención fría, tratar a un tiempo de tranquilizarnos y concienciarnos: la situación es grave pero saldremos de esta. Fue el discurso del Rey, pero a diferencia del que pronunció Jorge VI en 1939 desde Londres en el primer día de la II Guerra Mundial nadie hará una película sobre esta intervención real -en el sentido monárquico del término- decididamente escasa en contenidos y posiblemente tarde. Pero no más tarde que la que todos los agentes de esta realidad que vivimos hayan tardado en concienciarse de la magnitud de este drama. No hace ni diez días todavía se multiplicaban los chistes desmitificadores de la gravedad y magnitud de esta pandemia.
Y si lo que esperaban era una crítica a la actuación de los gobernantes, esto sí que estaba fuera de todo alcance porque no corresponde a la Jefatura del Estado y su función moderadora la crítica al poder Ejecutivo. ¿Qué hubiese estado mejor si hubiese salido antes? Pues sí, pero no es el único retraso en toda esta historia.
En septiembre de 1939 se cernía sobre el Reino Unido la certeza de una guerra declarada en esos días contra Alemania y el nazismo. En este marzo de este 2020 la amenaza no es bélica pero sus consecuencias podrían ser muy devastadoras, casi tanto como las de un conflicto armado. En septiembre de 1939 Jorge VI, como jefe del Estado, se dirigió a sus conciudadanos con palabras de esperanza ante el sufrimiento que se avecinaba. En marzo de 2020 Felipe VI ha hablado por televisión pero a diferencia de las miles de personas que aguardaban bajo el balcón de Buckingham Palace desde donde se retransmitió el discurso, en España muchos hogares recibieron las palabras con una cacerolada.
No fueron tantos -los de la cacerola- como premonitoriamente pronosticaban algunas webs y redes sociales y no es muy comprensible que al mismo tiempo que se critica al Rey por haber eludido la polémica cuestión de las comisiones ilegales que su progenitor habría percibido se estuviera cacerola en mano 'armonizando' el discurso cuando todavía no había empezado; sin saber, por tanto, si se referiría o no a una cuestión que ha saltado sospechosamente eclipsada a la luz pública cuando la preocupación de los españoles todos está centrada en el coronavirus y sus perversos efectos, a pesar de que -según sabemos ahora- era conocida en la Zarzuela desde hace al menos un año. Queda muy bien difundir por las redes sociales que ese dinero presuntamente recibido de forma ilegal en base a una comisión sea reintegrado a las arcas públicas y destinado a la preocupación del momento, es decir a dotar de material a la sanidad pública que en estos momentos se bate el cobre en primera línea de combate contra el virus mortal que globalmente nos ataca. Pero, en todo caso, de esta comisión -hechos ocurridos en 2010- deberá responder el monarca que la percibió, no su hijo. Y, en cualquier caso, tampoco parece el momento más oportuno para dar explicaciones sobre un hecho cuando España entera está en la UVI.
Pero hablábamos del discurso. Y decíamos que así que pasen los 61 años que pasaron hasta que en 2010 Tom Hooper rememoró la intervención radiofónica de Jorge VI, pocos cineastas de ese 2081 en que casi todos habremos muerto se sentirán empujados a reconstruir este discurso de Felipe VI que ha llegado diluido por ese otro caso colateral por más que los datos de audiencia televisiva hayan alcanzado unas cifras de 'share' televisivo. ¡Hombre!, es que si todos estamos obligadamente en casa y lo retransmiten todas las cadenas al unísono las circunstancias ayudan bastante a alcanzar esas cifras millonarias.
De esa cuestión presuntamente ilegal cobrada por el Rey emérito habrá necesariamente que volver. Y reclamar por la vía que se reclaman estos casos, es decir la judicial, las responsabilidades en las que Juan Carlos I haya podido incurrir. Aparte del descrédito para la persona y la institución que representó, sometida como todo en una sociedad democrática al juicio de la opinión pública. Pero aprovechar estos momentos de drama nacional para abrir el debate monarquía-república parece fuera de toda sensatez. Porque hay tantas monarquías parlamentarias y repúblicas respetables en el universo mundo como monarquías y repúblicas deleznables. Y no porque uno de sus representantes haya cometido una ilegalidad se descalifica al conjunto de la institución.