El ejercicio de la reflexión política
Hablamos desde un lugar, hablamos desde nuestro lugar, y nuestras palabras, aunque se despidan de nosotros tomando un camino incierto, saben que mucho de lo que son se debe al momento y al lugar en el que surgieron. Las palabras son inquietas, no saben quedarse tranquilas y, por eso, se las lleva el viento. Nos gusta que viajen, que lleven, más allá de los estrechos límites en los que vienen al mundo, las noticias que en él encuentran. Pero, si nos desbordan y emprenden su propio camino y llegan a oídos de quienes no vemos, ellas no debieran olvidar que su venida al mundo no es fruto del azar ni su alegre existencia se pone en juego por un simple querer. No. Al contrario, las palabras, aunque sean prestadas, son siempre requeridas para que hagan acto de presencia en el lugar de la reflexión para aclarar, discernir y poner sentido a un hecho, es decir, a lo que resulta de la actividad de nuestro vivir. La palabra escrita, como palabra que aparece y comparece en el lugar de la reflexión, es una palabra a la que se la señala con esta tarea y este compromiso. De este modo, puede ofrecer un sentido para acunar los hechos cuando estos sollozan solicitando el abrazo de la comprensión.
Pero este movimiento de las cosas en el regazo de su sentido no podría llevarse a cabo si la reflexión fuera solamente el mero ejercicio de exposición de los hechos o la acomodación de estos a lo que ya viene determinado por un modo de pensar, una ideología, pongamos por caso. La reflexión cumple con su compromiso cuando descubre en la palabra que el sentido de los hechos se da en la trama de nuestras ideas. La reflexión es una gimnasia que “pone en forma” lo que nos sucede sometiéndolo a la disciplina de las ideas en el pensamiento. No pensamos porque decidamos pensar sino por la obligación de entender lo que nos sucede ante la discordia entre lo que hacemos y su sentido. Esta fractura del hecho con su sentido, que en el lugar de la reflexión queremos conciliar, se agrava y, normalmente, termina por quebrarse cuando las palabras llevadas por el viento son reapropiadas, malinterpretadas o torticeramente tergiversadas. Es entonces cuando la reflexión además del compromiso de claridad necesita convertirse ella misma en palabra para poner sentido allí donde, por una razón u otra, este se ha perdido. Y es así como, por ejemplo, uno se decide a levantar una columna de reflexión que, poco a poco, vaya vertebrando esa experiencia inmediata que más urgentemente reclama ser entendida.
Este ámbito de experiencia donde las cosas suceden apresuradamente y donde la reflexión va tras ellas, a veces, sin mucho aliento, es la política. La política como un conjunto de sucesos o hechos que están al cabo del hombre de la calle pero también como un ámbito de experiencia que demanda un sentido, que quiere ser entendido y al que le compete más propiamente quizás que ningún otro el ejercicio de la palabra y todo lo que en este ejercicio se pone en juego. La democracia en general pero la nuestra, en esta coyuntura histórica, en particular está necesitada de esta ejercitación de la reflexión y de este modo de comparecencia de las palabras. Naciendo en la fragilidad de lo que viene a la luz desde un lugar determinado, la palabra que sirve a la democracia no es ni puede ser palabra última ni absoluta, ni palabra que pretenda serlo de todo y nada, ni palabra que debamos retenerla hasta quedar bien preparada y acicalada. A pesar suyo, para su salida al mundo, tendrá que apurarse, aun con pobres medios, para saltar al entendimiento que los hechos reclaman.
Y esta palabra como es particular ha de ser dicha desde mi propia particularidad. Por ello, desde esta primera reflexión que ha tenido como objeto el sentido de la propia reflexión, quisiera dejar constancia del lugar del que hablo para que, de este modo, mis lectores sepan de dónde salen mis palabras y dónde pueden buscarme las suyas. Mi lugar político aquí y ahora es el que comparto como Ciudadano entre ciudadanos. Del puente que ha de levantarse entre nuestros hechos políticos y el sentido de la condición política que nos hace como individuos ciudadanos, surgirán algunas de las palabras con las que, columna a columna, quisiera ayudar a formar ese edificio del que no podemos prescindir en el espacio de nuestra política: el de una ciudadanía que ha tomado definitivamente conciencia de su responsabilidad. Qué sentido tiene para mí esto, es algo que abordaré en la próxima reflexión que hagamos in situ. Queden mis primeros lectores a este lugar ya convocados.
Comentarios
Un comentario en “El ejercicio de la reflexión política”
Santiago
3 de febrero de 2016 at 13:05
Qué sentido más noble el de la reflexión, adecuar los hechos al sentido, acercar nuestro yo real al yo ideal. Esto es lo que más falta hace hoy en día, cuando escuchamos hablar y hablar, sin profundidad alguna, como un rosario de tópicos, que no se cree ni el mismo orador, para salir del paso, o, lo que aún es peor, para enmascarar intenciones maliciosas. Enhorabuena al autor de esta columna, del que ya espero leer la siguiente.