El mal querer
Eduardo Castillo, concejal del PSOE en Granada, analiza en este artículo remitido a GranadaDigital la actualidad municipal
Podría dejar pasar la oportunidad de subirme al carro del éxito de Rosalía pero, visto lo visto en el Ayuntamiento de Granada, no lo voy a hacer. El título de su último disco explica a la perfección lo que está pasando en nuestra ciudad. Desde que Partido Popular y Ciudadanos pactaron intercambiarse Murcia y Málaga por Granada, la historia del Ayuntamiento de Granada ha sido la del malquerer: traiciones, infidelidades y descalificaciones entre los propios socios de gobierno y su sustento, la extrema derecha, Vox.
Dice el proverbio latino “Quod natura non dat, Salmantica non præstat” (“Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga”). Retrata muy bien el porqué de la inestabildiad continua en el Ayuntamiento de Granada y en la gobernabilidad de la ciudad y por qué un Partido con cuatro concejales, tercera fuerza política en la ciudad, no debería ostentar la alcaldía de Granada. Lo que las elecciones no le dieron se lo otorgó una derecha, PP, tirada al monte por el auge de Vox, y el propio partido de extrema derecha ya ultramontano en su naturaleza.
Luis Salvador, como un funambulista tramposo, mantiene un equilibrio precario ante un público, la ciudadanía de Granada, que contempla con asombro y tristeza el espectáculo. Pero ni Luis Salvador es un acróbata, ni la ciudad es un circo, ni los granadinos el público de Salvador y, por supuesto, la ultraderecha no es una barra fiable ni deseable para que los que se consideran demócratas mantengan el equilibrio político.
Es de un cinismo y de una obscenidad con pocos precedentes que Sebastián Pérez, que también votó a Luis Salvador para que fuese alcalde, diga que su Partido ha vendido a Granada y que “no ve seriedad en la dirección de su Partido”. Es menos extraño que critique la “efebocracia” alguien que lleva más de treinta años en política. Sebastián Pérez era Presidente del Partido Popular en Granada durante el expolio de esta ciudad que desembocó en la “Operación Nazarí” y la detención del entonces alcalde y la concejal de Urbanismo, si bien es cierto que no está encausado, alguna responsabilidad política debería haber asumido. Y, a pesar de lo que ahora dice -con la dignidad del héroe de un western crepuscular-, también era el presidente del Partido Popular y, por tanto, máximo responsable en la provincia de las decisiones que tomase su Partido y afectasen a la provincia, durante lo que el mismo califico como “la venta de Granada”.
Luis Salvador y Sebastián Pérez representan lo peor de la política, lo que provoca la desafección de mucha gente: anteponer los intereses personales al interés general, esto es el poder por el poder y el poder para servirse, la política de alfombra y salón y el cinismo. En los últimos años es la segunda ocasión en la que granadinos y granadinas sufrimos una profunda vergüenza por lo que ocurre en el Ayuntamiento de Granada. La primera vez fue el día que detuvieron al entonces alcalde Torres Hurtado. Vergüenza porque los que deben velar por el bienestar y el interés general ensucien de esta forma la política y a las instituciones.
El otro capítulo de este “mal querer” está protagonizado por los mismos actores, las derechas y la extrema derecha, pero cambiando el escenario, en este caso la administración autonómica. Los agravios a Granada desde la Junta de Andalucía han sido continuos en el escaso año y dos meses de “gobierno del cambio” (cierto, a peor): el Parque de las Ciencias, la Escuela Pública de Salud o las escuelas rurales son sólo algunos de los ejemplos de un gobierno autonómico que malquiere a Granada.
Es difícil explicar lo que ha pasado en Granada en los últimos meses salvo que, como en Ciudadano Kane, volvamos al principio de la historia, a nuestro Rosebud particular: un alcalde con tres concejales, tercera fuerza política, con el apoyo de un Partido que tiene siete y la ultraderecha que tiene tres, materializaron la venta de una ciudada que mantienen paralizada y que se merece otra cosa. Un equilibrio imposible que los obliga a entenderse mientras los granadinos y granadinas padecemos el “malquerer”.