El Gordo y el Flaco
El cine nos ha dado parejas increíbles: Katherine Hepburn y Spencer Tracy o Lauren Bacall y Bogart. Parejas que nos han hecho disfrutar con sus actuaciones y que forman parte ya de la historia del cine. Actrices y actores que llevaron sus interpretaciones más allá de los rodajes y que convirtieron sus historias en verdaderas historias de amor y, en no pocas ocasiones, llenas de tragedia.
Reconozco que una de las que más me impactó fue la de El Gordo y El Flaco. Del triunfo al fracaso, de un aparente remontar al olvido. La mala suerte o no saber adaptarse porque el público, sencillamente, había cambiado. El humor de los años 30 no era el mismo que el de los años 40 ó 50. El caso es que miro sus fotos a lo largo de varias décadas y me pregunto cómo podía mondarme de risa cuando era un crío con ellos sin reparar en la tristeza que traslucían cuando un primer plano los acercaba a la pantalla. Sería que mis ojos de infante alegres e insensibles estaban nada más que en la acción a la busca de la siguiente carcajada. Si acaso, aquel niño que fui, era capaz de aprehender aquella mirada entrañable que siempre es la mirada del cómico insatisfecho porque la vida es dolorosa.
En política también hay parejas que fueron lo más: Guerra y Felipe, Suárez y Carrillo, el Rey y Pujol. Y mirando acá, Sebastián Pérez y Luis Salvador (¡foh!). No llegan a tener la talla –con perdón- de El Gordo y El Flaco. Pero yo miro sus retratos y no puedo evitar pensar en Sebas y Luis. Porque lo han sido todo. Por encima de todo, y a pesar de pertenecer a dos partidos diferentes, se han prestado una ayuda mutua siempre que se ha presentado la ocasión. Se han dado o quitado apoyos en función de sus intereses, personales siempre, cómo no.
Y pasan los años y no paran de conquistar triunfos. Uno, que después de 8 años de cargo público y perder un congreso tengo que dejar un partido e irme a otro que dice que viene a regenerar la política y a limitar los mandatos, pero yo me estreno con un doblete: concejal y diputado. Que he perdido la Diputación y tengo que volver a ser concejal sin dejar de ser senador del Reino y presidente del partido unos años más, pues porque yo lo valgo.
Y en uno de sus viajes en AVE llegaron al acuerdo de que lo mejor era que Cuenca se quemara a fuego lento con sus 7 concejaluchos. Eso y la ruina del Ayuntamiento –se dijeron- y un buen puñado de sentencias judiciales que van desde lo urbanístico a la movilidad. El mes que menos te lo pienses no cobran su sueldo los funcionarios, y ya verás tú lo que nos dura Cuenca. Un Ave María. Es que yo no rezo, Sebas. Déjate de pollas y santíguate ahora mismitico.
En estas estaban cuando llegaron las andaluzas y creímos que habían rozado el cielo. Los dos. Y llegó la convocatoria electoral de Pedro Sánchez y no le dimos suficiente importancia a la cobra de Casado o al puesto como segundo al Congreso porque Tezanos nos parecía un cocinero de Pesadilla en la cocina. Pero el batacazo del domingo ha sido de órdago, y no sólo para las aspiraciones de sus partidos, sino sobre todo para ellos porque Cuenca, Paco Cuenca, está más vivo que nunca, tiene estrella y ha trabajado duro. No sólo pagó las nóminas, sino que le ha dado un baño de modernidad a esta ciudad y ahora es algo más que un duro contrincante. Todo un contratiempo para esta pareja.
Reconozco que ahora no puedo dejar de mirar sus fotos; la de Luis y la de Sebas. En sus rostros la tragedia donde antes todo fue éxito, y vuelvo a la pareja de cómicos de mi infancia, a Laurel y Hardy y me digo, “Cá, no hay color; El Gordo y El Flaco son eternos”.