Es como ir a la guerra
«Aguirre Suárez me dio un puñetazo sin balón. Y a Sotil también le dieron una patada sin balón. En cuanto cualquiera de nosotros pisábamos el área nos echaban a patadas. […] Hay que armarse de valor para ir a jugar allí. Es como ir a la guerra».
Lo que va delante, transcripción de unas declaraciones del futbolista del Barcelona Juan Manuel Asensi Ripoll, se publicó en el diario Informaciones de 12 de marzo de 1974. Se refieren a lo ocurrido dos días antes en el campo de Los Cármenes en el partido de liga de Primera División, jornada 25, que acabó con el resultado de Granada CF 1 FC Barcelona 1. Se acaban de cumplir 45 años. Fue un partido que, más por la cola que trajo que por lo que efectivamente sucedió sobre el césped, puede simbolizar como pocos al que a día de hoy sigue siendo el mejor Granada de toda su historia, el Granada de la primera mitad de los años setenta, el que ostenta las dos mejores clasificaciones rojiblancas de sus ya casi noventa años: sendos sextos puestos en primera. Ese Granada de Joseíto era un conjunto sólido que practicaba un buen fútbol y al que era muy difícil batir pero, la cruz de la moneda, también se le recuerda por la excesiva dureza de parte de sus integrantes (en especial Aguirre Suárez y Fernández) y por algún sonado affaire a lo largo de los tres años que transcurren entre 1971 y 1974. El que ahora rememoramos fue el penúltimo. Ocurrió el domingo 10 de marzo de 1974.
Servidor, que presenció el partido in situ, recuerda sin embargo que, a pesar de lo que después dijera Asensi y corroborara su entrenador Michels, y a pesar de toda la polvareda que levantó, no fue el choque especialmente violento ni en él se vieron situaciones conflictivas en más abundancia de lo que venía siendo habitual. Johan Cruyff quedó inédito en su presentación en Los Cármenes, pero no fue porque lo cocieran a patadas, como se quejaban los forasteros, sino más bien por el impecable y limpísimo (esto hay que subrayarlo) marcaje a que lo sometió Pedro Fernández, especialista en secar a las estrellas rivales. Mucho se ha hablado, pero la auténtica culpa del gran escándalo en que acabó la cosa la tuvo claramente el referí Franco Martínez quien, en medio del concierto de pito que ofreció y que resume su deficiente actuación aquella tarde, acabó por dar una mala nota sin la cual seguramente ni estaríamos hablando ahora mismo de aquello. El partido transcurría en su mayor parte de forma plácida, sin más incidentes ni polémicas de las habituales cuando un grande comparecía en Los Cármenes, pero, faltando poco para terminar, el de negro desató la ira del respetable y un tremendo follaero final al anular de oído un gol del Granada perfectamente legal que le hubiera dado los dos puntos y el gran orgullo de acabar con la larga racha de imbatibilidad del poderoso Barça de Cruyff («¡aquest any sí!»), que ya saboreaba anticipadamente el título de campeón de liga después de una abstinencia de catorce años, desde los tiempos de Kubala. Los menos de diez minutos que faltaban para el final se jugaron (es un decir) en medio de un follón audible desde varios kilómetros y sobre un césped alfombrado de almohadillas llovidas desde las gradas, y también entre un bosque de gorrillas que no daban abasto para retirarlas, pero sin que el trencilla detuviera el rodar del pelotón. Algo del todo insólito.
La mala fama de equipo come niños perseguía -y también precedía- a aquel Granada y está claro que condicionaba gran parte del juicio que sobre sus logros se formaban los ajenos. Así, desde al menos una semana antes de la celebración del partido ya venía cierta prensa calentando los ánimos con comentarios sobre lo que podía pasar si Aguirre y cía empleaban el hacha sobre Cruyff, ya convertido en divinidad para el barcelonismo. Para mí que la clave del gran escándalo no fue otra que ésa. No se valoró el serio partido de los rojiblancos y sus más que suficientes méritos para la victoria aquella tarde. Pesó más el prejuicio de que aquel Granada debía lo que ganaba a sus malas artes. Esa nefasta fama, la leyenda negra rojiblanca, es cierto que el Granada de por entonces se la ganó a pulso, pero servidor puede afirmar que en concreto aquella tarde de marzo de 1974 los rojiblancos no abusaron de la leña ni de las marrullerías como quisieron ver algunos, influidos de ideas preconcebidas. Con pelea sin reservas, la nota que más caracteriza al Granada de los setenta, los nuestros merecieron la victoria, pero sólo el error final del de negro la impidió y con ese error destapó la caja de Pandora e hizo que el evento acabara de mala manera.
Sólo un par de días antes del choque se había mudado a Granada definitivamente alguien llamado a convertirse con el tiempo en un granadino ilustre: Luis Oruezábal. Había sido este futbolista argentino fichado como oriundo en el verano anterior (anunciado en la prensa, sin dar su nombre, como fichaje de un medio “chiquito”) pero su incorporación se fue demorando hasta este marzo porque estaba haciendo la mili y no le acababan de dar la blanca. Oruezábal fue de los pocos que vinieron a España en aquellos años como oriundos y que lo era de verdad, no con padres españoles postizos, sin embargo su autorización tardó más de la cuenta y en esta temporada sólo pudo alinearse de rojiblanco en los últimos partidos de la liga y en la copa, que se jugó a continuación. Por cierto que su actuación en el Bernabéu en la vuelta del partido de Los Cármenes, cuando “aquello” de Fernández sobre Amancio, le deparó a Oruezábal una lesión de clavícula debido a las “caricias” del central merengue Benito, que no era sudamericano ni vestía rayas horizontales, pero que a la hora de repartir -no precisamente felicitaciones- era perfectamente equiparable a nuestra más famosa pareja.
Eran los años de la pretransición, los últimos del franquismo en los que el viejo general veía como se le rebelaba una buena parte del clero. Sólo hacía una semana del que se llamó caso Añoveros, el obispo de Bilbao y su famosa homilía reivindicativa de la identidad vasca. De ser la Iglesia desde primera hora uno de los más firmes pilares que apuntalaban al Régimen, se pasó a que, finalizando éste, las sotanas se le subían a las barbas a un decrépito dictador que hasta pudo salir oficialmente excomulgado junto con todo su gobierno de haberse mantenido en su primer propósito de expulsar del país al prelado vasco por entender que su mensaje, leído en toda su diócesis, atentaba contra la unidad de España.
En Granada, cuya población rozaba los 200.000 habitantes, hacía muy poco que habían sido retirados de la circulación los pocos tranvías de los pueblos que todavía quedaban, incluido el de la Sierra, y acababa de perpetrarse el funesto y cateto arboricidio de la entonces llamada avenida de Calvo Sotelo, que transformó en fea e impersonal carretera de tránsito rápido y soles inmisericordes lo que era un bonito bulevar de plátanos de sombra centenarios.
Por otro lado, de fuera de nuestras fronteras nos llegaban noticias de una moda que hacía furor en esos momentos, la del streaking. En la prensa de la época a diario se podía leer que en cualquier parte del mundo alguien, para protestar contra la guerra de Vietnam, el hambre, la pesca del gambusino o lo que fuera, se había desnudado y a continuación había corrido por las aceras para acabar detenido por los guardias. En la actualidad no es infrecuente que estos despelotamientos con carrera a todo meter se produzcan en grandes acontecimientos deportivos, pero en aquellos años el fenómeno se daba normalmente en plena rué. No tardó esta moda en ser copiada en España y en Granada. Servidor fue testigo en 1974 de la primera manifestación -que yo sepa- de streaking que se dio a la vera de la Alhambra. El nombre del primer streaker penibético se lo calla uno por pudor ajeno, pero puedo afirmar que ningún motivo político o reivindicativo fue lo que lo impulsó a correr en pelota picada por todo el Camino del Monte, sino que lo que actuó como detonante fue el vinillo costa y la posibilidad de ganarse unos duros en una apuesta. A tropezones y esquivando noctámbulos, muchos de ellos tan beodos como el propio nudista, alcanzó éste a recorrer unos cien metros antes de que una pareja de guindillas acabara con la diversión.
Comentarios
3 comentarios en “Es como ir a la guerra”
Jose Luis Entrala
17 de marzo de 2019 at 00:12
Parezco cansino y repetitivo pero lo digo una vez más. Estupendo lo que cuentas y como lo cuentas.Enhorabuena y un abrazo.
Parezco cansino y repetitivo, Pero tengo que, una vez más, decir lo estupendo que es tu artículo , lo bien que lo cuentas y como lo cuentas. Enhorabuena y un abrazo
Gracias. Algo tuyo hay también en estas cosas. Me alegro de que te gusten. Un abrazo.
17 de marzo de 2019 at 14:27
Muchas gracias. Algo tuyo hay en todas estas cosas. Me alegro de que te gusten. Un abrazo.
Carlos
21 de septiembre de 2019 at 15:10
Lo mejor que puedo decirte es que sigo pasándomelo bien cada vez que te leo y ya son unos cuantos años.