Elección directa de alcaldes, segunda vuelta electoral, listas abiertas
Elección directa de alcaldes, segunda vuelta electoral, listas abiertas... He aquí tres elementos que de introducirse en el sistema legal que rige las elecciones dotaría a los ciudadanos de un arma para decidir la personalidad del nuevo alcalde y disipar la incertidumbre que se abre hasta el mismo día de la constitución de los nuevos ayuntamientos. Volveremos sobre ello.
A las ocho de la tarde, o más correcto sería decir, a las 12 de la noche -que es cuando terminaba el escrutinio- acabó un partido que tiene prórroga y probablemente penaltis. Es lo que ocurre cuando no hay una mayoría clara y nadie debe escandalizarse del resultado final de los pactos, transacciones, concesiones y cesiones que dos o tres partidos cierren de cara a la investidura de quien será el alcalde para los próximos cuatro años.
El pacto y la negociación son tan antiguos como la política. Es más, es uno de los elementos esenciales de la política y la democracia. Tan legítimo sería un alcalde por el voto de las izquierdas y el centro como el del centro con las derechas. Fueron legítimos en el pasado, cuando se recurrió a ellos para nombrar alcalde, y lo serían ahora si finalmente se recurre a un pacto para designar al regidor. Con independencia de que a unos o a otros les guste más o menos el color político del gobierno municipal. En España, en los últimos meses, se ha roto el bipartidismo pero ha aparecido el 'bibloquismo'. ¿Se romperá en estos días de negociación? Esa es la incógnita.
Se trata de un preámbulo a esta recóndita columna que, en el fondo, refleja un cierto vacío de argumentos que todavía no se hayan dicho en estos días de dimes y diretes que se desarrollan a varias bandas y en distintos sitios, que trasciende por tanto a Granada y se juega simultáneamente en Madrid y en Sevilla. Contactos a nivel nacional y regional, donde entran en juego distintas alcaldías, intercambios de cromos y demás posibilidades abiertas. Que muy probablemente llegarán abiertas hasta la misma hora del Pleno en que se constituyan las nuevas corporaciones el sábado 15 de junio. Quien sea capaz de lanzar un pronóstico estará basado en especulaciones o corazonadas. Está en su derecho, pero por lo general serán eso: especulaciones o corazonadas más que datos.
Por tanto, yo en estos días de transición opto por evocar con la nostalgia de las cosas que se pudieron hacer y no se han hecho -y la certeza de que no se harán- la necesidad de un debate que de haberse producido hace ya muchos años -40 años de democracia en España- dejarían estos días la solución final en manos de los votantes y hurtarían a las dirigencias de los partidos lo que muchos llaman ‘trapicheo’.
Lo digo, por ejemplo, por la reforma de la ley electoral que propiciase una segunda vuelta en aquellas ciudades donde no se ha registrado una mayoría absoluta. Lo digo, también, por una reforma de la ley electoral que facilitase el voto directo a los alcaldes. Y lo digo también por una reforma de la ley electoral que ofreciese las listas abiertas en las diferentes candidaturas. Tres elementos que aplicar con más urgencia y sentido a unas elecciones municipales y que darían al electorado un arma arrebatada a los ‘aparatos’ de los partidos. Es decir, justamente lo que nunca harán esos ‘aparatos’, para nada inclinados a ceder un ápice del inmenso poder que acumulan en el fuero interno de sus partidos, eso que alguien ha llamado ‘partitocracia’, porque desde la dirigencia se da a los ciudadanos una oferta cerrada que el votante está obligado a tomar por el sistema de todo o nada.
En días como estos se echa de menos ese necesario cambio. Pero en todos estos años de democracia el único que pretendió introducir modificación fue el PP. No entraré a criticar esa repentina caída del caballo que los populares protagonizan estos días, después de haber hecho religión de la lista más votada. No haré crítica porque -entre otras cosas- ya advertí en anteriores recónditas columnas que bastaría que la situación variase a su conveniencia para que abrazasen aquel axioma ‘marxista’ (de Groucho Marx: si no le gustan mis principios tengo otros). No es el PP el único partido que cambia sus principios en función de sus conveniencias, pero sí recuerdo las mociones que se elevaban en ese sentido para que en todos los casos gobernase la lista más votada: más que ahora, entonces sí que me parecía farisaico.