Estar guapa, depende de ti
Todas las mujeres tienen algo hermoso. A todas se les puede sacar partido de una forma u otra
Durante mucho tiempo, y, de forma alternada en el mismo, se ha dicho que estar guapa era cosa de genética. Luego se nos quiso convencer de que dependía en mucha parte, de los productos que usásemos para mejorar nuestro aspecto. Más tarde, se hizo hincapié en que esos productos debían ser de excelente calidad, si deseábamos parece estrellas de cine.
Como la economía hundió los deseos inconfesables de muchas, de pasear por la alfombra roja que llevaba de la casa al súper, se nos bajó el listón, y se aceptaron productos de menos calidad y por supuesto menos precio para que todas pudiésemos seguir comprado sin rendirnos y sin agobiarnos.
De este modo, nadie dejaría de comprar cosmética por no tener acceso a ella. Habría personas que comprarían los productos de alta gama y las habría que buscarían los de media o baja gama.
Mercado cubierto; necesidades de todos los públicos cubiertas.
Por supuesto, en ambos casos, los productos serían estupendos, y conseguían efectos magníficos sobre nuestra piel, nuestro pelo, o incluso sobre nuestra salud.
Este genial proceso de marketing no acababa ni acaba aquí.
De la mano de esta bajada en la economía, y del resurgimiento de marcas ‘low cost’, se recurrió con urgencia a recuperar la consigna tan socorrida, de que en realidad, la belleza se debía, en su mayor parte, a la herencia genética, liberando en gran parte a la cosmética de la responsabilidad de convertirnos en Sofía Loren.
Así pues, todos contentos.
Las que eran guapas, o muy jóvenes, no solían molestarse demasiado en comprar productos de tratamiento, (con sus excepciones, claro) sino que invertían mas en maquillaje y otros cosméticos que realzasen su ya de por sí, bella apariencia. Las que poseían medios para adquirir productos más costosos, confiaban a ellos todo su ser, dedicándole además ese tiempo del que en muchos casos disponían con más facilidad que otras. Claro está; esto, ayudaba de forma exponencial a acrecentar el poder de dichos productos.
Y, por último, las que no podían acceder a estos stands de lujo, creían a pies juntillas en los milagros que cremas de muy bajo coste podían conseguir en su piel, similares a las de alta gama. Si los resultados no eran demasiado evidentes, por culpa de las cremas en sí, por culpa de la falta de un momento para usarlas, por culpa de la inconstancia, etc. etc., concluían que su fracaso se debía a la genética, al cansancio, o a los antiguos y por supuesto olvidados malos hábitos como fumar o tomar el sol en exceso, de su pasado.
Por tanto, todo está inventado.
Todos tenemos consuelo, y siempre hay un roto para un descosido.
La cosmética, el maquillaje y cualquier producto destinado a hacernos sentir más bellas, están ahí para eso precisamente; para hacernos sentir mejor, para obligarnos a dedicarnos unos minutos que en realidad son los que nos cambiaran esas ojeras y esa cara de mala ‘pipa’. La cosmética no deja de ser el descanso del guerrero, un consuelo, un vicio muy agradable, un apoca de magia en nuestro día a día, colores, olores, texturas que son terapias placenteras a las que es difícil resistirse.
Pero nunca debemos ser crédulas en exceso y anquen en verdad los cosméticos ayudan, mejoran, suavizan y corrigen muchos defectos, aun no se ha inventado el elixir de la juventud, y, el mejor remedio que tenemos a mano, es creer en nosotras mismas, ser fuertes, aprender a querernos, beber y comer correctamente, concedernos descansos, no solo los obligatorios nocturnos, hacer oídos sordos a cualquier critica negativa, vestirnos como nos plazca, y pintarnos los labios de rojo.
Creedme; todas las mujeres tienen algo hermoso. A todas se les puede sacar partido de una forma u otra.
Averigua cuál es tu fuerte, poténcialo, créetelo.
Lo demás, amigas, está bien, pero lo que realmente os hará bellas, es creer que lo sois.
Os lo aseguro