El palio de la Virgen de la Soledad, es el cielo estrellado del Viernes Santo

cuadrilla
Fran Yeste / Davinia Grande
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Faltan unos minutos para las 21,00 horas y nos dirigimos hacia el lugar de encuentro para los ensayos del Cuerpo de Costaleras de la Soledad de San Jerónimo. Ensayan todos los lunes por la noche, saliendo desde la plaza que hay en la calle Lavadero de la Cruz.

Al llegar nos encontramos a 58 mujeres, todas con su calzado puesto y ya fajándose, con brillos en sus ojos y con unas ganas tremendas de que llegue nuestra Semana Mayor, en especial el Viernes Santo.

Al percatarse de nuestra presencia nos recibe, de muy buen grado, el Capataz, Pablo Córdoba, que no tarda en presentarnos al Hermano Mayor, Enrique Crespo, quien nos sorprende por su aparente juventud. Enrique, de 42 años, lleva en el cargo desde el 29 de junio del 2013, aunque pertenece a la hermandad desde los 10 años. Podríamos definirle como un hombre llano, atento, risueño y muy amable. Llama la atención su presencia en un ensayo, pero pronto comprobamos que intenta mantener unidos a todos los cofrades con la hermandad, interesándose por cada uno de ellos.

Pablo, el capataz, es un informático de 34 años, casado y con dos hijos, que lleva en la hermandad desde los 6 años ya que toda su familia ha pertenecido a ella. Costalero desde 1997 y capataz desde 2005. Adora a sus costaleras por las que asegura “darlo todo para que se sientan a gusto” y sólo puede aconsejarles que “lo que hagan, lo hagan de corazón”.

Al describir a la imagen de Nuestra Señora de la Soledad una leve sonrisa se posa en su rostro. Nos adelanta que están iniciando los preparativos para la realización de un nuevo paso. Al hacerle referencia a la carencia de palio en el paso, nos contesta que “El palio de la Virgen de la Soledad, es el cielo estrellado del Viernes Santo”.

Como anécdota nos recuerda que hace 4 años, cuando salían bajo el paso por primera vez costaleras,  comenzó a llover en calle Mesones. Se puso tan nervioso que paró el paso pero no lo arrió. Se dio cuenta de tal situación cuando ya estaba cubriendo a la Virgen de la Soledad con plásticos y escuchó a una de las costaleras decirle “Pablo, que estamos levantadas” y…Ahí quedó. Nos recomienda verla este año en la calle Santa Paula, ya que la cofradía ha recuperado el paso por su antigua casa y se va a engalanar el barrio.

Al primer toque del llamaor se establece el silencio en la plaza y las costaleras ocupan sus posiciones dentro de la parihuela en cuestión de segundos. Al siguiente toque se preparan para la levantá que llega al tercer toque. Una perfecta levantá a pulso aliviado en “cuatro tiempos” como indica el capataz. “Vámonos de frente bajando el escalón”, palabras que ponen la parihuela en la calle con 32 de las 58 costaleras que tiene la cuadrilla.

Ya con el ensayo empezado, el hermano mayor nos presta toda su atención. Enrique, profesor, casado y con dos hijos, nos cuenta que empezó procesionando como farolillo de fila, aunque desde los 18 años ya pertenece a la Junta de Gobierno de la Hermandad, siendo el cargo de Diputado Mayor de Gobierno con más experiencia. . Para él, el secreto de un hermano mayor es saber delegar y tener mucha confianza en las personas con cargo, ya que esa función no consiste en ser un jefe, sino uno más. Con gracia nos cuenta que cuando hay que limpiar candelabros ahí está él, el primero.

Como novedad este año, nos dice que veremos una imagen renovada de la hermandad en la calle, ya que hace dos años participaron en el Vía Crucis con el Cristo yaciente en unas andas prestadas por la Hermandad del Silencio y gustó mucho. Por ello, este Viernes Santo veremos al Cristo portado en alto por 12 horquilleros a cara tapada e iluminado por cuatro hachones. Se pierde, por tanto, la representación de los romanos, y se mantienen las tres Marías que procesionan tras el Cristo.

Más tarde hablamos con Lucía Elola, de 23 años,  vocal de costaleras de esta corporación. Nos cuenta que cuando tenía 16 años, fue la primera vez que se puso bajo las trabajaderas, cumpliendo así un sueño que tenía desde muy pequeña cuando sus padres la llevaban a ver las procesiones. Para Lucía, ser costalera significa tanto devoción como afición y, sin duda, su principal motivo para ello es la fe. Además de salir con la Soledad de San Jerónimo, lo hace también en otras hermandades, como la del Sagrado Corazón de Jesús, San Rafael y la Universitaria. Nos relata que no puede explicar lo que siente cuando escucha el martillo al inicio de una estación de penitencia: “emociones, nervios, sentimientos, es decir, algo muy complejo”, nos manifiesta.

Nos relata una anécdota en la que dieron, en una chicotá, a un camión de basura o ser sorprendida por el paso de una rata y aguantar lo mejor que se pueda.

Lucía nos dice que siente mucha admiración por Pablo, su capataz, al que conoce desde hace mucho tiempo y considera como un maestro en el tema de la trabajadera. Analizando nuestra Semana Santa, nos cuenta que le encantaría que hubiese más pasos llevados por mujeres, afirmando que desearía poder llevar algún día a Jesús de las Tres Caídas, titular de la Cofradía del Rosario.

El descanso ha finalizado y Lucía se despide de nosotros. Antes de meterse bajo las trabajaderas, su capataz le pide que explique al resto de sus compañeras cómo se deben de hacer las levantás. Seguidamente se meten debajo de la parihuela, bajan los faldones negros que las guardan del aire que corre a la entrada de la madrugada de la fría noche granadina y siguen con su ensayo. La cuadrilla continúa descontando días.