El espía que me espió
A falta de otros éxitos deportivos que presentar a cinco columnas en portada, tiene el Granada CF en los últimos años una tendencia que le empuja inexorablemente a la página de sucesos. Arrancó en la época de Pina pero esta semana hemos conocido otro episodio chusco al detectarse espías informáticos y cibernéticos en las oficinas del club.
A falta de que la investigación judicial y policial avance y se descubran los inductores y el alcance de la operación, el aficionado escéptico que se echa a la cara la noticia se pregunta de primeras qué ignotos secretos pueden encerrar las cuatro paredes de esa oficina como para que empleados o no empleados del club -que en su tiempo se sabrá- tejan una red de cámaras y dúplicas de discos duros de ordenador arriesgando una condena de cárcel. Qué beneficio podían esperar de su operativo y cuál pudiera ser el destino final por el fruto del espionaje.
Está claro que, una vez caído el Muro de Berlín y la conclusión de la 'guerra fría' que había significado la época dorada de los espías, el kilo de agente secreto se cotiza a la baja, las tarifas están por los suelos, las temáticas a espiar son ahora mucho menos trascendentales que aquellas que tiempo atrás trataban de evitar o anticipar la tercera guerra mundial y los agentes secretos, en estas circunstancias, se dejan contratar para cualquier cuestión menor. Por ejemplo, esta que ha surgido en el seno del Granada CF y ajena al Granada CF.
Y uno se pregunta si la gestión de un club de segunda división es objeto de espionaje, ¿qué acción podría desencadenarse para el conocimiento de los secretos que guarden las más laureadas chancillerías de los principales equipos europeos, del Real Madrid al Juventus pasando por el Manchester, el Bayer, el PSG, el Barcelona... cuando en sus oficinas se debate sobre la siguiente incorporación supermillonaria a la plantilla y los rivales deportivos darían dinero por acceder a semejante información privilegiada.
Así que entretanto se conocen los pormenores que rodean este caso, más los finalmente culpables y quienes les indujesen a un comportamiento penal -en su caso- volvemos al argumento de apertura, ese que apunta a un Granada CF de los últimos tiempos empujado a la página de sucesos cuando un día aparecen en una bolsa de basura miles y miles de euros que la directiva del momento atribuyó a la campaña de inscripción de socios que en ese momento desarrollaba el club. Socios que en un arrebato de complicidad extraña se habían presentado aquella mañana en la oficina del club provistos todos ellos de billetes de 50. Ni de cinco ni de diez ni de veinte: todos de cincuenta.
O como cuando, tras una visita del Barcelona a Los Cármenes fue asaltada la caja fuerte del club y a los últimos que se llamó fue ¡a la Policía! O esa acusación de presunto soborno que en su ridiculez sitúa a un ex presidente entregando maletines millonarios al primero que se encuentra en una discoteca.
Lo dicho: cómo estará este fútbol actual que la punta del iceberg asoma en un equipo de Segunda. Si un club de esta categoría es susceptible de espionaje, ¿qué más hay en categorías superiores?