El día que volví a conectar conmigo misma
Creo que a todos nos sucede que el día a día nos desconecta del mundo y de nuestro yo. Vivimos pensando en problemas, a veces cuando éstos ni siquiera existen; en lo que tenemos y no tenemos que hacer; en lo que queremos que pase… Y la realidad es que vivimos en los mundos de Yupi.
La otra noche me sucedió algo curioso, algo que no me sucedía hacía mucho tiempo. Normalmente camino por la calle con la cabeza en mil cosas, sin fijarme en nada. Pero la otra noche, paseando a mi perro, escuché el silencio.
Hacía años que no lo escuchaba. Y esa sensación me llevó a percibir con fuerza todo mi entorno: el olor a jazmín y a galán de noche, el cielo estrellado, la brisa fresca… y me invadió un sentimiento abrumador de paz y tranquilidad, de comunión conmigo misma y el universo.
La belleza de ese momento me llevó a volver a enamorarme del simple hecho de respirar.
Ponemos nuestra felicidad en cosas y en personas, en nuestra visión de futuro y no damos importancia al instante; a ese momento efímero que no se volverá a repetir jamás y que siempre tendrá algo capaz de deleitarnos.
La belleza se encuentra en todas partes, solo que andamos tan distraídos que nos suele pasar inadvertida. Nos dejamos comer por la vida en vez de comérnosla nosotros.
Si fuésemos capaces de vivir en el presente… qué diferente sería nuestra percepción del mundo.
La otra noche, en completa soledad, sentí por un instante que no necesitaba nada más. Solo yo percibiendo cada sensación que el mundo me estaba regalando. Un momento de verdadera revelación.
Y quería compartirlo, necesitaba hacerlo.
Algo parecido me sucedió mientras sujetaba, cuando estaba a punto de irse de este mundo, la mano de alguien a quién he querido y amo con todo mi corazón. ¿Puede haber un momento más duro? Sin embargo, pude apreciar la belleza de la muerte también. La vi liberarse y en mi desesperación, en mi profunda y desgarradora tristeza, sentí paz; sentí su paz y viví su adiós. Fue uno de los peores momentos de mi vida, pero a la vez fue hermoso. Y me limité a sentir todas esas emociones. La paz en mí solo duró un pequeño instante, pero fue suficiente para hacerme recordar ese momento de una forma completamente diferente. Y eso me ayuda a seguir adelante.
Porque lo cierto es que vivimos recordando el pasado y anhelando el futuro, mientras dejamos escapar nuestro presente. Suena a tópico, pero es una realidad universal.
Depositamos nuestra felicidad en manos de terceros (personas y cosas), cuando ésta es nuestro mayor tesoro y no debería ser transferible. Todo esto nos genera un malestar constante, aunque no seamos conscientes de ello. Frustración por esperar acontecimientos que nunca llegan, ansiedad por solucionar problemas que aún no han ocurrido, etc etc etc
Además hay un añadido, este comportamiento nos lleva a humanizar los bienes materiales y a cosificar a las personas. ¿Nunca habéis pensado sobre ello?
Perder nuestra percepción del presente es perder el amor a la vida.
Es difícil no dejarse llevar por la dinámica de vida que la mayoría hemos elegido, pero deberíamos hacer un fuerte ejercicio por lograr afrontar el presente desde otra perspectiva. Al fin y al cabo, un minuto de paz y felicidad vale mucho más que cualquier otra cosa y puede cambiarlo todo, porque nos cambia a nosotros.