"La transición talibán está siendo suave, pero cuando se deje de mirar allí pasaremos a otra cosa"

La periodista granadina Mayte Carrasco viaja 40 años atrás en el documental 'Afganistán, la tierra herida', que ha estrenado recientemente

La periodista granadina de Granada Mayte Carrasco
Homs ha sido uno de los escenarios que han marcado la trayectoria de Mayte Carrasco como corresponsal de guerra | Foto: Alessio Romenzi
Miguel López Rivera
0

En el recuerdo de Mayte Carrasco (Terrassa, 1974, aunque criada en Granada) sigue estando el ruido de las bombas que caían sobre su cabeza cuando entró a la ciudad siria de Homs con la resistencia a través de unas cloacas. Anduvo tres kilómetros semiagachada, con el miedo en el cuerpo, una sangre fría a prueba de fuego --nunca mejor dicho-- y acompañada por Alessio Romenzi y Roberto Fraile, el cámara vasco asesinado a manos del Estado Islamico el pasado 26 de abril en Burkina Faso junto al también reportero y periodista David Beriain. "Cada generación de corresponsales pierde a dos o tres amigos y a mí me ha tocado con Roberto y David", asume Carrasco con la relativa 'naturalidad' de quien ha convivido con la muerte. La Primavera Árabe --sobre todo Siria--, Irak, Venezuela, Colombia u Osetia del Sur, el primer conflicto que cubrió como periodista. Su currículum es extenso y de cada lugar siempre se ha llevado algo. De Afganistán, donde los talibanes han tomado el poder recientemente, amigos y la sensación de que "resulta impredecible saber qué es lo siguiente que puede pasar", aunque no le cabe duda de que "se va a convertir en una gran prisión para las mujeres". Sobre las causas que han hecho que pasaran de ir con minifalda hace 40 años a tener que cambiar de casa cada tres días profundiza en Afganistán, la tierra herida, el documental de cuatro episodios que dirige junto al alemán Marcel Mettelsienfen y que se ha estrenado recientemente en Televisión Española. "La historia se repite", resume Carrasco, quien saca un hueco para atender a GranadaDigital desde Barcelona.

Todo el mundo habla y parece entender ahora del conflicto de Afganistán, aunque pocos como usted pueden tener una opinión formada. ¿Es posible resumir los últimos 20 años en la respuesta a esta pregunta?

Bueno, la verdad es que nosotros hemos hecho un documental en cuatro episodios que se llama Afganistán, la tierra herida. Ahí hacemos un resumen, no de los últimos 20 años de guerra, sino de los últimos 40. Es interesante no solo conocer lo que ha pasado en los últimos 20, desde la entrada de las tropas americanas y de la OTAN –con los 40 países que les han acompañado y han tenido el país también tutelado–, sino que es muy interesante también conocer los 20 de antes para darse cuenta de que la historia se repite en Afganistán. Cualquier país que ha puesto un pie para conquistarlo o ayudarlo ha fracasado en este intento. La serie comienza con la historia de la monarquía del rey Zahir Shah. En el primer capítulo vemos un poco cómo y cuándo Afganistán entra en el descenso al caos. Que fue, exactamente por culpa de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que en el mundo se estaban peleando por la influencia en los países del Tercer Mundo. Desde entonces hasta hoy estamos viviendo lo mismo conflicto tras conflicto como antes también sucedió, por ejemplo, con la colonización. Lo de los últimos 20 años para mí no ha sido una invasión occidental, sino una ocupación parecida a la antes intentada por la Unión Soviética desde 1979 a 1989. Fue el principio del fin del fin de la URSS y ahora parece que pasa algo parecido: no somos capaces de trasladar nuestras ideas y valores occidentales a un país que no tiene nada que ver con nosotros. Tratamos de imponer nuestros valores y nuestra manera de ver el mundo, pero de una forma bastante cínica y grotesca. Por ejemplo, cuando se hizo la democracia se sentaron en el Parlamento Afgano todos los señores de la guerra que tenían las manos manchadas de sangre, y les hicieron diputados con una impunidad asombrosa.

Se lo preguntaba porque cuando en 2001 Estados Unidos decidió intervenir en Afganistán pocos se imaginaban que el conflicto se fuese a alargar 20 años. Sin embargo, ese ha sido el lapso de tiempo que ha transcurrido. Había esperanza en la población afgana por recuperar la democracia y las libertades. ¿Qué se ha hecho mal? Aunque imagino que me lo ha respondido cuando ha dicho que hemos intentado imponer nuestras ideas en una tierra que nada tiene que ver con nosotros.

Cuando los soviéticos entraron en 1979 también pensaban que lo hacían para unos cuantos meses para pacificar el país después de las purgas comunistas y de los sucesivos golpes de estado que hubo de los comunistas afganos ayudados por la Unión Soviética. Ellos también pensaron que las tropas se iban a quedar poco tiempo, y acabaron quedándose diez años. Afganistán siempre es una trampa para las potencias extranjeras porque es un país inesperado y donde todos los contratos y las negociaciones son papel mojado. Los actores en el poder siempre hacen giros inesperados, como en los turning point [literalmente, ‘punto de retorno’ en español] de una serie. Toman decisiones que son impredecibles. Ahora, después de haber trabajado allí, puedo hablar de lo que pasa en Afganistán, pero después de haber estudiado el país como investigadora, historiadora y documentalista, y después de haber estado allí varias veces y tener amigos afganos, soy incapaz de predecir lo que va a ocurrir. No solo es lo que hay dentro, sino que juegan siempre con las influencias externas. Es un país que está en una encrucijada de caminos y en medio de fuertes potencias. Por ejemplo, Pakistán e India, que son enemigos a muerte y potencias nucleares. En su día hacía frontera con la Unión Soviética o ahora con Uzbekistán y con Irán, que hoy en día busca influencia mundial y lo está logrando porque ha ganado la Guerra de Siria apoyando a Bashar al-Ásad junto con Rusia y China. Por un lado, eso ha sido una bendición porque siempre hay alguien que quiere manejar a los afganos y ningún afgano se deja manejar. Y por el otro, una bendición porque la influencia extranjera siempre ha traído mucho dinero. Ellos también saben jugar con eso. Los países occidentales que han participado en ISAF –la misión de la OTAN en Afganistán– se han dejado millones de dólares y de euros para que la vida fuera mejor para los afganos. Y de hecho durante un tiempo lo lograron, pues los últimos 20 años han sido tiempos de paz relativa. No han tenido una guerra abierta, han tenido muchos atentados. Han tenido muchos combates y han muerto muchos más soldados afganos que extranjeros y por eso me parece muy cínico que Estados Unidos diga que no se van a quedar en una guerra en la que los propios afganos no quieren luchar. Los afganos han luchado y han muerto. Lo que pasa es que hay una nueva generación de afganos que no quieren coger un arma y morir por nada porque, realmente, no pueden contra esta coalición como son los talibán de hoy en día que no son los de 1996, sino que están apoyados desde el exterior, fuertes y ricos en logística. Están muy bien organizados.

"Afganistán siempre es una trampa para las potencias extranjeras porque allí todas las negociaciones son papel mojado"

Un inciso. Le he escuchado decir antes usar la palabra ‘talibán’ para hablar en plural en lugar de ‘talibanes’. Lo hacen algunos medios y otros no. ¿Cuál es la forma correcta?

Talibán significa ‘talib’, que significa ‘estudiante’ y el plural de ‘talib’ es ‘talibán’. Académicamente es más correcto decir “los talibán” que “los talibanes”. Supongo que la RAE habrá aceptado ‘talibanes’ y los medios de comunicación se hacen eco de ‘talibanes’. A mí me parece más correcto decir ‘talibán’ porque es su plural, de la misma forma que me parece más correcto decir ‘Daesh’ antes que ‘Estado Islámico’. Son preferencias de cada una. Durante la Guerra Soviética hay muchos huérfanos y muchos niños que no tienen donde ir en los campos de refugiados. Estos niños acaban en madrasas, que son escuelas coránicas donde se forman y estudian el Corán, que eso es el ‘talib’. La mayoría de ellos procedían de Kandahar, al sur del país, y de otros lugares, regresan con la Guerra Civil a su país y son vistos como los que imponen la ley. Durante la Guerra Civil, fueron tres años en los que la población sufrió mucho. Había hambre, sangre, bombas, tiros y las mujeres fueron violadas de forma repetida. Hubo un rumor de que un talibán había salvado a una mujer de una violación a una mujer. Entonces los talibán se convirtieron en héroes para las mujeres porque los muyahidín, que eran los freedom fighters [‘luchadores solitarios’, o más figuradamente ‘lobos solitarios’], los que luchaban contra los soviéticos, eran unos salvajes y unos machistas. Quienes realmente eran machistas, pero querían poner orden, eran los talibán, y por eso cuando en 1996 llegaron les abrieron las puertas de Kabul y todo el mundo les recibió con alegría.

Usted misma contaba que los talibanes respetaban a veces más su rol de mujer periodista que no tanto como a veces le ha sucedido en Occidente…

Eso está un poco fuera de contexto. Yo no quiero decir con eso que no sean discriminatorios. Son discriminatorios, pero también muy inteligentes y saben cómo hacer llegar la propaganda al mundo occidental. Ahora lo están haciendo. Para ellos nunca será igual una mujer periodista extranjera que una afgana. Nos necesitan porque saben que las que venimos de fuera podemos ser importante para un medio. No son tontos, nos usan para la propaganda. Ellos ahora mismo están haciendo una propaganda estupenda en los medios, como señores moderados, que respetan a las mujeres, no hay caos y tienen el país pacífico. Saben cómo hacerlo bien. De momento, no hay purgas ni ejecuciones. No ha habido cosas terribles ni atrocidades, por lo que la gente dentro de poco dejará de poner la vista y la atención allí y pasaremos otra cosa. Por eso lo están haciendo bien. Llegará un momento en el que ya no dejarán entrar a los medios de comunicación. Realmente, tampoco tienen sed de venganza. Van a hacer esta transición suave, pero ya veremos si pueden controlar el país o si no se van a pelear, pues son amigos de Al-Qaeda, y éstos y Daesh mantienen una guerra. Ojalá que esto no se transforme en algo peor y violento en unos meses.

Mayte Carrasco junto a Alessio Romenzi y Roberto Fraile en un túnel de entrada a la ciudad siria de Homs.

Hay una preocupación evidente por la posición en la que quedan las mujeres afganas con el ascenso al poder de los talibanes…

Afganistán se va a convertir en una gran prisión para las mujeres. Todos los derechos fundamentales que han ido adquiriendo van a partir de cero y reducir a la nada. Son moneda de cambio. Va a ser duro sobre todo para las mujeres de la nueva generación porque hay de todo: médicos, cineastas, funcionarias, profesoras… De todo: profesiones liberales y públicas. Es una generación que no va a soportar vivir bajo un régimen medieval sin acceso móviles, ordenadores o educación ni siquiera online. No lo van a poder soportar porque no estamos en los años 90. Esas mujeres que se manifiestan diariamente y que ahora cambian de casa cada tres días para que no las encuentren los talibanes están desprotegidas, no van a poder salir del país y se van a tener que organizar. Las afganas han tenido que adaptarse a la historia de Afganistán desde siempre. En los años 60 y en los 70 había discotecas y guateques en Kabul, se podía fumar en los bares y los hippies venían a fumar porros en la ruta de la seda. Eran las primeras rubias que veían los afganos entonces y que iban a visitar los Budas de Bamiyán. Es decir, otro Kabul.

"Todo corresponsal de guerra tiene razones para ir a la guerra, en mi caso era una búsqueda de nuestro pasado en común a través de la Guerra Civil"

Hasta un asunto tan serio como es la evacuación española de Afganistán ha suscitado lecturas partidistas y cruce de acusaciones entre los políticos. ¿Por qué cree que esto pasa tanto aquí y no tanto en otros países de nuestro entorno?

La política española siempre me parece muy provinciana. Utiliza todo lo que puede para atacar al enemigo y no solo la información internacional. España es un país mal asesorado desde hace mucho tiempo en materia internacional. Transmite muy mal todo lo que pasa en estos países y lo usa como arma arrojadiza. A estos políticos les falta intelectualidad y perspectiva mundial para darse cuenta de qué tipos de realidades estamos hablando. Se les ve el plumero a ellos, a los tertulianos o a los partidos en cuanto se profundiza un poco en un tema más allá de la crítica superficial que se pueda hacer, y da mucha vergüenza ajena.

Como usted misma explicaba antes, Afganistán, la tierra herida relata el proceso de deterioro de libertades que ha sufrido el pueblo afgano en los últimos 40 años. Es curioso comprobar la involución que puede llegar a sufrir un país…

Sobre todo puede involucionar en esa región. Suele pasar en países que van de un lado a otro. En Afganistán, los cambios políticos han sido violentos desde 1973 hasta hoy e incluso han pillado por sorpresa a la propia población. Incluso ahora, que los últimos en enterarse de que el Gobierno se iba a ir y abandonar sus puestos para dar las llaves de la ciudad a los talibán han sido los propios afganos. Ellos mismos no saben por dónde van a salir sus dirigentes. Es un país que ha estado siempre en esa diatriba de desconocer cuál va a ser su propio destino.

Sin embargo, en su novela La Kamikaze, la protagonista se embarca en la aventura más peligrosa de su vida tras sufrir un desengaño. ¿Hay una parte de búsqueda de identidad en el corresponsal de guerra?

Yo creo que todo corresponsal de guerra tiene razones para ir a la guerra. En mi caso –le pongo el mío propio– era una búsqueda del conocimiento de un pasado que podíamos tener en común con las guerras. No nos damos cuenta de que mi generación, yo nací en 1974, ha vivido la desinformación de un pasado que nos afectó profundamente: la Guerra Civil. En mi época no nos contaron lo que fue la Guerra Civil y había una búsqueda de sabidurías que encontré después porque quería saber qué era una guerra y las consecuencias que tenía en la gente. Y la tuvo para mi familia y otras muchas en España. Ese fue mi caso, pero puede que no sea el de otras personas. Por ejemplo, el padre de mi tía está desaparecido en una fosa común en Almería...

Carrasco retrata la crudeza de la guerra en la ciudad iraquí de Qayara, en 2016.

…¿En la Desbandá?...

Sí, fue en la Desbandá, pero él no venía de Málaga, sino que ya vivía allí. Fue ajusticiado por los suyos porque desertó al haber muerto su mujer. Tenía un bebé y abandonó la Guerra del Ebro y se bajó para Andalucía. Con esto quiero decir que hay un pasado, oía historias, mi abuelo tenía historias muy interesantes de haber luchado en el frente, mi otro abuelo también y yo tenía una búsqueda interna personal de saber qué era una guerra. La primera guerra que cubrí fue Georgia, que me pilló de casualidad porque yo estaba allí de corresponsal. Y de ahí me fui a Afganistán y escribí esa novela en la que hay algo de autobiogáfico, solo una parte, y es un país en el que hay algo que descubrir cuando te estás buscando a ti mismo. En los corresponsales existe esa parte egoísta, pero también conoces esa otra realidad y se la trasladas al mundo. Mi idea, mi ilusión y mi objetivo en la vida ha sido contar historias a la gente. Sacarlo, digerirlo, analizarlo y trasladarlo. Si no lo haces, no tiene sentido.

"Granada está muy presente en la mentalidad de los sirios, a mí ellos me recordaban a mi familia"

Además de Afganistán ha cubierto la Primavera Árabe, especialmente la Guerra de Siria, Osetia del Sur, Irak o, por ejemplo, Venezuela o Colombia. En Homs [Siria] pasó un momento muy complicado con Roberto Fraile, asesinado recientemente en Burkina Faso. ¿Es el momento en el que más miedo ha pasado?

Sí, uno de los momentos más peligrosos de mi vida profesional fue con él. Íbamos con la resistencia, el Ejército Libre Sirio, y teníamos que hacer todo lo que nos pedían porque el territorio estaba tomado por Bashar al-Ásad. Nos pidieron que entráramos por las cloacas, que en realidad eran unos túneles que ellos usaban de forma clandestina. Impone mucho meterte por una cloaca y andar tres kilómetros semiagachado y escuchando bombas que caían por encima. En el mismo momento lo haces sin pensar porque si lo piensas igual entras en un estado de pánico que no conviene para trabajar. Respiras profundamente y sigues trabajando. Fue una masacre y logramos salir con vida, pero no sobrevivieron Marie Colvin y Rémi Ochlik, que estaban en la misma casa en la que nosotros habíamos estado apenas 48 horas antes. Me considero una persona con suerte.

¿Cómo vivió la pérdida de Roberto Fraile?

Yo siempre lo veo como una tragedia, a pesar de que en cada generación se pierden dos o tres amigos o compañeros. Le pasó a la generación anterior, que perdió a Miguel Gil y a Julio Fuentes, y a mí me ha pasado con David Beriain y Roberto Fraile. En esa ruleta, que para mí es una tragedia, se fueron dos de los grandes. Roberto tenía una gran pasión por esta profesión, por luchar, estar ahí y seguir contándolo. Cuando nadie envía ahora a corresponsales extranjeros a cubrir estos problemas, ellos seguían yendo porque creían en esto. Han dado su vida por eso. La pena que me da es que no se les vea como héroes. Aunque en realidad no lo somos. Somos trabajadores como los soldados, los bomberos y gente que trabaja día a día junto a la muerte.

La periodista granadina, sentada en el alféizar de una ventana en Mali durante el año 2013 | Foto: Jérôme Delay

Usted nació en Terrassa, pero es granadina de adopción. De hecho, comenzó trabajando en la Agencia EFE en 1994, ¿cómo recuerda aquellos primeros años?

Fueron maravillosos. Tengo dos ángeles de la guardia que eran mis mentores: Santi Sevilla y Juan Ignacio Pérez. Me enseñaron el oficio. Mis tiempos de becaria fueron maravillosos. E incluso se pagaba. Recuerdo que en verano todas mis amigas se iban a la playa de Almuñécar y yo no podía bajar porque estaba trabajando. Me iba a las ruedas de prensa del Ayuntamiento. Era el año 1994 y andaba cambiando las calles de Granada. A pesar de haber nacido en Cataluña, donde pasé diez años de mi vida, toda mi adolescencia la he pasado en Granada. Mi madre es de Granada y mi padre de Córdoba. Toda mi familia es andaluza. Mi abuela, de Málaga, nació al lado de la casa de Picasso, y mi abuelo de Almería. Pero mi infancia y mi corazón están en Granada. Muchos andaluces hemos caído en Cataluña por casualidad, que es mi segunda patria. Vivo aquí en Barcelona y estoy feliz. Me siento y soy ciudadana del mundo y he vivido en toda España. También en Madrid. Pero mi corazón está en Granada. Fui al Regina Mundi, en la calle Arabial, y todos mis recuerdos están en muchos sitios de Granada, que me parece una ciudad mágica. Mis padres siguen viviendo allí.

Cuenta que la gente de Homs le recordaba a los granadinos, y que incluso el tabaco de allí se llama ‘Alhambra’…

Exactamente. Fue muy curioso. Cuando llegué a Homs, me di cuenta de que la vegetación era exacta a la de aquí y de Cataluña. Y la gente también. Llevaban hasta el bigote granadino. Las niñas me recordaban a mi sobrina. A mí me llamaban María porque Mayte significa ‘muerta’. Les contaba que era de Granada y ellos decían “¡ah, Garnata!”. Granada está muy presente en la mentalidad siria porque lo que nos invadió fue el Magreb, pero principalmente dependíamos de Damasco y nosotros somos más omeyas que magrebíes. Se nota mucho nuestra fisonomía. Yo les enseñaba fotos de familia y alucinaban. En las ventanas hay geranios y a los muertos le tiraban arroz, igual que hacemos nosotros en las bodas. Luego, en el desayuno toman aceitunas o queso. La alimentación me parecía muy mediterránea. Las ensaladas… en general toda la alimentación. Me sentía en casa.