El gol de nuestras vidas
He imaginado muchas veces en estos últimos días quién será el jugador que pase a la historia por materializar el gol que clasifique al Granada CF para la final de la Copa; el hombre que desborde la alegría y desate la euforia en una afición tan poco acostumbrada a una hazaña de tal envergadura. He querido hacer un esfuerzo por recordar con cuantos goles del Granada he llegado a perder la cabeza. Porque de los años 70 vi muchos de Porta, Vicente, Barrios o Lasa… Y, aunque los celebré como niño que era, no tengo conciencia de haberme vuelto loco, quizás por no ser consciente, pese a mi felicidad, de lo que significaba en su momento ganarle al Barcelona o al Real Madrid, o golear al Athletic de un ídolo como Iríbar. Pero después, sí. Sobre todo, en la última década prodigiosa.
Del primer tanto que rememoro haberme tirado de rodillas al suelo, con los puños en alto y dando gracias al cielo fue en 1979, concretamente en junio. Y no lo viví en directo, sino escuchando la radio con avidez. El Granada de Ben Barek se jugaba el ascenso a Primera División en el Villamarín en la última jornada de Liga. Y José Luis, de falta, adelantó a los rojiblancos a la media hora de encuentro. En ese momento el equipo estaba ascendido y yo en la gloria, hasta el minuto 60, cuando el Betis empató y, al final, ganó, logrando ellos el ascenso y dejándonos a los granadinistas desolados. Nadie pensaba entonces que eso fue lo más cerca que el Granada CF estuvo de Primera División en 32 años, racha que precisamente se acabó con el tanto de Ighalo en Elche, otro con el que me volví loco, aunque en esta ocasión con la suerte de compartir mi demencia con los oyentes de Cope Granada, a quienes tuve la suerte de narrar el partido, con el gran Fran Viñuela cerca de los banquillos, y de cantar el gol a todo pulmón.
Entremedias, hubo otra diana que también provocó mi delirio. Fue en el antiguo Los Cármenes, abarrotado aquel 19 de octubre de 1983 que rememoro. Era un partido de octavos de final de la Copa del Rey ante el Sevilla. En el encuentro de ida, el Granada -entonces en Segunda A- había empatado a cero y ello generó un ambiente de euforia en el equipo de Felipe Mesones, bien clasificado en la Liga, de poder resolver a favor la eliminatoria. Pero en la vuelta, poco después de empezar el partido, el Sevilla se adelantó en el marcador. Y, a partir de ahí, se dedicó a perder tiempo de una manera desesperante. Pero, cuando ya parecía todo perdido e, incluso, mucha gente se había marchado ya del estadio de la carretera de Jaén, Lope Acosta, en el minuto 94, a la salida de un córner, marcó de cabeza, provocando la prórroga, pues entonces el gol fuera de casa no tenía doble valor. Ese tanto volvió locos a todos los aficionados, y a mí entre ellos; un éxtasis que se incrementó cuando Tello batió a Buyo nada más iniciarse el tiempo extra y, cinco minutos después, Kostic marcó el tercero. Antes del final del primer tiempo de la prórroga el Sevilla empató a tres. Y fue en los penaltis cuando el Granada logró la clasificación, con el lanzamiento definitivo de Tello, que generó un estado de felicidad indescriptible.
Con el tiempo vinieron muchos más goles para rememorar y cuya celebración fue histriónica por mi parte. Como los conseguidos por Javi y Miguel en La Romareda para derrotar al filial del Zaragoza, el Aragón, y conseguir así el ascenso a Segunda A en 1987. O los de Huegún e Ismael en Murcia en el año 2000 en la fase de ascenso (de infausto recuerdo el partido de vuelta). También los dos tantos de Ramón ante el Guadalajara en junio de 2006 para un ascenso que terminó rubricando Labella en un Nuevo Los Cármenes que vivió así su primer ascenso para abandonar, por fin, la Tercera División. Y, cómo no, los de Ighalo y Amaya ante el Alcorcón, también en el coliseo del Zaidín, en 2010 para llevar una renta suficiente a Alcorcón para retornar a Segunda División ¡23 años después!
Después, ya se sabe. El mencionado de Ighalo en Elche y, curiosamente, un año después el de Falcao al Villarreal, que celebré como si lo hubiera marcado el delantero nigeriano. Y el de Cristiano en propia meta ante el Real Madrid, igual que fue el de Mitrovic en Valladolid (con la ayuda de Piti) y que salvó al equipo del descenso en la última jornada liguera. ¿Y el de Brahimi al Barcelona, con aquel magistral servicio de Fran Rico?; y los tres tantos de El Arabi, Robert y Rochina, que valieron una permanencia en Anoeta, sentenciada después en casa ante el Atlético de Madrid (0-0) en el ‘milagro Sandoval’. Igual que sucedió al año siguiente con los cuatro goles en el Sánchez Pizjuán de Cuenca (2), Babin y El Arabi; y el más reciente de Adrián Ramos en Albacete que valió su peso en oro para regresar a la denominada mejor liga del mundo, y que tuve la suerte de vivir en el Carlos Belmonte, junto a mi amigo Manu Bayona, los dos rodeados de ‘enemigos’ y ante los que no pudimos reprimir nuestra alegría, pese a las miradas que nos fulminaban, y abrazarnos efusivamente sabedores de la importancia de ese triunfo.
Goles que forman parte de la historia del Granada, pero también de mi vida. Momentos de felicidad que perduran en mi retina como alivio de tantos sinsabores a lo largo de lustros, que la memoria es selectiva, y termina uno quedándose con los buenos momentos y dejando orillados los malos.
Ahora, imagino ese gol histórico, el de un jugador cuyo nombre pase a la historia, que le encumbre para siempre pero, sobre todo, que sirva para el éxito de un equipo que se ha ganado por méritos de su entrenador, de sus jugadores y de su dirección deportiva, un lugar en esos mejores momentos de nuestra memoria. Un gol que corearemos con todas nuestras fuerzas y recordaremos el resto de nuestra vida. ¿Quién lo marcará?