El misterio de la mesa nueva
Hay días en que a tu conciencia le dan razones para que no creas en el sistema en el que te ha tocado vivir. Verbigracia: departamento administrativo local. Nueve de la mañana. Tres personas en la cola para que nos atiendan. De pronto llegan dos operarios con una mesa con papel de embalaje por encima. ¿Dónde la ponemos?, preguntan. Como ninguno de los funcionarios que atienden el departamento sabe de qué va todo aquello, alguien dice que la dejen en cualquier parte. Los operarios dejan la mesa y se van. Entonces se abre el debate entre los funcionarios. Son ocho y cinco se levantan y se ponen alrededor de la mesa que han traído. “Yo creo que es para ponerla en aquella parte”, dice una funcionaria señalando un rincón. “A ver si va a ser para Paquita que el otro día se quejó al director”, señala otra. No sabemos si es para Paquita porque no ha venido hoy. Al parecer está de baja. “Eso va a ser para alguien nuevo que quieren traer”, dice una tercera. Entre el funcionariado hay un hombre de mediana edad que también da su opinión. “Pues me la podían poner a mí porque a la mía no le funcionan los cajones”, dice. Se abre un extenso debate sobre las cualidades de la mesa y su destino final en el que todos los funcionarios dan su parecer. A todo esto la cola se va alargando. Ya no somos dos, sino cinco los que esperamos ser atendidos. Todos nos miramos con cierta complicidad como diciendo: “Vaya panda de inútiles”.
El debate funcionarial también se alarga cuando uno encuentra otra línea de controversia: ¿Quién ha enviado allí la mesa? Es un misterio. Los operarios se han ido y no pueden preguntar a nadie. Han pasado ya casi diez minutos y en ese tiempo nadie ha atendido al público, todos los funcionarios se han dedicado a elucubrar sobre la dichosa mesa. Al parecer nadie tiene ganas de trabajar. Una de las funcionarias, cincuentona y resabiada, coge el bolso se lo pone en bandolera y dice que se va a desayunar. Otra coge el teléfono y marca el número de alguien a quien le encarga que compre patatas y cebollas. Los demás funcionarios están alrededor de la mesa que han traído. Hay quien dice que a lo mejor es para un nuevo responsable puesto que hace poco hubo elecciones y ha cambiado el organigrama. Otro dice que quiá, que no es posible porque los cambios ya están todos hechos. Mientras tanto la cola sigue alargando y engordando. Ya no es una serpiente cualquiera, ya es una boa por lo menos.
El que va detrás de mí en la cola espeta con cierta resignación: “Y luego queremos que España prospere…”. Los funcionarios ahora están debatiendo sobre la modernidad de la mesa nueva y la conveniencia de que les cambien a todos la suya. En ese momento entran los operarios que llevaron la mesa, la cogen y dicen: “Perdonen, nos habíamos equivocado. Este pedido no era para aquí”. Y se la llevan. Los funcionarios se quedan todos con la misma cara de asombro que ese que va al sitio en el que ha dejado el coche y comprueba que se lo ha llevado la grúa. Entonces uno de la cola levanta la voz y dice: “¿Nos podrían atender ya de una puta vez, por favor?
Comentarios
Un comentario en “El misterio de la mesa nueva”
Mercedes Pérez Villena
12 de enero de 2016 at 19:53
A nosotros, en una Administración también Pública, nos trajeron mesas inservibles, muy bonitas pero poco prácticas...alguien se lucraría con la compra de las mismas. Antes deberían haber comprado nuevos ordenadores, pues a las pantallas, de ésas de culo gordo, les pegábamos el protector de las mismas, con esparadrapo... y es verdad, que se lo he puesto yo misma.
Y actualiza tu página, Andrés, que me lo paso muy bien con ella.
Feliz día. Mercedes.