El cambio climático: un aldabonazo en las conciencias
El sol golpea despiadado entre el mediodía y las primeras horas de la tarde y el pronóstico anuncia temperaturas que rondarán los 25 grados -30 en otras ciudades andaluzas- en el fin de semana que asoma por el calendario. Además, en las dos semanas próximas no se atisba en el horizonte nube alguna con la suficiente suficiencia para descargar esas lluvias tan esperadas como necesarias por el bien que traerían a los campos y a los pantanos, así como su contribución a despejar un medio ambiente cargado de contaminación.
Hemos sabido estos días que la temperatura media en las últimas décadas aumentó en España el doble que en la media europea. Y que en el ‘ranking’ por provincias, Granada ocupa un sitial de dudoso honor, pues está entre las cinco primeras. Es decir, que nuestra provincia está no ya por encima de la media europea, es que también está por encima de los dos grados de media española que sitúan a España a la cabeza de los países donde mejor se mide el calentamiento global. Que la Península está en el epicentro del cambio climático y que dentro de ese mapa el Sureste español es el más golpeado por el ascenso de las temperaturas no es novedad. Pero ahora los datos vienen a certificar la percepción.
Ha querido la casualidad que también en estos días un reportaje de TVE recuperase unas tomas rodadas en Granada en 1966. La grabación corresponde a mediados de octubre de hace algo más de 52 años. Mediados de octubre y una majestuosa estampa de Sierra Nevada más nevada que nunca ofrece el telón de fondo hoy imposible cuando a mitad de noviembre empezamos a engrasar los cañones de nieve mientras cruzamos los dedos para que los copos desciendan sobre las cumbres con entidad suficiente para permitir la apertura de la estación y garantizar que a finales de diciembre se llenarán los hoteles y en la temporada se podrá salvar el ejercicio un año más.
Lo que va de ayer a hoy: por esos años, los zaidineros sin posibles se acercaban en los meses de verano a la zanja sin encauzar del río Dílar a su paso por el barrio. Allí se bañaban quienes no tenían posibles para acercarse a las playas o pagar la entrada a alguna de las piscinas de la ciudad. El próximo julio y los anteriores desde hace ya muchos años atrás por aquel cauce no discurre ni una gota. No busquen bañistas porque en aquel paraje son ahora una especie extinguida.
En estos días, así, asistimos a un nuevo aldabonazo de la ONU. Cinco años después de la Cumbre del Clima, celebrada en París en 2014, los datos son más dramáticos que los expuestos sobre la mesa por científicos y expertos en ciencia medioambiental. Pero es de temer que las conclusiones de ahora merezcan la misma atención que las de entonces. Es decir, nada. La política trabaja en el corto plazo, en el plazo inmediato. Decisiones que no admiten más retrasos seguirán congeladas porque no hay gobierno capaz de iniciativas que todavía son tildadas de impopulares: marcas fabricantes de coches falsean sus datos de emisión de gases y cuando son descubiertas y se les amenaza con sanciones esgrimen los puestos de trabajo que están dispuestos a prescindir para lanzar así a los trabajadores directos e indirectos contra la administración sancionadora.
A mediados de los 80 el ecologismo era a esas alturas del siglo XX mucho más que una postura ‘snob’ por parte de ‘iluminados’ juveniles y ‘cognazos’, calificativo que por lo general recibían quienes abrazaban aquella fe ecologista. Han pasado más de 30 años. Aquellos ecologistas de primera hora se asoman ahora a los 60 años. No es aventurado apuntar que muchos de ellos ocupan puestos de responsabilidad, ya sea en gobiernos como en empresas. ¿Han conseguido impregnar de conciencia ecologista las decisiones capaces de atenuar los efectos del cambio climático? Podría asegurarse que no. Es cierto que los postulados, la conciencia medioambiental anida en todos nosotros, salvo en los todavía negacionistas y quienes ignoran una certeza planetaria para salvaguardar sus propios intereses.
Pero es una realidad que el simbólico ‘reloj del apocalipsis’ está ya a dos minutos y medio de la medianoche. Contra esa amenaza surge ahora un movimiento juvenil que se siente concernido mucho más que aquellos que dieron los primeros aldabonazos y encuentran en el momento actual un campo más abonado para que germine la fuerza capaz de parar este deterioro innegable. Contra la desgana de unos políticos más interesados en alardear de una legislación que a la hora de la verdad no se atreven a aplicar, será este movimiento que este viernes sale a las calles en todo el mundo la verdadera palanca que invierta las rutinas e inercias que nos han traído hasta aquí.