Enrique Morente, una leyenda cuya huella sigue viva

Granada recuerda al poeta del flamenco en el décimo aniversario de su fallecimiento

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Enrique Morente en el barrio del Albayzín, con la Alhambra al fondo | Foto: Archivo GD
Sandra Martínez
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Enrique Morente entendía el cante jondo como “un arte que nace de dentro, que va del oído al alma”, como algo que “no entiende de barrios, de familias, ni de ná”. Hoy, diez años después de su muerte, su huella sigue viva en España, en Andalucía, pero, sobre todo, en su querida Granada. Su arte, su voz y su particular forma de elevar y sentir el flamenco lo han convertido en uno de los mejores cantaores de la historia, en una leyenda, y su nombre se sitúa en los altares junto al de célebres artistas como Camarón de la Isla, Lola Flores, La Niña de los Peines o Manolo Caracol, entre otros.

La vida de Enrique Morente supuso un homenaje al flamenco en sí. Doscientos años después del nacimiento de esta singular expresión artística, surgida de una mezcla de cultura árabe, judía y esencia gitana, fue bañada por la originalidad y la innovación del artista granadino del barrio del Albayzín. Así fue como Morente consiguió formar parte de las raíces del flamenco tal y como hoy día se conoce.

El fiel defensor de que no hay maestros sino discípulos, él lo fue del gaditano Aurelio Selles y Pepe de la Matrona. Debutó en la peña flamenca de Charlot y sus actuaciones se iniciaron en 1964, hasta que, en 1967, lanzó su primer disco, ‘Cante Flamenco’. Se convirtió en el primer cantaor flamenco en recibir el Premio Nacional de Música, en 1994, y dio al mundo singulares obras como ‘Misa flamenca’ o ‘Estrella’.

Concebido el padre de un nuevo estilo, tomó de la literatura y del talento de poetas como Miguel Hernández o Antonio Machado la letra de algunas de sus canciones. Así lo muestran algunos de sus álbumes, entre ellos Homenaje flamenco a Miguel Hernández (1971) o Se hace camino al andar (1975). En El Pequeño reloj (2003) se encargó de dar voz a los poemas de Quevedo y Bécquer, fusionando ritmos tan dispares como la música sefardí, el jazz o las sinfonías de Beethoven.

Y en este camino, no pudo faltar uno de los granadinos que más defendió el flamenco y al pueblo gitano, Federico García Lorca. Componiendo la música de muchas de las representaciones de sus obras, en más de una ocasión el artista afirmó que al leer a Lorca se emocionaba, porque “revivía su ciudad, su barrio, su Granada”. El cantaor no fue uno más en ensalzar el recuerdo del poeta, sino que lo engrandeció aún más. Pero no sintió esa pasión solo por el escritor, también lo hizo por su ciudad natal. En 2005 presentó ‘Morente sueña la Alhambra’, una obra que transmite una visión oscura, poética y mestiza del monumento granadino y de las imágenes que le inspiraban de Granada.

Sin embargo, su deseo por hacer renacer el flamenco, por hacer de él un nuevo estilo, también levantó numerosas críticas. El cantaor lo comprobó con su disco ‘Omega’ (1996), del que vendió más de 50.000 copias. Solo un genio como Morente sería capaz de unir a Lorca, Leonard Cohen y Lagartija Nick, fusionar rock y flamenco, y hacer de ello algo único, mítico.

Frente a los que le tachaban de romper con el tradicional cante jondo, el artista afirmaba que la música debía ser para la mayoría. Por esta razón, nunca dejó de experimentar y sorprender a quienes le seguían. Famosa es la vez en que subió a las tablas vestido con ropajes de rockero.

Enrique ‘el granaíno’, como fue llamado en los círculos de Madrid que frecuentaba, desprendía, además de talento, respeto cuando trataba de aprender de los demás. Pero si hay algo que lo definió, fue la libertad con la que se atrevió a crear y a salirse de lo normal para dar lugar a algo único.

Pero a Morente se le debe mucho más que una cifra exacta de canciones de cante jondo, álbumes o fusiones musicales. Se le debe su esencia, su humildad, su necesidad de querer y seguir aprendiendo, su innovación. Su capacidad para enseñar que la cultura no solo reside en las universidades y su habilidad para encontrar la ubicación exacta del arte. Su forma de hacer creer que la pasión puede mover el mundo, porque sin pasar por escuelas o conservatorios, dio una lección enorme de música y literatura. Pero, sobre todo, por demostrar que a veces, cuando uno se sale de lo establecido, suceden cosas maravillosas.