El mar no entiende de urbanismo
El mar no entiende de planes de urbanismo. Cuando se embravece no respeta las edificaciones de primera línea de playa, se lleva por delante chiringuitos y paseos marítimos por la sencilla razón de que se han levantado en terrenos que pertenecen al mar.
Suele suceder cada invierno y entonces escuchamos la habitual cantinela de petición de ayudas o declaración de zona catastrófica. A mí, ante casos que suelen ser cíclicos y con puntualidad de un año, invierno tras invierno, no es que me deje insensible. Comprendo que en vísperas de este descanso de primavera que trae la Semana Santa haya quien se desespere ante un paseo destruido o una playa que se ha quedado sin arena. Aguantar meses y meses de temporada baja para que justo cuando se aproximan los días de ocupación que compensarán la espera y los días de temporada baja para que un temporal deje impracticables playas y paseos que pierden atractivo para los esperados visitantes.
Pero es que las leyes de la naturaleza no se rigen por los planes de urbanismo ni entienden la laxa legalidad que ayuntamientos y alcaldes de todos los colores que toleran esa invasión en terrenos ganados al mar que el mar, antes o después, se encarga de recuperarlos. Estamos hablando en Granada pero no solo de Granada: es una práctica general, por desgracia, en todo el litoral español. Y entramos así en el no menos tradicional cruce de declaraciones entre administraciones que reclaman a la de enfrente la reposición de la arena y demás...
En España se tolera todo eso y más: se construye en ramblas que son terreno de dominio del cauce de los ríos. Nunca pasa nada... hasta que pasa. Todos los días no hay avenidas en ese cauce, pasan años y años, décadas... pero un día una lluvia torrencial provoca una crecida en la cabecera de la cuenca. Entonces se produce una riada que con fuerza insospechada arrasa con todo lo que se pone por delante. Con 'b' de Biescas se escribe aquella tragedia del verano de 1996 que se llevó todo lo que encontró a su paso en apenas media hora y arrojó un balance de más de un centenar de víctimas mortales. Cuando al día siguiente ministros y demás visitaban aquel paraje y se paraban a mirar aquel arroyuelo inofensivo nadie podía imaginar la autoría de aquel desaguisado.
Ahora, en las playas de la Costa hemos asistido al caso de todos los años. Cada vez con más virulencia, porque esa es una de las características anunciadas por los augures del cambio climático cuando se empezó a hablar de este fenómeno que entonces pocos creyeron y ahora está convencido hasta el primo de Rajoy: pocas precipitaciones, pero muy concentradas en muy pocas fechas que descargan con gran virulencia.
Para sorpresa de los telediarios, que en invierno nos informan de que hace frío pero en verano tratan de sorprendernos con la noticia del calor que hace, en la Costa ha vuelto a ocurrir.